Rupturas y secuencias. – IZQUIERDAS Y DERECHAS EN LA POLÍTICA VENEZOLANA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Resulta ya un lugar común en Venezuela que se acuse de derechista (o de peón de la derecha) a quienes –ubicados en el bando de la revolución bolivariana– emitan algún juicio de opinión contrario a la verdad oficialmente admitida, máxime si es una denuncia sobre presuntos hechos de corrupción administrativa. Lo paradójico es que las víctimas estigmatizadas suelen ser luchadores revolucionarios que siempre demostraron una trayectoria abiertamente de izquierda y, aún más paradójico, es que quienes lanzan los dardos no provienen precisamente de la izquierda, sino de la derecha, habiendo sido militantes activos de los dos partidos políticos tradicionales, como lo son AD y COPEI.

Además de ellos, hay un importante sector de militares en posiciones de gobierno y de dirección partidista, ajenos al pensamiento de izquierda (salvo Chávez y alguno que otro) formados ideológicamente en las Fuerzas Armadas bajo la doctrina de seguridad nacional implantada por Estados Unidos en nuestra América, la cual definía como enemigo principal a la población civil, especialmente a quienes juzgaban de subvertir el orden establecido al demandar de las elites gobernantes una mayor democracia y reivindicaciones socio-económicas, siendo reprimidos y ejecutados extrajudicialmente como algo de lo más normal.

Esta heterogeneidad de caracteres ideológicos (si vale la frase) ha hecho del proceso revolucionario venezolano un caso singular en la historia clásica de las revoluciones, aunque –si se considera la personalidad de Hugo Chávez– no sería éste el único caso en que se pretenda hacer una revolución teniendo como líder fundamental a un militar populista y nacionalista, a semejanza de los generales Juan Domingo Perón, Omar Torrijos y Velasco en Argentina, Panamá y Perú.

Tal heterogeneidad le ha restado a este proceso la posibilidad de disponer de una teoría revolucionaria unificadora, a pesar del proclamado socialismo del siglo XXI que todos recitan aceptar y defender, pero que no tiene una expresión práctica que lo defina exactamente, quedando todo en las directrices –a veces contradictorias– lanzadas por Chávez. Si sentáramos a una misma mesa de discusión para definir que es este socialismo del siglo XXI, a dirigentes formados en la socialdemocracia, la democracia cristiana, el materialismo histórico o científico, los institutos militares y la ultraizquierda, pasando por todos sus matices o variaciones, tendríamos puntos de vista disímiles que hacen imposible armar una revolución pretendidamente socialista, y eso sin ser ortodoxos.

De modo que ésta es una explicación insoslayable a la hora de establecer las causas que obstaculizan –en uno y otro sentido– el avance, la caracterización y la consolidación de este proyecto revolucionario, no obstante el decidido respaldo popular del cual aún goza.

Así que ahora, con el cambio de correlación de fuerzas a favor de las tendencias de signo izquierdista, ser de derecha es una mácula insoportable y excluyente para quienes se aplica. No como en el pasado cuando “ser de derecha no sólo era políticamente correcto –como refiriera Jorge Majfud en un artículo titulado, precisamente, Sobre izquierdas y derechas– sino, además, una necesidad de sobrevivencia”, dado que ser etiquetado como de izquierda era estar del lado del diablo en contra del status quo, de la Patria y de Dios.

Hoy, ni la misma gente de derecha parece admitir abiertamente que es de derecha; por eso, instituciones milenarias como la Iglesia Católica, la cual siempre favoreció o bendijo los regímenes derechistas, tratan de eludir tal condición, aunque su conducta la delate. Esto, sin embargo, no es suficiente, al igual que la tradicional división surgida entre derecha e izquierda durante la Revolución Francesa. “El hecho de que jacobinos y girondinos se sentaran –dice Majfud– de un lado o en el otro de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria fue meramente circunstancial”. Sin embargo, en descargo se podría mencionar que ello sería posible si se nutre ideológicamente, como antes se pretendió en el siglo XX, una posibilidad que muchos niegan, aduciendo que es parte del pasado.

