Políticas de erradicación de la pobreza: Las villas y los “negros villeros”

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María Victoria Romero*

Ubicadas en medio de las urbes, las villas constituyen una de las más fuertes contradicciones que evidencian los modelos económicos excluyentes aplicados en América Latina.

Las villas miserias siempre causaron el recelo de los “otros”, en especial de la “gente de bien”. El conglomerado de casillas de chapa y cartón, los pasillos, la cumbia y los villeros; ese foco “infeccioso” -eso dicen- en donde supone habita el mayor numero de delincuentes. Se hace necesario entonces erradicarlos -también dicen eso-, sacarlos fuera de la vista, no ver ese antro, donde corre la droga y la prostitución. Todas estas voces se escuchan más o menos fuertes.

En cualquier ciudad esos contrastes hacen al paisaje urbano. Las villas, conglomerado urbano clandestino inserto en las grandes ciudades, demuestran ser una consecuencia de la marginación y la pobreza, y consecuencias de un déficit habitacional.

Ubicadas en medio de las urbes, constituyen una de las más fuertes contradicciones modernas que evidencian los modelos económicos excluyentes y las políticas de contención de la indigencia. Sistemas de manutención que aseguran la permanencia estructural en ese estado.

En Buenos Aires, la Villa 31 ubicada en el barrio capitalino de Retiro, y cualquier otra de capital o el conurbano bonaerense se mezcla con los barrios más exclusivos de la ciudad. Idéntico paisaje es posible hallar en Brasil, donde las favelas en Sau Pablo o Río de Janeiro conviven con el resto de la población.

En muchos casos, las villas y las favelas tienen un atractivo turístico. Se trata del conocido “turismo social” que consigue percibir atrayente problemáticas sociales en las que se ven encerradas millones de personas a nivel global.

Esos asentamientos, como en cualquier otro asiento urbano marginal en el mundo, guardan el común denominador de ser catalogadas como sinónimo de delincuencia. Al respecto, la socióloga argentina, Maristella Svampa sostiene que existe una naturalización de la asociación entre “pobreza” y “delito”, categorizando a las poblaciones pobres como “clases peligrosas”, distinguiéndolas del resto de la sociedad y señalando sus núcleos habitacionales como mera fuente del delito.

Y como supuesto foco de delito es necesario extirpar. En Argentina, desde la aparición de “villas miserias”, se llevaron adelante políticas destinadas a erradicarlas.

En efecto, históricamente siempre hubieron intentos de autoridades municipales y nacionales por encontrar una “solución” –la mayoría de las veces fue erradicación o deportación– para el problema que presentaban los asentamientos de familias de bajos recursos que no lograban tener un hogar.

Transitorios o de emergencia, con el tiempo esos conglomerados se convirtieron en algo permanente, constituyéndose en una nueva categoría social: el villero de la villa miseria. Y junto con ese rótulo, surgieron formas culturales e identidades socio-políticas propias, estudiadas desde distintas ramas sociales, políticas y económicas.

Algunos historiadores argentinos sostienen que la primera villa apareció en 1932, en Puerto Nuevo, pero otros hablan de una villa en los alrededores del Hotel de Inmigrantes ya a principios de siglo. No obstante, es en la década de los ’40, cuando surge la villa más emblemática y conflictiva de Argentina: la 31.

La arquitecta argentina Rosa Aboy en su libro “Viviendas para el pueblo”, sostiene que en 1940 el gobierno “proveyó de viviendas precarias a un grupo social muy castigado, esos habitantes pioneros de lo que sería la villa de Retiro eran de origen italiano y el barrio se conocería durante decenios como «Barrio Inmigrantes»”. Hoy el Inmigrantes es uno más de los barrios de la Villa 31, junto al Güemes, Comunicaciones, YPF, y la creciente 31 bis.

Juan Domingo Perón se refirió al problema de la vivienda expresando que “es ya intolerable soportar la miseria en medio de la abundancia. A esta cuestión hay que ponerle término de una vez”. Los golpistas del ’55 fueron en contra del sentido de las políticas peronistas. Para ellos también era intolerable la miseria en medio de la abundancia, pero en el sentido inverso. En lugar de construir viviendas para los pobres, decidieron erradicarlos de la ciudad.

De todos modos, la historia de la eliminación de las villas tiene quizás el punto más álgido durante la última dictadura militar. En ese sentido, Blaustein explica que por la inminencia del Mundial de Fútbol en junio de 1978, muchos “villeros” fueron desalojados de sus viviendas para conducirlos al complejo habitacional Ejército de Los Andes, que luego adoptó un nombre de guerra: Fuerte Apache.

Fuerte Apache había sido concebido para que vivieran allí unas 22.000 personas. Si en algún momento llegaron a ser 100.000, es en parte por la historia de las erradicaciones. La misma que se continuó en el año 2000 cuando para solucionar el problema habitacional se procedió a demoler algunas de las torres del complejo, solución que también se practicó el 16 de marzo de 1991 con la implosión en cadena de los sucesivos bloques del albergue Warnes, espectáculo político emitido en vivo y en directo.

A principios de los ’90, Carlos Menem firmó un decreto para entregar las tierras a sus ocupantes, pero nunca se implementó. En 1994 el entonces intendente de Buenos Aires, Carlos Grosso ofreció alternativas de dinero para desalojar a sus ocupantes y construir la Autopista Norte.

Los intentos de desalojo se detuvieron en 1996, pero en 1998 la promulgación de la ley 148, por la Legislatura de Buenos Aires, ponía el acento nuevamente en la atención prioritaria de la problemática social y habitacional en las villas y núcleos habitacionales transitorios.

Ahora se espera la ejecución del proyecto Retiro 2010 –una réplica de Puerto Madero- plan para urbanizar una parte de los terrenos de los ferrocarriles que circunscriben la Villa 31, y reconvertir una franja de terrenos -unas 18 hectáreas- paralelas a la Avenida Libertador, en espacios públicos y en una zona comercial. Pero poco se dice del futuro habitacional de las personas que en la actualidad habitan esas hectáreas.

Las cifras de la población en situación de pobreza crecen con el paso del tiempo. Para el 2030, según un informe de la ONU, más de dos mil millones de personas vivirían en villas de emergencia en África, Medio Oriente, América latina y Asia.

Las barriadas de Perú, los cantegriles de Uruguay, ranchos en Venezuela y callampas chilenas, las favelas y villas, son expresiones de un fenómeno urbano ligado al déficit habitacional y a políticas y economías de exclusión históricamente aplicadas en América Latina.

Políticas que encaminan a sus habitantes, “los negros”, “los cabezas”, junto a sus núcleos habitaciones, a convertirse en esa “molestia” para el resto de la sociedad, los sepulta como “delincuentes” , dejándolos sin alternativas de cambio y progreso.

*Publicado en APM

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