Venezuela: ¿apoyar, apoyar críticamente, no apoyar?… He ahí el dilema

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Marcelo Colussi*

 Si este texto estuviera escrito por un “peso pesado” (Noam Chomsky, Eduardo Galeano…) seguramente sería leído con más detenimiento. De un autor menor, es menor el impacto logrado. ¿Lo leerá alguien incluso? Comenzaré con una consigna del Mayo francés de 1968:“Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”.

¿Por qué empezar con esta referencia, provocativa sin dudas? Para dejar indicado cómo todavía estamos atados, demasiado atados, quizá enfermizamente atados a la noción de VIP. Sí, así como suena: VIP, very important people, “gente muy importante”. Lo que sucede en Venezuela es una palmaria –y quizá patética– demostración de ello.

Para la gente de izquierda (dejamos de momento la discusión en torno a qué es exactamente “ser de izquierda”: ¿progresista, anticapitalista, optar por la lucha armada como herramienta de cambio, socialdemócrata al modo escandinavo, Daniel Ortega lo es actualmente, lo fue antes, o Lula en Brasil, lo es no ser homofóbico, votar por el PSOE en España?), pues bien: para la gente de izquierda en su más amplio sentido, el proceso que se abrió en Venezuela hace algunos años fue una fuente de esperanza. Esa es (¿era?) su fuerza: devolver una esperanza que había sido secuestrada.

Después de los años de dictaduras sangrientas que barrieron toda Latinoamérica, dictaduras que respondían en todos los casos a la estrategia hemisférica trazada por la Casa Blanca , vinieron los planes neoliberales; valga decir que en Venezuela, aunque no hubo dictaduras similares a las del Cono Sur o a las de Centroamérica, en la década de los 70 igualmente se asistió a una guerra sucia de desapariciones, torturas y masacres contra el movimiento popular que descabezó todo germen de protesta.

También el incipiente movimiento guerrillero que operó en los 60 fue virtualmente barrido, aunque poco se sabe de toda esta represión fuera del país, que presenta hacia el exterior un perfil de continuidad democrática y bonanza económica, incluidas las Miss Universo como símbolo nacional. Pero la represión feroz, igual que en todos los países del área, se dio; y esos regímenes sangrientos (con o sin militares en el poder -Costa Rica tampoco tuvo regímenes de facto e igualmente implementó planes neoliberales sin anestesia-) prepararon las condiciones para un Carlos Andrés Pérez, o un Carlos Salinas de Gortari en México, o un Carlos Menem en Argentina, u otros menos grotescos, los cuales, desde estructuras constitucionales, pusieron en marcha proyectos de destrucción del Estado y penetración del gran capital tal como ningún militar (excepto Pinochet en Chile) logró con cárceles y cementerios clandestinos.

Luego de esas décadas desastrosas, de absoluta desmovilización, de pérdida de conquistas sociales -en consonancia con el derrumbe del bloque socialista europeo, que también contribuyó a acentuar el clima de desesperanza- todo el campo popular entró en repliegue. Las izquierdas políticas quedaron silenciadas, o transformadas en tibias manifestaciones amansadas, con saco y corbata. Y recién en años siguientes las izquierdas sociales, las manifestaciones populares de resistencia (movimientos campesinos, indígenas, desocupados, luchadores por derechos humanos) volvieron a levantar la voz. Pero la aparición del fenómeno venezolano es el que realmente le da nuevo aliento a la lucha popular, a la lucha contra el capitalismo feroz, rebautizado con el eufemismo de neoliberalismo.

Fue el calor de la Revolución Bolivariana el que nuevamente pone en la agenda el tema del “imperialismo”, del “socialismo”, sacándolos de su lugar de “monstruosidades demonizadas” condenadas a ser mencionadas sólo por Fidel Castro y compañía, a quien(es) se intentó ridiculizar estos años pasados presentándolo(s) como un dinosaurio equivocado de época. Pero lo que esos “dinosaurios” dijeron todos estos tiempos de oscuridad queda demostrado que era cierto: el imperialismo sigue siendo voraz, el capitalismo no resuelve los problemas sociales, la empresa privada es eficiente… sólo para ganar dinero. Y el Estado, aún en un país capitalista, es la única garantía de cierta equidad para la totalidad de la población y no un mecanismo deficitario como se quiso hacer creer, válido sólo para privatizarlo… o para reprimir a los pueblos cuando protestan.

En ese sentido el proceso que se empezó a vivir en Venezuela es una demostración que “no todo está perdido”, que la historia sigue adelante, que la esperanza continúa y los pobres pueden vivir mejor con un planteo socializante que con el neoliberalismo.

De todos modos, desde el inicio de ese proceso en Venezuela se abrió el interrogante respecto a ¿qué es eso del “socialismo del siglo XXI”? Quizá fue, en sus comienzos, un guiño: un intento de construir un modelo de compromiso social sin repetir los errores y excesos de los primeros experimentos socialistas, plagados de autoritarismo y burocracia.

