Adiós para siempre, George W. Bush

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David Brooks*

Todo empezó con un fraude y acabó con una estafa. Y todo el mundo –no sólo los que lo eligieron– está pagando la cuenta. Han sido ocho años en los que el mundo ha estado al borde de un ataque de nervios (con cientos de miles sufriendo ataques físicos). Con relojes, calendarios y sitios de Internet diseñados para mantener una cuenta del tiempo hasta por segundos para marcar el fin de la era de George W. Bush, el presidente con la mayor desaprobación popular de la era moderna, y considerado por historiadores y analistas como, tal vez, el peor de todos (y no es una competencia fácil de ganar) está por desalojar la Casa Blanca y regresar a la vida privada en Texas.

Pocos meses después de llegar a la Casa Blanca, justo después del 11 de septiembre de 2001, Bush alcanzó los índices de aprobación más altos con 90 por ciento. Hoy, en la última encuesta de CBS News/New York Times, difundida este fin de semana, Bush gozaba de 22 por ciento de aprobación, el peor nivel jamás registrado (sólo podría consolarse con que Dick Cheney, su vicepresidente, tenía 13 por ciento).

El hombre que declaró una nueva cruzada en nombre de Dios contra los infieles, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, quien proclamó que “o estás con nosotros o estás con el enemigo”, quien rompió la Constitución, la Carta de Naciones Unidas, las Convenciones de Ginebra, quien encabezó el gobierno más clandestino en tiempos recientes, y que se tropezaba con el idioma ofreciendo un diccionario de términos atropellados ahora famosos, se irá hacia su puesta del sol, apostando –como afirmó en su última conferencia de prensa– más o menos algo como que la historia lo absolverá.

Pero por el momento, sólo los llamados neoconservadores, algunos cristianos fundamentalistas, grandes intereses de energía, y los cómicos, han expresado su tristeza al concluir esta presidencia.

La Junta Cheney/Bush

Lo que pocos registran dentro y fuera de este país es que hace ocho años llegó al poder un gobierno radical derechista, en muchos sentidos, fundamentalista, dispuesto a transformar el panorama político, económico, militar y cultural no sólo de este país, sino del mundo. Desde sus primeros discursos hasta su mensaje de despedida al país el jueves, Bush colocó esto en términos simples: todo se trataba de una lucha milenaria entre “el bien y el mal”.

Todo comenzó en noviembre de 2000 con una elección en el país autoproclamado líder de la democracia, de la que hasta la fecha nadie puede comprobar quién ganó. La elección destruyó el mito de “una persona, un voto”, ya que sí se comprobó que no todos los votos se cuentan, y que el fraude a la antigüita, combinado con el cibernético, está sano y vivo. Por la institución anticuada y absurda del Colegio Electoral que sustituye el voto directo para presidente, George W. Bush ganó la elección aunque perdió en el voto popular (por aproximadamente 500 mil sufragios). Para colmo, la elección no fue determinada por la voluntad popular, sino por la Suprema Corte de Justicia.

Con ello, llegó al poder lo que Gore Vidal bautizó como la “junta Cheney-Bush” (puso a Cheney primero, por considerarlo como el poder real en la Casa Blanca). Hace poco más de un año, en entrevista con La Jornada, Vidal explicó lo que ha implicado todo esto para el país: “Hemos perdido la república y nuestras instituciones; hemos sufrido un golpe de Estado y Bush ha derrocado la Constitución”.

Gore agregó que “hasta hemos perdido el único regalo que nos dejó Inglaterra cuando nos abandonó a nuestro individualismo: la Carta Magna y el habeas corpus, todo lo que dio el tono del Siglo de las Luces a Estados Unidos”. Bush, subrayó, “odia a la república” y su gobierno “legalizó todo acto inconstitucional de este presidente inconstitucional y malicioso que cree en la tortura, cree en matar gente, cree en la guerra unilateral contra otros países que no nos han ofendido de ninguna manera y que no nos pueden dañar de ninguna manera”. Concluyó que “de eso se trata un golpe de Estado. Estas (quienes están en el gobierno) son las peores personas en el mundo. Los hombres del petróleo, del gas, los ladrones”.

