No bastó el crimen perpetrado. – SERBIA DE NUEVO EN EL CANDELERO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En el CIF (la sección de commentarios libres del Guardian) de hace algunos días, Anna di Lellio, que fue la consejera política de Agim Çeku, el antiguo primer ministro kosovar y en su momento jefe de estado mayor del Ejército de Liberación del Kosovo ( UCK), afirmaba que «el nacionalismo serbio, que se había atenuado brevemente tras la caída de Milosevic, volvía con gran fuerza» haciendo uso de «sus viejas tácticas».

Di Lellio exponía muy pocas pruebas para respaldar lo que afirmaba, exceptuando una declaración del Parlamento serbio que afirmaba (¡oh! ¡ Horror supremo!) que el país está determinado a defender su integridad territorial dentro del marco de la legislación internacional.

Lo que, sin duda alguna, «está volviendo con fuerza» y haciendo uso de sus «viejas tácticas» son las acusaciones contra los serbios, de lo cual Di Lellio es sólo una de las numerosas personas culpables en los medios de comunicación occidentales (incluido, y es triste decirlo, el CIF). Los serbios han sido diabolizados no porque fueran los mayores responsables de las guerras de secesión de los años noventas –que no lo eran–, sino porque han sido un continuo obstáculo a las ambiciones hegemónicas de Occidente en la región.

Occidente quería una Yugoslavia destruída, convirtiendo su Estado independiente y militarmente fuerte en varios protectorados, débiles y divididos, bajo el control del trío OTAN-FMI-UE. «En la Europa de después de la Guerra Fría, no había lugar para un vasto Estado socialista con pretensiones independientes y que resistiese a la mundialización», reconocía George Kenney, antiguo alto funcionario para Yugoslavia del Departamento de Estado (= Ministerio de Asuntos Exteriores) estadounidense.

El gran crimen de los serbios fue no haberse leído el guión

De entre todos los grupos de la antigua Yugoslavia, los serbios, cuya población estaba diseminada por todo el país, eran los que resultaban más desaventajados de su desintegración. Durante una reunión en La Haya en octubre de 1991, los dirigentes de las seis repúblicas constitutivas yugoslavas recibieron un documento titulado La desaparición de Yugoslavia del escenario internacional por parte de los «árbitros» de la Comunidad Europea.

Sólo uno de ellos –el líder serbio Slobodan Milosevic– se negó a firmar el certificado de defunción de su país. En aquella ocasión declaró: «Yugoslavia no fue creada por un acuerdo entre seis hombres y tampoco puede ser destruida por acuerdo entre seis hombres».

A causa de esta simple frase proyugoslava Milosevic fue galardonado con más de una década de diabolizaciones en los medios de comunicación internacionales.

A pesar de sus frecuentes victorias electorales en un país en el que 21 partidos políticos funcionaban libremente, Milosevic fue ( y es aún) sistemáticamente etiquetado como un «dictador», apelativo que incluso su biógrafo Adam LeBor –que le profesa una profunda hostilidad– considera «incorrecto».

Algunos intentos por imputarle algunos hechos en los que ni siquiera participó han bordado el ridículo: en un artículo del Guardian de 2006, Timothy Garton Ash, un profesor de estudios europeos, afirmaba que en 1991 los eslovenos «intentaron romper con la Yugoslavia de Slobodan Milosevic», cuando, en aquella época, el líder de Yugoslavia era, en realidad, el croata Ante Markovic (una correción fue publicada posteriormente).

Según la típica re-escritura de la Historia por parte de Occidente, «Slobo» y los serbios son los culpables del estallido de la guerra en Bosnia. Sin embargo, quien prendió fuego a la mecha en esa guerra particularmente brutal no fue ni Milosevic los dirigentes serbios de Bosnia, sino el embajador de Estados Unidos, Warren Zimmerman, que convenció al separatista bosnio Alija Itzebegovic a rechazar el acuerdo de Lisboa de 1992 por el que se garantizaba la división pacífica de la república.

