Nada se extingue: las mujeres cuentan

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Virginia Vidal.*

Simplemente Editores da a conocer con Las mujeres cuentan una muestra que congrega a autoras de diversas edades, trayectorias y puntos de vista.
Entre ellas, tengo muy presente a Ana Vásquez: se quedó en el camino, con ella compartí la pasión de la escritura a lo largo de la vida. Ana, Nicha Bronfman, confiaba en las escritoras y se esmeraba en divulgar su obra sin armar círculos excluyentes.

Así vio la luz la antología titulada: Crímenes de mujeres (Catalonia, 2004). Antes publicó Las Mujeres del Cono Sur Escriben (Editorial Nordam, Buenos Aires-Estocolmo, 1984), que fue traducida a varios idiomas.

Al pensar en esta recopilación de historias, iniciativa de Mónica Tejos, se me ha venido a la mente la “escritura de mujeres” o Nu-Shu. La última mujer china que la dominaba, Yang Huanyi, murió en 2004, muy viejita. Este sistema de escritura se creó hace cuatrocientos años por las mujeres de la minoría étnica Yao en la provincia de Hunan.

 Entonces, las mujeres fundaron una hermandad y se escondían en algún desván para practicar su escritura secreta. Estampaban sus textos en abanicos y pañuelos, en cuadernos cuidadosamente plegados, y también los ocultaban en muestras de bordados. Pincel en mano, aguja en mano, evocaban sus vidas antes de haber sido vendidas o cambiadas por ciertos bienes a algún marido.

Tal escritura permaneció secreta a través de los siglos, sospechosa para todos los regímenes políticos. Se pensó que con la desaparición de Yang Huanyi, esta escritura compuesta por setecientos ideogramas perecía con ella, empero ahora comienza a ser buscada e investigada.

Por suerte, nuestra escritura no es secreta, aunque tampoco los editores se desviven por difundirla.

Escasas antologías reúnen a las escritoras. Josefina Muñoz realizó un digno rescate con Mujeres de palabras. Muestra de escritoras chilenas (Ministerio de Educación, Santiago de Chile, 2009). Merece ser nombrada la Antología de narradoras chilenas de Marjorie Agosin, What Is Secret. Stories By Chilean Women (White Pine Press. Fredonia. New York, 1996).

Los diecinueve relatos de Las mujeres cuentan nos permiten introducirnos en muy diversas realidades. No es de extrañar que varias autoras aludan con datos clave al no muy lejano período de las dictaduras de nuestro continente. Lo interesante es cómo las abordan con pinceladas o puntos de referencia sin mayor énfasis: la alusión a una delación; al toque de queda, a la situación de un padre-madre viudo en horribles circunstancias; la presencia de un chileno combatiente en Nicaragua; prisiones y exilios diversos.

Debo vencer la tentación de referirme a todas, porque sería cuento de nunca acabar. Cada una tiene méritos que incitan a adentrarse en la lectura de su relato. Por ejemplo:

Isidora Aguirre en El Apuntamiento se convierte en portavoz de un preso sumamente infeliz y narra la infamia a que es sometido, manejando con maestría el lenguaje, su sintaxis, la esencia de ese lenguaje que es la expresión de una vida, sentimientos y vivencias.

Capar a uña, permite apreciar como Gabriela Aguilera toma el bastón de relevo de Alfredo Gómez Morel, quien desde la más auténtica marginalidad y desde su experiencia hizo tabla rasa de toda idealización, así fuere familia, nobleza, lealtad. Esta escritura demuestra que para el transgresor avezado, el cuerpo humano es mero objeto donde ejercer el poder hasta humillarlo, degradarlo, exterminarlo.

S(s) y la no historia, de Claudia Apablaza proporciona deleite con su humor y fantasía inventando la más colosal y asombrosa biblioteca de la humanidad (no me cabe duda que muchas de nosotras contribuiremos a enriquecer su no-historia de la literatura universal).

