alparaíso de mi amor

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He vivido mis años más felices y productivos en Valparaíso, donde me desempeñé como profesor de Historia Contemporánea y, luego, como director del Instituto de Historia, en la Universidad Católica de Valparaíso – personalmente, me siento un porteño, ahora asilado en Santiago -.
En menos de 15 días, dos grandes catástrofes – un terremoto y un maremoto, en el norte, y un incendio de proporciones dantescas, en Valparaíso – nos permite asumir el hecho que vivir en Chile representa, constantemente, un desafío con respecto a lo efímero de la existencia humana y la necesidad de luchar férreamente para subsistir como país.
Como siempre ocurre en todos los casos de tragedias, los que sufren son los pobres, víctimas de una sociedad que, diariamente, son sentenciados debido a la precariedad y a la terrible fragilidad de la pobreza, sea en Alto Hospicio, o en el Cerro La Cruz y Mariposa, entre otros lugares, igualmente vulnerables.
Hasta el momento, como efecto del incendio en Valparaíso, ya se cuentan varios ancianos fallecidos, 500 casas destruidas y nueve cerros devastados y, consecuentemente, un gran número de damnificados. Ante un incendio de tales magnitudes, se hace urgente una enorme respuesta solidaria de todos los ciudadanos y una rápida actuación de parte del gobierno.
Para reconstruir Valparaíso y el norte de Chile, se hará necesaria una inversión de varios millones de dólares. Me parece muy ridículo que Chile tenga empozados sus ahorros en bonos del tesoro norteamericano, que sirven sólo para abultar la deuda externa del imperialismo y que, además, rentan apenas un 0.25% anual; mucho más útil invertir estos ahorros en la reconstrucción, con el consiguiente beneficio en empleo y desarrollo, especialmente para las regiones que han sufrido las catástrofes recientes.
El incendio de Valparaíso ha demostrado que Chile no está preparado para enfrentar tragedias que, con un buen de desarrollo y sólida infraestructura, habría podido evitar tanta destrucción. Es muy ridículo que en el presupuesto se gasten millones de dólares en armamento de última generación – sin ningún peligro de guerra inminente – y no se destine este dinero en la adquisición de aviones y otros implementos, para combatir el fuego – en el caso del terremoto-maremoto del norte, no se contaba con los sismógrafos y, ni siquiera, con campanas de alerta, en la ciudad de Arica -.
Que los ricos suelten el dinero vía impuestos, me parece altamente improbable, como diría Maquiavelo, que ante elegir la vida de su padre y el dinero, prefieren la bolsa, que consideran una propiedad intocable – para “los dueños de Chile”, todo impuesto se considera expropiatorio -, ahora, si no están dispuestos a apoyar, vía reforma tributaria, el cambio en la educación y en la salud, mucho menos lo harían por los pobres, que lo han perdido todo, tanto en el norte, como en Valparaíso.
Estas dos catástrofes, una vez más, dejan al descubierto el repugnante Chile clasista y segregado y desigual y, sobre todo, el centralismo santiaguino, que ya no resiste más, y se hace urgente la elección popular de los intendentes y, si vamos a fondo, la formación de un Chile federal, en que las regiones sean autónomas de Santiago.
*Historiador. Ex director del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso. Publicado en El Clarín, Chile
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