Fue un experimento, sin dudas. ¿Nuevo nombre para un capitalismo con rostro humano?; ¿nueva propuesta de economía mixta? Algunos decían, años atrás, que no podemos llegar al socialismo del siglo XXI si no partimos del socialismo del siglo XIX, de los fundamentos teóricos que construyeron sus iniciadores: no se trataría de “mejorar” la sociedad capitalista sino de crear una nueva. La discusión se comenzó a dar luego de años de silencio sobre estos temas. Eso, en sí mismo, ya fue una buena noticia.

Se dibujaban, entonces, dos escenarios posibles (como mínimo) de la revolución para el corto y mediano plazo (sin contar con su reversión total y absoluta por medio de un golpe cruento, por una derechización fascista, cosa que, de momento, no ha sucedido, pero que no se podría descartar): por un lado una propuesta de “tercera vía”, un capitalismo humanizado, socialdemócrata en el mejor de los casos (que sería lo que más o menos se vino construyendo en estos últimos años, con un empresariado nacional y multinacional que hizo grandes negocios, con grandes contratos petroleros para empresas transnacionales, pero con una distribución de la renta nacional algo más equitativa). El otro: la profundización hacia el socialismo, definiendo y poniendo en práctica una clara línea programática en relación a ese nuevo socialismo del que mucho se habla pero del que todavía no se sabe bien hacia dónde va. Ahora bien: ambos proyectos no es posible que convivan. O se expropia o se mantiene la propiedad privada. Llega un momento en que hay que definir las cosas.

Se podrá decir que la coyuntura internacional de la Venezuela chavista no es la misma que la de Cuba en la década del 60, con una Unión Soviética aún victoriosa, fuerte y en crecimiento. Ello es cierto, sin dudas. ¿Pero eso justifica lo que actualmente estamos viendo?

La derecha política enquistada en el aparato estatal -pero fundamentalmente en la cultura dominante, en la ideología de los cuadros directivos- no permite avanzar en la profundización de la revolución. La idea de “hacer buena letra” con el enemigo es mediocre. El enemigo es siempre el enemigo. ¿Acaso el odio de clase se podrá desaparecer con una sonrisa de cortesía?

La dialéctica de la sociedad es algo mucho más complicado que una cintura política muy buena como la del conductor Chávez. Su carisma puede ser grande, pero la lucha de clases también a él lo incluye, lo arrastra, lo fagocita. Quizá eso habría que decírselo, porque parece no haberlo entendido según los últimos acontecimientos (entrega de luchadores revolucionarios para congraciarse con la ultraderecha colombiana, y en definitiva, para bajar su perfil “revolucionario”, “molesto” con el imperio).

La Revolución Bolivariana que comenzó a construirse en Venezuela sigue siendo una esperanza, una ventana hacia algo nuevo. Como decíamos al inicio, puede ser el paso a un mundo no regido por la ética de “los triunfadores”, los VIP, y los “segundones”. Ese es el reto en juego, y vale la pena tomarlo. Hoy Venezuela pasó a ser un ejemplo de dignidad para todos los pueblos de Latinoamérica. ¿Qué podríamos hacer sino apoyarla? Después de las décadas perdidas y de la caída del socialismo real, es nuestra fuente de esperanza. Es nuestra responsabilidad como seres humanos que seguimos teniendo esperanza en un mundo mejor dar nuestro granito de arena en esta empresa.

Apoyarla críticamente quizá, mostrando sus falencias, sus límites, para tratar de ir más allá, y teniendo claro que todo este proceso, estos errores políticos que ahora comente la revolución, eso no es el enemigo. Aunque ahora, con lo que hemos estado viendo últimamente, se abren serias dudas. Y es ahí donde se plantean estos dilemas: ¿apoyar a un Chávez que se quiere congraciar con la derecha colombiana? Más allá de las explicaciones tácticas que puedan argüirse, ¿es eso estratégico? ¿Pueden levantarse esos valores? ¿Se acepta una guitarra de regalo de Shakira pero se entregan luchadores revolucionarios?

Esta conducta errática del comandante Chávez, que muestra a todas luces que maneja a su total parecer el proceso y que se ha ido olvidando del poder popular, preocupa. ¿Se vendió la revolución? ¿Pueden las “razones de Estado” ser más importantes que los principios? ¿Hay gente VIP entonces?
Como buen cristiano que dice ser, debería no olvidar el mensaje del Mesías entonces (si es que nos permitimos hacer esa lectura “socializante” de la figura de Jesús de Nazareth): ¿está con los poderosos o con los menesterosos? Porque “no se puede servir a dos señores. O sirves a Dios o al Diablo”, Lucas 16:1-13. Pues, si no, se podría terminar justificando todo, y decir como Barack Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz: “A veces la guerra está justificada para conseguir la paz”.

Como no soy VIP, probablemente Chávez ni lea esto. Pero el mensaje queda de todos modos: ¡cuidado, comandante: aunque no quiera, la lucha de clases ahí está, y congraciarse con el enemigo no sirve para derrotarlo! Aunque no le guste, aunque sea disonante, la proclama del Mayo francés citada en el epígrafe encierra una gran sabiduría.

 

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