México, acerca de la revolución de las conciencias

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El pilar sobre el que erige la democracia, como sistema sociopolítico y desde una perspectiva macro, es el regirse por la voluntad de las mayorías. Bien. Sin embargo, desde un enfoque cuyo nivel de abstracción llega al punto de grupo político de discusión, lo que es lo que es una premisa de esencia en el nivel más alto, acá resultaría ser su propio talón de Aquiles. Lo explico.⎮ GABRIEL CASTILLO-HERRERA.*

Uno de los problemas históricos a que se han enfrentado las izquierdas mexicanas de diversos matices que han enarbolado la democracia como estandarte (aunque el problema no es privativo de este país) es que, para dirimir diferendos, recurren al enfoque que arriba señalamos como macro para solucionarlos. Tal situación implica una reducción al absurdo, puesto que avalaría —como sucede frecuentemente— el velado reconocimiento de la proclama: “No tenemos la razón, pero somos la mayoría”.

Ello ha provocado divisiones y fragmentación de la izquierda. Es una aberración, puesto que el patrimonio histórico de la izquierda es la búsqueda de la verdad, ya que es el instrumento para la transformación de las sociedades humanas; así nació el concepto “izquierda” en la Asamblea Revolucionaria en Francia. Esa izquierda fue heredera de la Ilustración; del triunfo de la ciencia sobre el oscurantismo medieval.

Encontrar la verdad y socializarla (eso es educar) para transformar el mundo es la tarea primaria (y cotidiana, puesto que el mundo cambia), amén de ser la guía para la acción revolucionaria. Por lo demás: el educador también tiene que ser educado.

El Proyecto Alternativo de Nación, documento que marca las directrices del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) encabezado por Andrés Manuel López Obrador, contiene un primer capítulo que se denomina “La Revolución de las Conciencias”. El punto toral de tal apartado —que es el que puede llevarse a efecto sin que se tenga aún el poder gubernamental— es llevar a cabo la tarea de convencer, recalco “convencer”, a la gente, al pueblo, de la necesidad (en el sentido filosófico estricto: lo que tiene que ser, independientemente de que sea bueno, deseable, justo) de un cambio social, económico, político “…para salvar a México” (sic). Ahí y en el resto del Proyecto se dan las razones y posibles formas para llevar a cabo ese cambio que representa, en última instancia, una lucha contra el neoliberalismo y sus catastróficos efectos, y forjar una nueva nación (de ahí el nombre del movimiento).

La tarea del convencimiento, del revolucionar conciencias, se antojará como “idealista”, “utópica”; pero no, es práctica. Es de poner empeño en ella. Es trabajo; eso sí, arduo.
Un filósofo del siglo antepasado develó una verdad: “No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser; por el contrario, es su ser lo que determina su conciencia”.
Desde esa perspectiva, las condiciones actuales a las que ha sometido el capitalismo en su fase regresiva –el neoliberalismo- a las masas: el deterioro de las condiciones de vida –y a la vida misma- de los individuos en su ser material son el mejor caldo de cultivo para llevar a efecto esa revolución de las conciencias.

El sistema económico dominante está diseñado para hacer más ricos a los ricos y hacer más pobres a los pobres. La gente —el pueblo— está siendo afectada en su ser, lo que le hace tener conciencia de que las cosas, de una u otra forma, tienen que cambiar. Así se ha estado manifestando en el mundo árabe, en África, en Chile, en España; y en el mundo desarrollado: en ¡Inglaterra!, y de manera aún no del todo manifiesta: ¡en los Estados Unidos!

La primera conciencia propiciada por la materialidad, por lo que afecta al ser de carne y hueso (digamos que hablo de la pobreza, del hambre, de la falta de empleo), es la que da origen a la inconformidad, misma que da paso a las acciones contestatarias; pero ello no es suficiente, como no lo fue en el movimiento social en Egipto, que desembocó en la instauración de un régimen militar, y como no está sucediendo en España, donde a resultas de la inconformidad contestataria se vislumbra un reacomodo del franquismo.

La secuela inmediata de lo contestatario es el cambio revolucionario. Y a eso apunta la propuesta de “la Revolución de las Conciencias” del movimiento lopezobradorista que ha optado por un cambio por la vía pacífica, por la vía electoral en el 2012. Ya el tiempo y las circunstancias se encargarán de validar si tal vía es factible; pero ello, como rezaba un jingle muy conocido en México: “…eso es otra historia”.

La tarea de los comités de MORENA (Movimiento para la Regeneración Nacional) es canalizar esa inconformidad popular (y eso es educar) hacia lo que se plantea como primera solución: votar por una opción diferente –contra el neoliberalismo- a la que ofrecen (si es que ofrecieran alguna) los viejos partidos políticos que sólo se benefician de un caduco sistema electoral que hace prevalecer el sistema.

MORENA no es un partido; es, propiamente, un frente popular. Lo siguiente, en caso de ganar las elecciones, sería apuntalar el gobierno que, devenido de un frente popular, derivaría en Estado con la misma característica. Y en esa tónica, estaría enfrentado a los poderes fácticos que hallan su razón de ser en el capitalismo rapaz que a nivel mundial está mostrando signos de decadencia merced a sus contradicciones. Bien entendido lo anterior, el gran problema del país no se termina con el cambio de gobierno. Apenas sería un buen inicio.

De ahí la importancia del punto primero del Proyecto Alternativo de Nación: “La Revolución de las Conciencias”. Aún en el caso de que el cambio por la vía electoral se viera obstruido.

* Escritor.

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