MÓNICA ECHEVERRÍA CUENTA LA SAGA DE LOS EDWARDS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

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Así como en Chile se impuso contra el pueblo y la vida un gobierno de facto, Mónica Echeverría crea en nombre de la verdad y la memoria la novela de facto, una escritura que de hecho trasciende del testimonio a la saga. A la apasionante trama de Cara y sello de una dinastía, dedicada a Sonia Edwards, “la más bella, la más rica, la más sufriente”, se suma el cúmulo de sucesos sensacionales y acusado relieve psicológico de los personajes. La dinámica acción se trenza con la historia misma del país y el trastrueque de la vida de todos sus habitantes.

La obra constituye un síntesis apretada de la historia republicana, vista desde el ángulo de la familia más poderosa. Inevitable asociar esta novela con el plan de una obra de la magnitud de Imperio, de Gore Vidal.

Mónica no sólo ha sido directora y autora de diversas obras del teatro ICTUS, del cual es una de sus fundadoras, sino también actriz. Estuvimos junto a ella cuando era la protagonista de La Colonia Penal, profético filme dirigido por Raúl Ruiz que, por desgracia, jamás vio la luz. En los años más negros de la dictadura de Pinochet, ella dirigió un espacio de libertad creadora: el Centro Cultural Mapocho.

fotoPese a que no hay sucesos inéditos, la autora logra un suspenso creciente en su relato que se inicia cuando una mujer es asaltada por las voces de sus antepasados, como si su propia memoria genética dispusiera de parlantes y reflotara a los muertos-vivos. En un lecho donde convalece de grave operación, yace no una mujer cualquiera sino Sonia Edwards Eastman, la más bella y elegante, la más rica, como en un cuento de hadas. Pero ha vivido subyugada por su hermano Agustín (izq.). Él revela desde la temprana adolescencia un odio-amor lindante con una pasión transgresora.

Cuando Sonia, hecha y derecha, adulta, queda embarazada de un amante y decide tener la criatura, su hermano la despoja de su hija recién nacida para echarla a la inclusa, vulgo orfanato (¡cómo en un folletín por entregas o en un radioteatro de Doroteo Martí!).

Desde los entresijos le surgen a Sonia Edwards las voces de sus antepasados, todos integrados a la colectividad británica en Chile. El primero, Jorge Edwards Brown, barbero desertor de un barco inglés de contrabandistas que, al casarse con Isabel Ossandon Iribarren, comienza el ascenso. A este aventurero que de idealista no tiene nada, por su contribución para financiar la expedición libertadora del Perú, O’Higgins le otorga en 1818 la carta de ciudadanía chilena. Aún no sabe que con la hija del dueño de minas y de la hacienda de Peñuelas, ha fundado dentro de la república una dinastía más poderosa que la de muchos reinos.

Agustín Edwards Ossandon, su hijo, instala una fundición y funda la caja de crédito minero enriqueciéndose como proveedor y habilitador, nombre que encubre al prestamista. Hasta los más poderosos mineros de Copiapó, la región más rica en el extremo norte del país, irán transfiriendo su patrimonio al habilitador. Llega a ser el Rey del Cobre. Casará con su sobrina Juana Ross Edwards, hija de David, el cónsul británico en Coquimbo (doña Juana hoy es considerada por el historiador Gabriel Salazar como una heroína y una santa superior a Javiera Carrera).

La dama se viste de harapos e institucionaliza el paternalismo para dar limosna a los desposeídos de esta tierra: sostiene los hospitales donde llegan los lisiados por accidentes del trabajo y los silicosos en Copiapó y La Serena; aquí, en memoria de su hijo, hace construir el cité “Arturo Edwards”; da el terreno para el Hospital San Agustín de Valparaíso; por su iniciativa surgen el Sanatorio de Los Andes, el Asilo de Lourdes, y las escuelas Arturo M. Edwards y Parroquial de Coquimbo. Legó al arzobispo de Santiago una cuantiosa suma para auxiliar iglesias, hospitales y escuelas pobres.

Antes financió la guerra civil de 1891 contra el presidente constitucional, aun atrayendo a su bando al propio general Körner, mercenario alemán contratado por el presidente José Manuel Balmaceda. Sólo le sobrevivió un hijo.

