Reforma militar argentina – O CÓMO PONERLE EL CASCABEL A UN VIEJO GATO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La ley existe desde los tiempos de Alfonsín, pero, como tantas otras, nunca se reglamentó. Ahora la gestión Garré (imagen de apertura) al frente del Ministerio de Defensa viene a subsanar aquel olvido/descuido/picardía/miedo/lobby o póngale el lector el nombre que prefiera. Lo cierto es que esta semana se anunció un paso decisivo para la democracia: el esperado recorte del poder de los jefes de las Fuerzas Armadas, quienes desde ahora no tendrán facultades para decidir ascensos, comprar materiales bélicos ni autorizar ejercicios de adiestramiento. Nada menos.

Esto es lo importante, y no los todavía resonantes dimes y diretes sobre el acto lamentable en Plaza San Martín y las durísimas reprimendas de Kirchner (abajo, der.) y el general Bendini en Campo de Mayo.

Se trata de ponerle el cascabel al gato, para convertirlo de una vez en animal de la democracia. Hubo que esperar muchos años para llegar a este paso histórico, que reduce el poder personal de los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, quienes por décadas tuvieron poderes feudales, groseramente incoordinados como se vio en la Guerra de Malvinas, y/o al servicio de las peores causas como en la dictadura. Ahora será función del Estado Mayor Conjunto decidir el rumbo y el accionar de las FFAA.

No fue fácil llegar a esto. Empezó a vislumbrarse cuando se descubrió en Trelew que marinos trasnochados jugaban a la “inteligencia” en forma ilegal y antirreglamentaria. Y estalló con la provocación del 24 de Mayo, cuando un grupo reivindicó el terrorismo de Estado nada menos que ante el cenotafio que honra a los caídos en Malvinas, agredió periodistas, amenazó a Kirchner e insultó a Bendini como “traidor” y “lacayo”.

Todo eso no podía responderse sino con dureza. De ahí el discurso del presidente en Campo de Mayo, el lunes 29, Día del Ejército: «Queremos el Ejercito de San Martín, Belgrano y Mosconi, y no el de aquellos que asesinaron a sus propios hermanos, como fueron los de Videla, Galtieri, Bignone y Viola», le dijo a la oficialidad.
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Definió la provocación del 24 como “rayana en la apología del delito”. Y culminó alzando los ojos del texto para decir: “Como presidente no tengo miedo, no les tengo miedo». El agregado del objeto indirecto es toda una definición: ni bravuconada ni amenaza, sí interpretación de un sentir que –por fortuna– la democracia ya ha instalado, con todas sus contradicciones y deudas, en la sociedad argentina.

Los tres capitanes (de apellidos Lucioni, Listorti y Oesquer) y dos tenientes (Ferrero y Gaspar) que asistieron a la provocación del 24 vistiendo uniforme, y su jefe el mayor Carlos Fabián Magnani –todos de la Compañía de Comando 601– fueron inmediatamente sancionados con arrestos, pero deberían ser lisa y llanamente dados de baja por la gravedad anticonstitucional y antidemocrática de su conducta. Igual decisión debería tomarse con el hijo del ex dictador Jorge Rafael Videla, hoy teniente coronel en actividad, por su desplante ante el Comandante en Jefe al retirarse del palco sin autorización y mostrando su disgusto.

Resulta peligroso, ofensivo e irritante que dinosaurios vestidos con los uniformes de la República sigan disfrutando de privilegios absurdos, como los salarios y jubilaciones que pagamos entre todos y que superan a los que perciben docentes, médicos y la gran mayoría de los trabajadores.

Todos estos episodios vienen a desmentir la romántica y difundida idea de que los oficiales educados en democracia son “diferentes” de los antiguos jerarcas. Evidentemente no es tan así, y si bien es cierto que los militares de hoy no tienen por qué cargar con el peso de las atrocidades cometidas por sus antecesores, también lo es que provocaciones como la de Trelew, Plaza San Martín y Campo de Mayo redoblan las alertas frente a los fanáticos y fundamentalistas de uniforme.

