Venezuela: – ENTRE CHURCHILL Y CHAMBERLAIN

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Quizás no se pueda decir que el Primer Ministro Chamberlain era un tipo sin buenas intenciones. Cuando toma el avión y marcha a Berlín a reunirse con Hitler es un líder débil de un país débil. Chamberlain está asustado cuando los «pajaritos preñados» que llenaban su cabeza lo envían a la negociación imposible. De regreso en el aeropuerto de Londres bate, al pie de las escalerillas y ante sus conciudadanos, el pedazo de papel que supuestamente le garantiza la paz a Inglaterra, deja para la historia una de las escenas más patéticas y desconsoladoras de las que se tengan noticias.

Chamberlain había ilusionado a sus compatriotas con un imposible, había negociado con quien no se podía negociar, había pasado por encima de todas las expectativas razonables que indicaban que, fracasados los halagos del nazismo a los ingleses, tarde o temprano se dirigiría a declararles la guerra.

Él es Chamberlain, el que no le habló claro a su pueblo, el que le cargó la cabeza con falsos presupuestos.

Tendría que venir Churchill, en una clara expresión de que la vieja Albión era capaz de generar un líder que la condujese cuando el agua le llegaba al cuello. Churchill, como todo líder verdadero habló claro y se lo dijo a los ingleses meridianamente, como hace todo líder cuando debe dar un mensaje a su pueblo. Churchill dijo a sus compatriotas que sólo podían esperar «sangre sudor y lágrimas».

Él es Churchill, el que habló claro, el que no le cargó la cabeza al pueblo inglés de falsos presupuestos, el que preparó para lo inevitable.

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El ejemplo de Inglaterra en el fondo parece sacado de una tragedia shakesperiana y así como el gran poeta dejó lúcidos estereotipos del drama, Inglaterra nos dejó éste del siglo XX, un dilema hamletiano: To be or no to be. Decir la verdad o engañar con falsas ilusiones. En todo drama nacional parecen revivir Churchill y Chamberlain, polos opuestos de una vieja malaventura. La dicha de Inglaterra fue que Chamberlain fue sustituido por Churchill. La dicha de Inglaterra consistió en tener un líder equivocado sustituido por el líder apropiado para el tenebroso momento.

El drama venezolano es entre Churchill y Chamberlain, sólo que existen muchos Chamberlain y ningún Churchill. Los Chamberlain criollos han estado engañando con falsas ilusiones.

Cuando los 14 aspirantes a presidente imitan las cuñas de televisión de una tarjeta de crédito, dicen frasecillas propias de la más profunda normalidad democrática, se disfrazan de lobos feroces que tutean al líder de la revolución, van a programas de televisión a decir que «gobernarán con apego a la ley», hablan de «reconstruir la infraestructura», presentan «programas de gobierno económicos», cuando dicen ser candidatos para «proyectarse» hacia el futuro, están vistiendo los paños de casimir de Arthur Neville Chamberlain.

Igual los que van a la TV a enumerar: Es que controla la Fiscalía, la Contraloría, las Fuerzas Armadas. Son los llorones apellidados Chamberlain. Los diagnosticadores son Chamberlain, con sus apariciones inútiles en pantalla a repetir lugares comunes y a aburrir quien tenga un gramo de inteligencia. Chamberlain es el más grande vendedor de paños ingleses vestidos por los próceres que nos fastidian día a día.

Por el otro lado no existe Churchill. El que les diga a los venezolanos que aquí lo que viene es candela pura, truenos, relámpagos y lluvia ácida.

El que sacuda al país diciéndole que parece una nación rociada de burundanga, pues ha perdido la voluntad y la intrepidez. El que hable claro, que diga que en este país apenas se inicie el año de 2007 van a ponerse en el firmamento nubarrones negros y que, a medida que el año avance, el futuro se disipará, que no hay futuro al cual proyectarse porque futuro no hay y que la única manera de tener uno es embraguetándose y que el primer paso para poner una pequeña piedra de ese futuro es hablando claro, ofreciendo la única cosa que se puede ofrecer: sacrificio, desventura, voluntad de supervivencia.

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Entre un país vacilante, mal informado, a ratos desinformado intencionalmente, y un país consciente de lo que se le viene encima, no existe la menor duda para la escogencia. No se puede seguir con la falsa ilusión de sacudir un papel falso ante los ojos de los ciudadanos. Es necesaria la voz fuerte de Churchill diciendo la verdad y ofreciendo sólo la única cosa posible. A Chamberlain hay que dejarlo enterrado en el cementerio de Heckfield. Hay que decir al dormido Sir Winston Leonard Spencer Churchill que se le está esperando.

Cabe preguntarse si una nación atomizada como ésta será capaz de despertarlo o seguirán los Chamberlain. O si Churchill despertará por su cuenta, por milagro de la fenomenología histórica, para decirles a los venezolanos que se preparen pues hasta ahora no han visto nada comparado con lo que viene.

Es la hora para Churchill. Es la hora de advertir que nos faltará el oxígeno, que nos sentiremos impotentes como un prisionero en un castillo medieval de la campiña inglesa ante sus barrotes. Es necesario advertir que el propósito es encender las hogueras, modificar la constitución, matar la descentralización, limitar la libertad de expresión si no hacerla desaparecer, reducir a su mínima expresión los derechos políticos si no mandarlos al olvido.

Es necesario el Churchill que lo diga y prepare a su pueblo para lo peor. Pero quizás haya que parodiar la célebre frase de aquel dirigente sindical que nos advirtió que no éramos suizos y decir: «No somos ingleses».

Y como veo venir la pregunta insidiosa de quienes sólo ven la política con gríngolas: ¿Y tú te consideras Churchill?, respondo de antemano: No, sólo soy el poeta que canta lo que pasa ante sus ojos.

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* Escritor.
tlopezmelendez@cantv.net.

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