AMBIENTE DE TOQUE
«Las vainas vienen de 7 en 7 años».
Proverbios difunta tía Margot.
1 Pues, señor, qué le voy a decir: soy de los oposicionistas que pensaba que el 4 de diciembre había que ir a votar.
La prédica abstencionista no hizo nunca mella en mí. Tampoco la invocación del 350, porque de la vaguedad con que sus promotores más conspicuos hablaban de la deslegitimización del régimen escapaba (y escapa todavía) un tufillo demasiado evocador de la confiscación de que fuimos víctimas las multitudes marchistas del 11 de abril a manos del impresentable pillastre que resultó ser Carmona Estanga y sus ¿desconocidos? mentores.
Adhiero todavía, y siempre adheriré, el parecer de quienes aspiran a restablecer la alternabilidad democrática echando a Chávez de Miraflores por la vía electoral. Creo que es lo mejor que podría pasarle a ese muchacho ignorantón a quien el chanta de Néstor Kirchner le ha tomado la medida y se lo vive hasta el último petrodólar. Pero en modo alguno me hacía ninguna ilusión respecto al 4 de diciembre.
Del pueblo llano, de los genuinamente pelabolas, ni me atrevo a hablar ya: el chavismo desdentado e indigente es para mí, parafraseando mal a Churchill, un enigma “embojotado” en un acertijo.
Me he llevado más de un chasco al tratar de descifrar.
En la inminencia del revocatorio del 15 de agosto, por ejemplo, me dio por elucubrar un imaginario “voto oculto” de los los barrios y me llevé lo que en roman paladino se llama un culazo.
El voto oculto resultó ser el voto de los electores masivamente acarreados por la por entonces muy motivada y munificente maquinaria emerrevista. La experiencia me curó para siempre de andar haciendo vaticinios sobre la soterrada intención electoral de aquellos que están realmente jodidos en la vida.
Por eso esta mañana no deja de extrañarme que el episodio nacional cuyo argumento central fue pactar el retiro de las captahuellas a cambio de ir a votar por unas nutridas listas de opositores que no eran precisamente los mejores ni los más brillantes, aun a sabiendas de que el árbitro fuese un “apparatchik” a sueldo del régimen, y quién sabe si comisionista de la compañía que vende las máquinas de votación, me luzca tan, pero tan lejano.
Al final, en la hora once, y como ya es sabido, se puso al descubierto una acechanza del software tan artera como incontrovertible que condujo al súbito retiro de la mayoría de los candidatos opositores. Nuestra crisis política entró en ese momento en una etapa por completo diferente.
Hoy me digo que ya no importa discernir qué bando opositor tenía razón: si los abstencionistas de la tendencia Poleo-Castillo Lara o los partidarios de la participación electoral entendida, según la ortodoxia de un Pompeyo Márquez, por ejemplo, como forma de movilización y organización imprescindibles, con vistas a las presidenciales de 2006.
Es una suerte para mí no ser un analista político: no tengo que improvisar una explicación; puedo darme el gustazo extroyectivo de escribir que las cifras de abstención me han dejado pendejo.
Me gusta pensar que si el lector no es uno de esos sabihondos “de respuesta instantánea” que van a los programas de radio y tevé mañaneros y que lo ven todo claro (me refiero al tipo de “panelista” que los productores de televisión gringos llaman fast thinkers), le pasará lo mismo que a mí: lo invade una vaga y al mismo tiempo creciente convicción de que las cosas por fin comienzan a moverse en la dirección menos apetecida por Chávez.
La atmósfera con que mejor puedo emparentar lo que la astucia nacional comienza a destilar de los resultados del domingo 4 de diciembre es una que los aficionados al beisbol (el presidente Chávez incluido) llaman “ambiente de toque”. ¿Será preciso explicarla? ¿Sabré explicarla?
2 Tu equipo pierde. Desperdicia sistemáticamente ocasiones, incurre en errores defensivos al campo y en temeridades inconducentes cada vez que le llega el turno de batear. Tu equipo no tiene manager sino un sanedrín de managers. Algunos de los managers no saben de pelota.
Parte del sanedrín de mánagers, para colmo, ha sido co-optado por empresarios o por canales de televisión cuyos propietarios en absoluto entienden un cebillo de pelota. Cuando alguno de tu equipo, casi siempre alguien cuyo promedio ha sido de .125, entabla inopinadamente con el pitcher contrario una promisoria negociación hecha de fouls, bolas bajas y piconazos y llega a la primera base por boleto, la fanaticada y el sanedrín de managers le gritan*, le sacan la madre, lo dan por vendido, por colaboracionista, etcétera. El bateador que le sigue en el turno se poncha. Al que sigue a este lo sacan out sin asistencia y se apagan las luces de las torres.