Vale recordar que como candidato Bush señaló que como texano y gobernador de un estado fronterizo tenía “experiencia” en relaciones exteriores, y al llegar a la presidencia declaró que México sería su prioridad en las relaciones exteriores. Su primera cena de Estado fue con Vicente Fox, su primer viaje al exterior fue al rancho de Fox en Guanajuato, donde los “dos cowboys” hablaron de una nueva relación. Su primer gran iniciativa fue impulsar una reforma migratoria.

El 11-S

A eso del mediodía del martes 20 de enero, el presidente Bush se convertirá en el ex presidente Bush. Y hasta el fin, él y su equipo insisten en que tenían razón, y que no se cometió ningún grave error, por lo menos ninguno que estén dispuestos a reconocer. Llegó al poder con la promesa de una reforma migratoria y acabó con redadas masivas, deportaciones récord, un muro fronterizo y criminalizando a los indocumentados.

Llegó con un superávit en el presupuesto y deja un déficit y por lo tanto un deuda que pesará sobre futuras generaciones. Llegó a un país sin guerra y deja dos conflictos que cada día cobran decenas de vidas, y con promesas de promover la paz entre palestinos e israelíes, dio luz verde a una agresión tan bárbara e inhumana de Israel en Gaza que hasta la Organización de Naciones Unidas la ha denunciado, y muchos acusan que esto es “un crimen de lesa humanidad”.

Deja atrás un pueblo que enfrenta despidos masivos, una sociedad que pierde sus hogares y más hambre en las calles. Deja atrás al pueblo más encarcelado en el mundo. Deja atrás un mundo entero al borde de múltiples crisis.

En su mensaje final al pueblo estadunidense afirmó: “cuando los pueblos viven en libertad, no escogen de manera voluntaria a líderes que promueven campañas de terror. Cuando la gente tiene esperanza en el futuro, no cederá sus vida a la violencia y el extremismo. Así, por todo el mundo, Estados Unidos promueve la libertad humana, los derechos humanos y la dignidad humana”.

Agregó que “en el siglo XXI, la seguridad y prosperidad en casa dependerá de la expansión de la libertad en el extranjero. Si Estados Unidos no encabeza la causa de la libertad, nadie la encabezará. Al abordar estos desafíos… Estados Unidos tiene que mantener su claridad moral. Frecuentemente les he hablado del bien y el mal. Esto ha incomodado a algunos. Pero el bien y el mal están presentes en este mundo, y entre los dos no se puede hacer concesiones”.

Desafortunadamente, Bush no tenía frente a sí un espejo al pronunciar estas palabras. E irónicamente será difícil que la historia lo absuelva, ya que su política de hacer todo lo posible para mantener secreto el manejo de su gobierno ha resultado en la desaparición de una extensa colección de documentos y registros de órdenes y comunicaciones sobre una amplia gama de asuntos.

La conciencia

El jueves había indicios de que parte de esta larga noche ha acabado: el designado próximo procurador general de Estados Unidos, Eric Holder, declaró sin equivocación que “el waterboarding es tortura”. Ni Holder ni Obama son izquierdistas. Más bien, un retorno a lo que antes era la “normalidad” parece ser un giro radical ante los hechos del inicio del siglo XXI en Estados Unidos.

Bush dijo que se va con la conciencia tranquila. El cómico Jon Stewart, conductor del noticiero satírico The Daily Show, y una de las figuras más influyentes y críticas de este país, comentó sobre las últimas palabras de Bush que se iba con la conciencia tranquila porque “no tuviste que vender tu alma: vendiste todas las nuestras”.

Adiós para siempre.

*Corresponsal de La Jiornada en Estados Unidos

 

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