Lo cierto del caso es que el proceso revolucionario bolivariano, inversamente a las insistentes referencias de Chávez respecto al socialismo y a quienes ofrendaron sus vidas por su concreción en el mundo, se mantiene afincado sobre las estructuras y los comportamientos heredados de la derecha.

Mientras no marche decididamente, dotado de una ideología verdaderamente socialista, en procura de un cambio estructural que invierta las relaciones de poder y de producción, haciendo realidad la democracia participativa y protagónica en todos sus aspectos, podría precipitarse su final, frustrándose así las expectativas populares. Lo otro es depurar con carácter de urgencia sus filas de los elementos de derecha que mantendrán su obstinada resistencia a los ideales socialistas, aunque los asuman de la boca para afuera. Esto le daría una mejor perspectiva y vigencia.

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* En ARGENPRESS, agencia de noticias independiente argentina.
www.argenpress.info.

El artículo citado:

SOBRE IZQUIERDAS Y DERECHAS. EL MIEDO A LA LIBERTAD

Por lo general, un fenómeno histórico se naturaliza gracias a la desmemoria (de ahí el valor político de la neutralidad y del olvido). Claro que no todas son razones políticas: se suponía que del corazón procedía un nervio que terminaba en uno de los dedos de la mano izquierda, razón por la cual hoy se usa allí el anillo de bodas.

Un hombre lleva a su novia al altar con el brazo izquierdo porque siglos atrás otros novios debían dejar la derecha libre para empuñar la espada destinada a ensartar al enemigo. Los carruajes circulaban por el lado izquierdo de los caminos: la derecha del chofer empuñaba el arma para defenderse de los otros conductores.

Jorge Majfud

Por razones políticas, la Francia y la Norteamérica revolucionarias eligieron circular por la otra mano y Napoleón lo confirmó, no por ser revolucionario sino porque era zurdo. Darse la mano o saludar con la derecha en alto pudo significar lo mismo: era la forma de verificar amistosamente que uno no estaba armado.

A pesar de que la derecha significaba la violencia, simbólicamente era asociada con todas las virtudes. El caballero que cruzaba solitario o junto a otros nobles los campos de Europa y Medio Oriente estimaba su mano derecha por muchas razones, entre las cuales estaba la identificación con la defensa. En un mundo violento, la derecha servía para defenderse, por lo tanto poseía un valor superior a la izquierda y a la razón. No se discutía que la derecha servía para defenderse de otras derechas en una cultura de la violencia.

Igual, los ejércitos se justifican aún hoy por la defensa de la patria y del honor y no por el ataque a otras patrias y a otros honores. Right, destra, derecha, derecho, diestro pasan a ser sinónimos de virtud mientras que la izquierda se identifica con lo siniestro (la sinistra). La cultura alimentaba la superstición de que un zurdo era un socio del Mal y a los niños en las escuelas se les ataba la mano izquierda y se los forzaba a escribir con la derecha.

Al mismo tiempo, como ya observara Saussure, un signo no tiene por qué tener alguna relación necesaria con su significado. El hecho de que Jacobinos y Girondinos se sentaran de un lado o en el otro de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria fue meramente circunstancial.

Lo que no es accidental es la creación de campos semánticos (el establecimiento de ideoléxicos) en la lucha por el poder social.

Veinte o treinta años atrás en el Cono Sur era suficiente declararse izquierdista para ir a la cárcel o perder la vida en una sesión de tortura. Casi la mayoría de los ciudadanos y casi todos los medios de prensa cuidaban –de formas diversas– de identificarse con la derecha. Ser de derecha no sólo era políticamente correcto sino, además, una necesidad de sobrevivencia.

La valoración de este ideoléxico ha cambiado de forma dramática. Lo demuestra un reciente juicio que tiene lugar en Uruguay. Búsqueda, un semanario muy conocido, ha entablado juicio contra un senador de la república, José Korzeniak, porque lo definió como “de derecha”. Si esta actitud fuera generalizada, tendríamos que decir que la censura ya no procede del poder político hacia los medios de comunicación, como antes, sino de los medios de comunicación hacia los políticos en el poder. Lo cual sería una interesante rareza histórica.

