Magnicidio

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Álvaro Cuadra.*

Resulta sintomático que los Tribunales de Justicia hayan tardado casi tres décadas para conocer de un delito tan grave como el asesinato de un ex presidente de Chile. Nuestro país vive hasta el presente bajo el influjo de aquella nefasta experiencia histórica que representó la dictadura militar. Ella no sólo está determinando nuestra precaria democracia a través del ordenamiento constitucional sino que se encuentra diseminada en el imaginario social como una vieja herida que no acaba de sanar.

Cuando los chilenos nos acostumbramos a pensar que ya estaba todo dicho sobre la dictadura del general Augusto Pinochet Ugarte, surge  un nuevo antecedente que nos obliga inevitablemente a volver sobre tan doloroso personaje, siempre asociado a la muerte. Por estos días, la justicia ha establecido que la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva no fue un imponderable médico sino que se trató de un magnicidio[1] ejecutado con frialdad por quienes detentaban el poder en aquellos años, justificando sus felonías en nombre de la “seguridad nacional”.

La misma “racionalidad perversa” que justificó los crímenes de Carlos Prats, Orlando Letelier y José Tohá, entre muchos otros, es la que ordenó la muerte de Eduardo Frei Montalva. En una perspectiva histórica, podríamos afirmar que la dictadura de Pinochet representó el grado cero de la moralidad pública durante el siglo XX y uno de los momentos más miserables y vergonzosos de nuestra vida como república. Hasta la fecha, nuestras instituciones republicanas, se ven constreñidas por aquellos obstinados poderes fácticos que siguen ejerciendo su influencia entre nosotros, impidiendo cada vez cualquier apertura hacia una democracia más amplia.

La derecha actual le debe mucho al general, muchos de sus más conspicuas figuras se enriquecieron gracias a un conjunto de leyes permisivas y a la nula conflictividad social de la época, aquella anhelada paz de cementerios. Otros, travestidos hoy en políticos, alcaldes o diputados, fueron cómplices directos de la dictadura, sirviendo como voceros y funcionarios. Sólo el clima de impunidad y amoralidad de una democracia malsana como en la que vivimos sumidos explica la presencia de personajes con tan nutrido prontuario en la vida pública.

La misma derecha de siempre es la que se presenta ante el país como una coalición de cambio y renovación. Muchos de sus rostros nos resultan familiares, enarbolaron sus antorchas en Chacarillas, sirvieron de ministros o llevaban uniforme en aquel entonces.

No puede haber un cambio ni una renovación cívico moral en Chile mientras nuestras vidas sigan siendo regimentadas por una Constitución hecha a la medida de los poderosos. Como una burla de la historia, Augusto Pinochet es traído de Londres gracias a los buenos oficios del gobierno de la época y muere enriquecido e impune, rodeado de los suyos, recibiendo honores y bendiciones, mientras las víctimas de su veneno gritan en silencio, reclamando justicia.

[1] Según el DRAE: "Muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder".

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia; investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

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