Incluso después de que los acuerdos de Dayton en 1995 pusieran fin a un conflicto absolutamente inútil, Occidente no dio la más mínima tregua a la serbofobia. En Kosovo, los objetivos estratégicos de Occidente llevaron a defender la línea dura del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), un grupo oficialmente catalogado como organización terrorista por el propio Departamento de Estado americano.

Nadie, en cualquier caso, ningún serbio que yo conozca, negará que las fuerzas serbias cometieron atrocidades en las guerras de los Balcanes y que los responsables de estos actos deberían rendir cuentas ante un Tribunal de Justicia. Ahora bien, este Tribunal no debería estar financiado por las potencias que bombardearon ilegalmente su país hace menos de diez años.

Pero lo que provoca una inmensa cólera entre los serbios es que mientras las atrocidades serbias han sido exhibidas bajo los proyectores de los medios de comunicación occidentales, las atrocidades perpetradas por los otros participantes en el conflicto han sido totalmente ignoradas.

Mientras la atención masiva de los medios se focalizaba en las hostilidades de baja intensidad de tipo «ojo por ojo y diente por diente» entre las fuerzas armadas yugoslavas y el UCK en 1998 y 1999, apenas mencionaron la «Operación Tormenta» –en la que se estima que unos 200.000 serbios fueron expulsados de Croacia gracias al apoyo logístico y técnico de los EE.UU.

Tampoco hubo ninguna publicidad sobre algunas masacres como la matanza de 49 serbios en el pueblo de Kravice, no lejos de Srebrenica, el día de la Navidad ortodoxa de 1993. Recientemente esta ciudad organizó una ceremonia de conmemoración del 15º aniversario de esta tragedia: ni un solo miembro de la «comunidad internacional» estuvo presente.

Hoy, que Kosovo vuelve a estar en los titulares, los anti-serbios vuelven a la escena con fuerza. Y una vez más, el conflicto se describe en términos maniqueos.

Por un lado se da mucha importancia a los malos tratos inflingidos por las fuerzas yugoslavas a los albaneses de Kosovo en 1998 y 1999. Por el otro, se evita hablar sobre la campaña de intimidación del UCK que condujo al éxodo de, según las estimaciones, unos 200.000 serbios, gitanos, bosnios, judíos y otras minorías de la zona tras la intervención de la «comunidad internacional».

«En ningún otro lugar de Europa hay tanta segregación como en Kosovo… En ningún otro lugar existen tantas ciudades y pueblos «étnicamente puros» diseminados en una zona tan pequeña. En ningún lugar reina semejante nivel de temor por parte de tantas minorías de verse hostigadas simplemente por ser quienes son. Mientras siguen las discusiones sobre el futuro estatuto, los serbios y las otras minorías, que sufren la expulsión de sus hogares, las discriminaciones y las restricciones de hablar su propia lengua, temen que el modelo de violencia que han soportado durante tanto tiempo se convierta en ley en el nuevo Kosovo».

Esta es la conclusión del informe del Grupo Pro-Derechos de las Minorías en relación al Kosovo «liberado». ¡Pero cuidado!, lo que dice este grupo ha sido desacreditado por no culpar a los serbios.

El doble rasero que se aplica a todo lo que concierne a los serbios es impresionante. Se nos repite continuamente que la independencia de Kosovo es una simple cuestión de autodeterminación. Sin embargo, no se aplica el mismo principio a los serbios de Bosnia, que desearían unirse a Serbia. En vez de hacerse los paladines del secesionismo kosovar, contraviniendo totalmente el derecho internacional, Gran Bretaña y Occidente harían mejor en reconsiderar su política respecto a Serbia.

Es demasiado tarde para deshacer los crímenes pasados –tales como la enorme campaña de bombardeos de la OTAN, en 1999– pero si modificaran su política en Kosovo, podrían, al menos, constituir un punto de partida hacia la reparación de las injusticias que se han desarrollado durante los últimos veinte años. Ya va siendo hora de dar un respiro a los serbios.

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* Publicado originalmente en www.guardian.co.uk.

Traducción del inglés de Mónica Aragolaza para InvestigAction
www.investigaction.com.

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