21.12.12: 13 B’ aktún, un “nuevo amanecer”
El “B´aktún” es la unidad más extensa del calendario maya, conocida con el nombre de “cuenta larga”. Equivale a 144.000 días (aproximadamente 394.5 años), que implica 20 K´aktún (7.200 días). El calendario gregoriano consta de años, lustros, décadas y siglos. El 21 de diciembre de 2012 será el último día del decimo tercer B’aktún.
La “cuenta” se inició el día 11 de agosto del año 3.114 a. de C. Un total de 5126 años, que ponen de manifiesto el extraordinario y antiguo conocimiento de la astronomía por parte de la civilización maya, que alcanzó su culmen en los años 300 a 900 d. de C., aunque los recientes descubrimientos en el sitio Maya “El Mirador” (400 a de C- 100 d. de C) ponen en entredicho las fechas “cumbre” tradicionalmente aceptadas.
Entre el 20 y el 26 de diciembre de 2012 tendrá lugar una alineación de astros que no volverá a ocurrir hasta que transcurra otra “cuenta larga”. Queda muy claro que no se acaba nada –y menos el mundo- sino que empieza otra “cuenta” de 394 años y medio… Y quedan muy claras también las profundas raíces y esplendor de muchas civilizaciones originarias. Según Carlos Rivers y Agustín Estrada Monroy, autores del libro “El Despertar del Jaguar”, “el 21 de diciembre del 2012 marca el final del 13 B’aktún del calendario maya, que coincide con la vuelta al punto inicial de la Tierra en la precesión de los equinoccios en su movimiento en derredor del Sol.” Por si fuera poco, el fenómeno coincide en el calendario maya con el final de un ciclo de más de 5.000 años llamado “Quinto Sol”, para empezar el nuevo ciclo el 22 de diciembre.
Los seres humanos son los únicos “averiguadores” de la vida, según refiere Galeano en “El Génesis, según los mayas”. Los mayas, “des-cubridores”. Los mayas, capaces de grandes construcciones como las ya visibles de Tikal y Chichén Itzá, en Guatemala y México respectivamente, o en las todavía “cubiertas”, que se anuncian fantásticas, como el arriba indicado “El Mirador” en tierras guatemaltecas.
Cuando hablamos de América Latina estamos haciendo una descripción muy parcial de la América que pretendemos describir, cuyas antiquísimas civilizaciones podrían haber constituido grandes aportaciones culturales y científicas en el momento del “descubrimiento” del “nuevo mundo”… cuando era tan “viejo” o más que el de los recién llegados. En efecto, los nativos americanos, los indígenas, forman tanto desde un punto de vista antropológico como identitario una extraordinaria realidad que no incluye la apelación “latina”, término utilizado por primera vez en París en 1856, para ampliar el “espacio” hispanoamericano a los países de habla portuguesa y francesa. El escritor Danilo Valladares ha publicado un artículo titulado “Mesoamérica maya: nueva era, vieja exclusión”, que resume lúcidamente la situación de los protagonistas del B’aktún. El B’aktún del año 2012 debería ser el inicio de la inclusión, de la convivencia, de la gran amistad entre nativos y “ladinos”.
La maya más sobresaliente de la historia contemporánea, Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, escribió en la Fundación Baltasar Garzón: “No hay paz sin justicia. No hay justicia sin equidad. No hay equidad sin desarrollo. No hay desarrollo sin democracia. No hay democracia sin respeto a la identidad y dignidad de las culturas y los pueblos”.
Para los mayas el B’aktún es, pues, otro inicio, es otra oportunidad de extraer las lecciones del pasado y diseñar un futuro más acorde con su dignidad, más justo. Habrá grandes rituales y ceremonias mayas, con mayor intencionalidad turística que representación real del valor de esta civilización.
Según Yeanet Zaldo, las teorías apocalípticas surgen de una estela de piedra descubierta en la década de los sesenta del siglo pasado en el sitio arqueológico de Tortuguero, en el Estado de Tabasco, México , que anuncia el regreso de un dios maya al final del décimo tercer B’aktún. Pero se trata de un aspecto anecdótico que no debe desfigurar ni rebajar los grandes rasgos y la calidad del pasado y presente del pueblo maya. Las bellísimas celebraciones del solsticio de invierno en Iximché, en Chimaltenango…, son espectáculos de gran interés, pero únicamente válidos como atractivos reflejos de una cultura singular que debe ser debidamente valorada.