Agustín Edwards Ross, a más de acrecentar la fortuna como dueño del banco Agustín Edwards y de varias salitreras interviene en el traspaso de propiedades de mineras a capitales ingleses. Casa con María Luisa Mac-Clure.

Agustín Edwards Mac-Clure será el modelo de El Rey Burgués de Rubén Darío. Tiene la habilidad de considerar los medios de comunicación de masas como determinantes para consolidar el poder. Adquiere La Época, funda la empresa periodística Las Últimas Noticias, El Mercurio de Santiago, Zig-Zag.

Se encarga del diario más antiguo de América del sur: El Mercurio de Valparaíso. Funda El Mercurio de Antofagasta, La Estrella de Valparaíso, La Prensa de Tocopilla, La Segunda. Funda también la primera compañía de seguros del país. Ocupa ministerios, embajadas, representa a Chile en la Liga de Naciones, donde impide que sea admitida la República Española. Casa con Olga Budge.

Agustín Edwards Budge, su único hijo, casa con María Isabel Eastman. A más de dirigir lo relacionado con los diarios y el Banco de A. Edwards, creó la Editorial Lord Cochrane. Tuvo participación decisiva en el gobierno de Carlos Ibáñez que, bajo su orientación, contrató a la misión estadunidense Klein-Sacks, contando con el apoyo del empresariado y la derecha.

Klein-Sacks se vinculaba con el gobierno de EEUU y el Fondo Monetario Internacional. Su intervención establece las medidas económicas que van a marcar una pauta: congelación de sueldos y salarios y precios, liberación del comercio exterior, libre competencia entre productos nacionales e importados, a disminución de la emisión y el intervencionismo estatal, la promoción de la inversión extranjera, entre otras.

fotoAgustín Edwards Eastman vivió entre los años 1970 y 1975 en Estados Unidos desde donde encabezó la acción contra el gobierno de la Unidad Popular. Vicepresidente de Pepsico Inc. y presidente de Foods International, empresa subsidiaria de The Pepsi Company, escupió a su hermana Sonia (der.) cuando ella decidió vender sus acciones de El Mercurio al Estado de Chile, en tiempos de la Unidad Popular, acciones que siendo suyas estaban en manos de Agustín, al igual que las de su fallecida hermana Marisol (cuyo viudo había tomado la misma decisión que Sonia).

Aunque más tarde se negó a pagar el rescate de su propio hijo (lo pagó el tío Roberto) fundó –con motivo de este secuestro de su hijo Cristián– la Fundación Paz Ciudadana, inspirada en el modelo del FBI.

Impotencia y vergüenza se chocan luego de leer y descubrir que el miedo es carne viva en un país donde el poder no sólo aguacha con facilidad impresionante sino que también somete a los mismos que alguna vez se le opusieron, como es el caso de la aceptación de la Fundación Paz Ciudadana, por integrantes del gobierno y de la Concertación.

Esta escritora, figura libertaria de la literatura chilena, ha sido capaz de bucear en nuestra historia rescatando sin miedo hechos cubiertos por capas de deliberado olvido e hipocresía y, caso insólito que debiera servir de ejemplo a escribidores, no trepida en dar crédito a todos los que la ayudan a recopilar los datos y a completar el mosaico que ella con destreza va organizando.

Siguiendo los pasos de Armando Uribe con su Carta abierta a Agustín Edwards y de Manuel Cabieses que se querella contra el director de El Mercurio en el Colegio de Periodistas por haber financiado la conspiración contra el gobierno de la Unidad Popular, Mónica Echeverría se atreve a tratar un tema tabú.

No fue fácil. Esta novela biográfica fue rechazada por muchas editoriales chilenas que, para sorpresa de la autora y de los escritores que lo van sabiendo, confesaron que Agustín Edwards era uno de los accionistas. Cabe señala que corresponde un reconocimiento a Mario Lobo y Pablo Dittborn por haber publicado este libro en Editorial Copa Rota.

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Otras obras de Mónica Echeverría: El vuelo de la memoria y el guión de La última epopeya de Salvador Allende.

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