Otra rareza la constituye el proceso. La jueza del caso debió llamar a diferentes testigos para definir qué es derecha y qué es izquierda. Se asume que el proceso judicial debe resolver un problema filosófico que nunca ha quedado cerrado ni resuelto. El ejercicio dialéctico es totalmente saludable, pero la forma y el lugar resultan por lo menos surrealistas.

Supongo que si se demostrase que Búsqueda no es de derecha el senador perdería el juicio, pero si se demostrase lo contrario, sería absuelto de su delito. No obstante, de aquí se desprende otro problema. ¿Cómo, es delito la libertad de expresión? ¿Qué importa si Búsqueda es de derecha o es de izquierda para la ley? ¿Por qué se debería considerar un insulto o un delito civil ser de derecha? ¿No es de derecha toda la oposición al gobierno y quien sabe si no también el gobierno mismo desde algún punto de vista más radical?

Descartamos las pretensiones de independencia, de neutralidad o de objetividad, porque esas supersticiones ya fueron demolidas por pensadores como Edward Said. Nada en la cultura es neutral, aunque la voluntad de objetividad sea una virtud utópica a la que no debemos renunciar. Parte de la honestidad intelectual consiste en reconocer que nuestro punto de vista es humano y no necesariamente el punto de vista de Dios. Históricamente se prescribe neutralidad política sólo cuando se trabaja a favor de un statu quo, ya que todo orden social implica una red de valores políticos impuesta por la violencia de su pretendida neutralidad.

Si el senador es de izquierda o de derecha, si este o aquel diario son de izquierda o de derecha, eso le corresponde juzgar a cada ciudadano. Lo único que cada ciudadano debe exigirle a la ley, a la justicia, es que respete y proteja su derecho de opinar lo que se le antoje y su derecho a hacerlo en cualquier medio. En una sociedad abierta, la censura sólo debería proceder de la razón o de la fuerza de los argumentos. Si fuese posible un consenso social sobre un tema x, éste debería derivar de la más absoluta libertad de expresión y no de la imposición de la fuerza de alguna autoridad o del miedo al “delito de opinión”.

¿Es que los uruguayos, que tanto nos enorgullecemos de nuestra tradición democrática, todavía no podemos superar los parámetros mentales de la dictadura? ¿Por qué ese miedo a la libertad?

En muchos de nuestros países todavía proliferan los juicios por razones de “honor”. La impronta del duelo a muerte –herencia de los violentos caballeros de la Edad Media– proyecta sus trazas sobre una mentalidad anacrónica. Como el célebre “honor de las armas”, ideoléxico paradójico, si los hay, ya que nada menos indicado para ostentar honor que los instrumentos de la muerte.

Alguien podría argumentar que si Juan me insulta eso mancha mi honor. Sin embargo, aún en ese extremo, en una sociedad abierta yo tendría el mismo derecho a responder al hipotético agravio usando los mismos medios. Pero la misma idea de que alguien puede agraviar a otra persona recurriendo al insulto es una construcción equívoca: quien insulta gratuitamente insulta su propia inteligencia. Si supiésemos desarrollar una cultura de la libertad y desterrar el implícito miedo al debate y la disidencia, el insulto sería un recurso indeseado como lo es hoy batirse en un ridículo duelo de armas. Por la misma razón, dejaríamos de confundir las críticas con el agravio personal.

Puedo entender que la apología del delito sea considerada un delito en sí, pero todavía no hemos podido demostrar cabalmente que llamando a alguien o a un medio de prensa con el título de “derecha” sea una apología del delito. Primero, porque ser de derecha no induce necesariamente (de forma directa y deliberada) al robo o al crimen. Segundo, porque conocemos personas que creen honestamente que ser de derecha es una virtud y no un insultante defecto. Tercero, porque nadie está a salvo de actos y de opiniones de derecha.

(fechado):
The University of Georgia, 6 de mayo de 2007.

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* Escritor y profesor de literatura latinoamericana.
http://majfud.50megs.com.

majfud@majfud.org.

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