Osvaldo Romo: – LOS PERROS MUEREN SIN AMO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Fue cuando joven un gordito con un terrible «pedo en la cabeza». Y fue un traidor. La muerte de Osvaldo Romo Mena no puede entristecer a nadie. Da rabia. Porque su muerte es una forma de decir de que otras muertes no tendrán sepultura. Mi país es una caricatura. Mi país es Chile.

El desastre tiene –contado desde 1973 a julio de 2007– la edad probable del Cristo cuando murió en la cruz, si creemos en su vida y en su muerte. En la Argentina fueron, se conviene, treinta mil los muertos de algún modo bendecidos; tres mil y algo en Chile quizá bendijo la Iglesia que no los supo llorar. Pero es mentira: la muerte no se mide por los cuerpos matados; se cuenta por lo robado al futuro. Romo violó. Trituró. Romo mató. Robó.

Las muertes de Romo escupen la sopa de los encargados de hacer justicia. La muerte de Osvaldo Romo, pobre lumpen, es el hielo de cada trago que bebe –¿whisky, whiskey, gin, vodka, tequilita…?– cada buena conciencia de la «reconquistada democracia» chilena.

Romo Mena, perro de la dictadura, murió sin arrepentirse. No le correspondía arrepentirse: los perros no se arrepienten, ¿pero sus amos? El triunfo de su muerte debe ser consignado: no habló. Viven todavía, julio de 2007, los que aflojaron la amarra. El asesino, con todo su espanto, al final parece mejor que quienes soltaron la tralla.

Gloria Esther Lagos Nilsson fue muerta por Romo. Es mi hermana. Alguna vez un tribunal militar dijo que no. Su cuerpo desapareció. También el del hijo que anidaba en su vientre. Esos «jueces» caminan por las calles. Toman café. Sus hijos y nietos quizá pertenecen al terrible dios de Israel: hasta la sétima generación. Lo recordaré

Nunca he firmado, ni lo haré, un manifiesto para rogar o exigir «justicia» por las víctimas. No hay justicia, no la habrá en un sistema montado para el lucro de los que generan Romo Mena ni para sus administradores cobardes, aunque hayan cerrado la oficina. Amé a mi hermana. Ella no querría que lo olvidara.

Chile 2007: murió Romo. ¿Cuántos echaron diez litros, o veinte, en los tanques de sus vehículos para «cumplir» tareas políticas concertacionistas? Son los miserables herederos de los cuerpos que no aparecen, los traidores, los que dan, pese a todo, pena. Porque el asco puede dar pena.

No olvidar. No creer que los mayordomos de los asesinos pueden hacer más que callar cuando mueren los romos. Ellos son los Romo que nos esperan a la vuelta de la esquina.

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