AL MAESTRO CABRERA, CON CARIÑO
Nos conocimos en la pequeña oficina de Irene Geiss, por esos años directora de la Escuela de Periodismo de la Academia. Era el rincón del análisis político que cada mañana hacíamos antes del comienzo de las clases. El infaltable café y cigarros prestos a la rueda de opiniones, anécdotas y sentencias que se daban sobre el quehacer político nacional; las noticias de tribunales; la entrevista de la mañana en la radio Cooperativa; la corbata del ministro; la amante de fulano y zutano; los grandes negociados y los titulares de El Mercurio, eran algunos de los temas que resultaban tratados entre esas cuatro paredes que nos daban la sensación de confidencialidad de quienes conocían el poder y a sus personajes.
Por ahí empecé a conocer a este viejo periodista de carácter firme, con un humor sarcástico y un corazón enorme. Creo que me medio adoptó. En realidad me sentí acogida y respetada, pese a mi diferencia generacional, me sentía cómoda entre estos periodistas de la vieja guardia a los que admiraba. Ahí estaban Alejandro Cabrera, Irene Geiss, Enrique Martini, entre otros.
Con Alejandro y Enrique se crearon lazos estrechos, era como si fuera un poco hija, pero con los derechos de amiga. Así pasamos a una relación más personal cuando me llevaron a la comida anual de los “Caperusos” –Comité Amplio de Periodistas Universitarios sin Ocupación Segura–, conocí a sus respectivas señoras y me sentaron al lado de Juan La Rivera que no paró –durante toda la velada– de hacer chistes.
Marcó –sin ninguna duda– a varias generaciones de periodistas. En lo personal tuve el honor de ser tocada duramente por sus críticas y exigencias, las que agradezco. Alejandro, “el flaco Cabrera”, no perdonaba la falta de rigurosidad. Investigador nato, incansable; hombre justo y solidario con un carácter de los mil demonios y el sarcasmo a flor de piel. Como todos los grandes: odiado y/o amado. Recuerdo como rememoraba la investigación sobre la casa de Pinochet, aparecida en la revista Cauce, medio de la resistencia chilena durante la dictadura. Cada vez que uno le escuchaba hablar era hipnotizante, lograba transportar a su audiencia y hacerlos viajar a través del tiempo y la memoria.
Alejandro, amigo del alma. Esta madrugada recibí dos correos electrónicos que me anunciaban tu partida. Fue como si ya el duelo estuviera hecho, sólo logró abatirte una terrible enfermedad, quiero enviar un abrazo de cariño, respeto y admiración a su compañera Angélica y a sus nueve hijos. Estoy segura que Alejandro, así como los grandes, no partirá nunca de nuestros corazones, está inscrito en el libro de aquellos que mueren a la vida.
————————————–
Periodista, reside en Bruselas, Bélgica.
1 Ernesto Carmona, integrante de la dirección del Colegio de Periodistas de Chile. Como en otros casos infortunados, Carmona tuvo la penosa tarea de informar, el primero, del deceso de Cabrera a colegas y amigos.