Tampoco es cierto que “pocos sectores de la vida nacional han hecho en los últimos años tan valorables esfuerzos en materia de autocrítica como las FFAA”, como sostiene Rosendo Fraga en La Nación. En rigor de verdad, todos los cambios que hubo hasta ahora en las FFAA fueron impuestos por la democracia y la Constitución. Y todos fueron resistidos por la corporación militar.

Fraga sostiene además que “las Fuerzas Armadas aparecen como el adversario político más constante o permanente que ha elegido Kirchner” y eso tampoco es verdad. No sólo es una peligrosa manera de darles una jerarquía que no tienen –ni deben volver a tener jamás– sino que es la vía para blanduras como las de Alfonsín, Menem y De la Rúa, que tanto nos costaron. Las FFAA no están ni deben estar en el primer lugar político-ideológico de nada en la República.

Es evidente –al contrario de lo que creyeron todos los ministros de Defensa de los últimos 20 años– que persisten peligrosas continuidades entre los militares “viejos” y los “nuevos”. Y si bien es cierto que con 70.000 efectivos en las FFAA (la mitad en el Ejército) seis oficiales jóvenes no serían un riesgo, el problema cobra importancia gracias al lobby de dinosaurios y mujeres exaltadas, y a cierto periodismo que los utiliza para desestabilizar.

Ahí está la tozuda “teoría de los dos demonios”, fogoneada últimamente por periodistas como Mariano Grondona, quien ya recuperado de sus autocríticas retoma ahora las ideas más retrógradas que hace 40 años lo llevaron a ser guionista de Onganía, primero, e ideólogo de Videla después. Ahora no cesa de darle letra a los neogolpistas, duodemonistas y demás fauna recalcitrante que insiste en la “media verdad”, en que la historia “debe ser completa” y otros argumentos que pretenden igualar al terrorismo de Estado, la tortura, la desaparición de personas, la apropiación de niños y el genocidio, con los desvaríos y exabruptos de dirigencias que debieron ser castigadas con el Código Penal y que no tenían en sus manos las armas de la República ni la representación del Estado.

Esa infame teoría sigue envenenando, por lo visto, a muchos jóvenes oficiales. Y a otras personas, como ese dechado de rencor que es la patética señora Cecilia Pando de Mercado –esposa del oficial pasado a retiro porque sutilmente la utilizaba, con su silencio, para decir lo que él no se atrevía por vestir uniforme–, quien hoy es asesora de una diputada nacional que responde al Comisario Patti.

Lo más importante a futuro, queda dicho, es la reforma militar. La reestructuración limitará las necias autonomías de cada fuerza, y desde ahora el reclutamiento, adiestramiento, designaciones, destinos y compra de material bélico será decidido –como sucede en las fuerzas armadas de los Estados Unidos– por el Estado Mayor Conjunto, mientras que comandantes y jefes se encargarán solamente de instrumentar las órdenes. El organigrama del nuevo sistema, basado en el de la superpotencia, organiza de hecho una única fuerza de defensa, con tres alas subordinadas: Ejército, Armada y Fuerza Aérea, todas dependientes del EMC.

Es impresionante y auspicioso que esto sea conducido por la primera mujer al frente del Ministerio de Defensa, una posición harto sensible en la que hasta ahora se había colocado a timoratos negociadores que se comportaban como delegados de los militares y no como representantes de la civilidad. Quizás por eso, y no sin ironía, una aguda observadora chaqueña definió a Garré como “nuestra Condolezza”. Más allá del chascarrillo, habrá que seguir sus pasos con atención porque las provocaciones van a seguir. Es impredecible el rumbo de los acontecimientos cuando hay tanto resentido suelto y todavía falta concluir la cuestión de los liceos militares.

“Sordos ruidos” seguiremos oyendo, parece. Por eso, sólo claridad y firmeza marcarán el camino y toda claudicación será un crimen contra la memoria, la justicia y la paz.

Loada sea la ardua Democracia Argentina.

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* Escritor y periodista argentino.

Artículo publicado en la revista Debate, en su edición del 1º de Junio de 2006.

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