Pía Barros
con Paseos en moto crea un modelo de cuento breve. Coraje y ternura se despliegan en una vida de mujer madre a través de tres pasos mágicos y dolorosos que abarcan la prisión, el extrañamiento y el recuerdo nutricio de la breve y gozosa juventud. Eludiendo la pobreza de la anécdota, crea una atmósfera que envuelve a quien lee, haciéndole sentir la libertad y felicidad aun más allá del sufrimiento y el territorio perdido.

El legado de Alejandra Basualto diluye la frontera de la prosa para penetrar en un ambiente poético donde deviene símbolo lo cotidiano, así fuere casa, puerta, llave. Allí confluyen pérdidas, orfandad, recuerdos, incertidumbre, temores, hasta desembocar en un final inquietante.

La epidemia de Traiguén, de Alejandra Costamagna, nos sume en un ejercicio del absurdo donde lo trágico no está exento de rebordes de comicidad, donde la pasión amorosa conduce al más insensato de los viajes e imprevisible de los finales.

Marejadas de Andrea Jeftanovic, es la perfecta pero horrible tragedia de una madre. En este relato sin tregua se anudan la pérdida de lo más amado y el erotismo abrazado a la muerte. Una batalla librada en el cuerpo esencial, sin adorno posible.

Que nadie duerma de Lilian Elphick, es el cuerpo de la mujer abusada, golpeada, preñada y cosida a puñaladas, visto por los ojos del tanatólogo. Él debe escribir su frío informe en la aparente calidez de su hogar. Él calla y omite, abriendo paso al fantaseo de su mujer ajena a la realidad. Trasciende el cuento la sensación de una complicidad que nos envuelve a todos.

Blanca, de Nona Fernández, establece la mágica y muy femenina continuidad de la memoria de su abuela. Azares que van desde la visita en un sueño al encuentro fortuito con un viejo que la confunde con su gran amor.

Irene Geis en Bzzz, logra mediante una simple onomatopeya centrar la atención en una sórdida confluencia de odiosidades que fluyen en un edificio de departamentos como el agua de los caños. El odio y la violencia de una época proyectados hasta aniquilar las vidas…

Podría estar horas hablando de estos relatos que construyen mundos muy diversos. Las narradoras abordan asuntos trágicos cuya solución no se avizora, como el femicidio. Escriben desde la violencia misma, con muchas de sus variantes, desde la telúrica a la sufrida por acciones ajenas o nacida del propio corazón.

Ejercen su oficio develando algunas de las inagotables manifestaciones del deseo, el gozo y el dolor, el ensueño y el fantaseo; humor y amor, la expresión de sensaciones, experiencias, desafíos. Demuestran que no existe “la mujer”, pues son tantas, diversas, irrepetibles, y cada una, la expresión de condicionamientos, intereses, ambigüedades, encantos y desencantos.

Por otra parte, esta variada muestra reitera la fuerza y libertad del cuento, inagotable género literario donde caben lo fantástico; lo policial; el horror; lo grotesco; lo absurdo. Las mujeres cuentan asumiendo los riesgos y actuando desde su propia escritura, a veces al desgaire, sin eludir lo oscuro, lo ambiguo, lo repugnante, las propias trampas.

Me han preguntado cuál es mi historia favorita, difícil responder. Cada una posee singulares características. Alguna me exige un diálogo porque me obliga a discrepar; ésta me lleva a una atmósfera, un paisaje y lugar que conozco y renueva mis ganas de errancia; de ésa me conmueven su delicadeza, dolor y ternura; de aquélla no comparto su enfoque del mundo; en una admiro su audacia; en otra, su capacidad para recrear el sufrimiento que causa la pérdida de lo más amado.

Me deleitan imaginación desbordante; chispazos de humor, transgresión de fronteras, elusión de censuras. Nos incitan a leer y a escribir más.

Repito las palabras finales de Ana Vásquez: “De personaje a protagonista, qué difícil camino. Esfuerzo que nosotras mismas apenas vislumbramos, porque no hay verdades sino búsquedas, y debemos avanzar a tientas, apoyándonos unas en otras, tratando de escuchar silencios, tratando de interpretar los gestos más comunes y corrientes. Buscando, inventando los caminos de nuestra autonomía.”

* Periodista, escritora.
En http://virginia-vidal.com

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