A la salida, la policía política se lleva preso al batboy, al fisiatra del equipo y a un pelotero importado sospechosos de haber traído del extranjero el dispositivo de detonación remota que segó la vida de Danilo Anderson. La Fiscalía General imputa de la redacción del decreto de autocoronación de Carmona a los fabricantes de cerveza, cita en calidad de testigos a los vendedores de pinchos.
Los observadores extranjeros comentan con donosa ecuanimidad los numeritos finales, se van del país entre denuestos de la fanaticada, Chávez anuncia la profundización del proyecto, el crudo Brent sube y el máximo líder inicia, buchón, una nueva gira integradora latinoamericana.
Ese era el único programa que veíamos. Así nos iba. Hasta el 4D.
3 Ese día, por una constelación de circunstancias que no precisa ser expuesta con ayuda de un retroproyector de láminas Powerpoint, la masa opositora colocó un hombre en primera, abriendo el primer inning de las presidenciales, en el primer turno al bate y sin outs.
El efecto neto de lo ocurrido es la constatación universal de que Hugo Chávez puede llamar cachorro del imperialismo al presidente de México, comprar papeles de la deuda argentina, trazar un oleoducto transamazónico (Fitzcarraldo Oil Pipe, Inc quizá sea la empresa constructora) y hacer negocios billonarios con la industria armamentista española. Quizá en 2006 no tenga que comprar un candidato pelele de oposición porque el defensor del pueblo, Mundaraín, o el contralor Russian, se ofrezcan voluntariamente.
Pero lo que no puede ya es cortejar siquiera el voto de la mitad de los millones que votaron por el No en el referéndum del 15 de agosto.
Esto da mucho qué pensar sobre la relación de Chávez con el emerrevismo y sobre la naturaleza de este último. Para contribuir a lo cual me permito traer a esta página una observación que Octavio Paz hiciera, si bien en otro contexto, sobre la condición hegemónica que llegó a alcanzar el PRI mexicano. Decía Paz, en 1978: “… no hay que olvidar que el PRI no es un partido que ha conquistado el poder: es el brazo político del poder”.
Cambiando lo cambiable, ese brazo del poder hegemónico, que no puede siquiera recoger la basura de las calles de Caracas y que enmascara su ineptitud diciendo que primero tiene que ubicarla “satelitalmente”, no pudo cumplirle al máximo líder la meta de una zafra de diez millones de votos. ¿Podrá ayudarlo a ganar las presidenciales?
Ciertamente, con el Legislativo, el Judicial y todos los escaños de la asamblea puestos a su servicio, Chávez puede hacer que Nicolás Maduro introduzca perentoriamente, mañana por la mañana, un proyecto de reforma que haga de Venezuela una república socialista islámica y consagre constitucionalmente la presidencia vitalicia que, en uno de sus muchísimos malos momentos, propuso Bolívar.
Pero me late que los factores más perspicaces y curtidos de la cúpula del poder han entendido mejor el panorama que se abre ante ellos. El juego está vivo, no se puede ningunear a la oposición con semejantes niveles de abstención como arrojó el 4D, y seguir dragoneando al mismo tiempo de contar con el apoyo de las mayorías desposeídas.
Todo presagia un mal fin para el lapso “democrático y pacífico” de la “revolución bonita” si en el curso del año que viene las reglas no cambian sustancialmente. Chávez quiere reeligirse dentro de 11 meses. Para ello necesita que haya juego. Y sin umpire no hay juego. Para que haya juego, George Smartmatic y el CNE que hasta ahora hemos tenido se tienen que ir.
Una consigna, creo yo, por demás muy voceable y que resume una política única y unitaria para la oposición que ojalá haya aprendido algo de la astucia caribe con que Oswaldo Guillén ganó una serie mundial concertando las destrezas individuales de un equipo de peloteros por el que nadie daba un centavo cuando empezó la temporada.
La campaña por las presidenciales ya comenzó en el clubhouse de Chávez donde no se oyen sino mentadas de madre. El pitcher de Sabaneta ya no trae gente al estadium. La oposición está en primera, sin outs.
Hay ambiente de toque. No sé si me explico.
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* Escritor venezolano. Publicado en el diario El Nacional de Caracas. Reproducido por Noticiero Digital (www.noticierodigital.com).