Cultura muy respetuosa con la naturaleza, la Madre Tierra, con maneras y estilos que podrían servir de ejemplo para enderezar los entuertos producidos en el medio ambiente por las actitudes actualmente predominantes, y es de esperar que los postreros envites de un sistema que ha confiado las riendas del destino común a los países más ricos del planeta, cambiando la democracia a escala mundial por la plutocracia y los valores éticos por las leyes del mercado, rectifiquen inspirándose en estos aspectos del comportamiento maya. Una cultura que da gran importancia al sentido comunitario sobre el egoísmo individualista, y a la solidaridad como vínculo social que privilegia la condición humana sobre la condición económica.
Todo –talento incluido- lo pasan los “globalizadores” presentes por el cedazo del dinero. El “gran dominio” (militar, financiero, energético y mediático) no cesa en su acopio de riqueza y poder al tiempo que los desgarros sociales se amplían peligrosamente. Es un problema de conciencia, es un agravio inmenso, es una vergüenza colectiva que cada día mueran más de 30 mil niños de uno a cinco años de edad de hambre, cuando se invierten en seguridad (armas y gastos militares) alrededor de 4.000 millones de dólares. No me canso de repetirlo, porque constituye una auténtica afrenta personal, una espuela que nos incita a no dejar de protestar y a hacer propuestas para los cambios radicales que la “humanización” de nuestra especie exige.
Oscuras y turbias maquinaciones, insolidarios comportamientos han ensombrecido el horizonte de buena parte de la humanidad. En particular, de mucha gente joven.
Se está fundiendo el Ártico, está aumentando sin cesar el nivel del mar… y nosotros, en Occidente, preocupados únicamente por las primas de riesgo y los valores bursátiles…
El tiempo del silencio y de la sumisión ha concluido. Constituiría una auténtica maravilla que empezara, con el B’aktún, un cambio de era planetaria. “Ningún reto se sitúa más allá de la capacidad creadora de la especie humana”, afirmó el Presidente John Fitzgerald Kennedy en junio de 1963. Lo cuento con frecuencia, porque todos tenemos que ser conscientes de que unidos, sumando esfuerzos y experiencias, podemos inventar el futuro.
Asumamos los propósitos del B’aktún de los pueblos mayas. No consintamos ni un día más que se siga deteriorando la Tierra, que se siga desvencijando el entorno ecológico de las generaciones venideras. Actuemos con firmeza para que se reconviertan estas grandes compañías mineras que utilizan –el oro ciega- técnicas absolutamente inadecuadas y nocivas para los mineros y el medio ambiente… Acabemos con la impunidad de los traficantes de drogas, armas, personas… mediante una refundación de las Naciones Unidas que proporcione el marco supranacional que la gobernación del mundo requiere.
En la Carta de la Tierra, presentada en el año 2000, se incita a la humanidad, en los albores de siglo y de milenio, a hacer valer sus facultades distintivas para llevar a cabo “un nuevo comienzo”.
Vivimos ahora tiempos fascinantes gracias a la consciencia global, a la progresiva puesta en práctica de la capacidad esencial de la mujer en la toma de decisiones y, por primera vez en la historia también, por la posibilidad de libre expresión y de participación no presencial gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información.
El 13 B´aktún marcará un momento histórico en el cosmos. Construyamos en vez de destruir, amemos en vez de odiar y canalicemos nuestra energía hacia un nuevo amanecer. Un nuevo amanecer con ciudadanos plenos y nunca más súbditos impasibles, nunca más espectadores atemorizados por lo que acontece.
Un nuevo amanecer, por fin despiertos y preparados para caminar a contraviento. Para diseñar rumbos distintos con un destino común.
Un “nuevo amanecer” para la gran transición de una cultura de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz.
Un “nuevo amanecer” que debería ser, sencillamente, la gran inflexión histórica de la fuerza a la palabra.