Magalí Silveyra / Lo terrible de la política atravesada en el sexo

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Las letras Q y K se leen "cuca"; cuca en Venezuela es lo que en Argentina llaman la conchita; lo que en EEUU –máxima expresión poética en ese duro país– a veces como metáfora denominan conejito y en Chile –tan raros los chilenos– masculinamente choro. Es decir: los genitales femeninos del placer.

La leyenda cruzó escrita en la luneta de un automóvil uno de los actos previos al último referéndum venezolano. ¿Qué locura, fanatismo al estilo Ben Laden, testigo de Jeovah o triste conciencia de soledad empujó a esa mujer a cerrar con puntadas su puerta radiante? (porque perdió).

¿Acaso fue una gana de chantaje a su compañero-marido.amante-pretendiente o lo que fuera, bolivariano él? ¿Quizá el llamado vocacional o la gana de encerrarse en un convento que necesitaba de un pretexto externo? ¿Una enfermedad de transmisión sexual?

¿Cómo habrá soportado el dolor si ella misma tomó la aguja innoble para  perpetrar ese crimen contra natura? ¿O habrá ido a una clínica para en vez de disfrazar el himen horadado cumplir el voto de dormir sola para siempre jamás?

Y en la educación…

No es, empero, la única aberración que pudo –o puede– verse en la tierra de Bolívar. Ojalá la que vemos a la derecha, en un campus universitario, sea la última. Como mujer mi gran reclamo en materia de sexo es la inhabilidad del compañero (cuando es torpe), como ciudadana considero que el llamado de la imagen es un delito, un crimen.

Ellos pueden cortarse lo que quieran si apuestan lo que en definitiva nos pertenece; pero con los hijos no se juega, a no ser para que sonrían.

Chávez puede estar anegando el país de ansias que quizá no llegue a satisfacer; si eso es así, ¡pues no vuelvan a elegirlo y punto! Pero poner a un chico ante semejante disyuntiva…

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