Andrés Gana, lugares comunes, una exposición e irreverencia

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Las palabras suelen ordenarse en listas de significados que permiten el calmo transcurrir sin pensar mucho, dando por sentadas las cosas. Antología, por ejemplo, nos remite a la obra poética de alguien o de un grupo; utilizar el término para una exposición de cuadros ciertamente no es un error; tampoco un lugar común. Antología es el vocablo elegido para la muestra de 42 años de pinturas de Titi Gana. LAGOS NILSSON.

 

Por lo general cuando un maestro pintor llega a la provecta edad de 42 años pintando, se le rinde una especie de homenaje que llamamos retrospectiva; retrospectiva es algo así como vamos rápido a ver la obra del tipo antes de que se muera. Gana no tiene ganas de morirse. Al contrario. Día tras día —o más bien noche tras noche— desde la calle del viejo barrio, sobre la copa del árbol que resiste la contaminación santiaguina, se ve la luz del taller encendida. Titi trabaja.

 

Y, claro, así las cosas ¿qué sentido tiene la retrospectiva de una obra que todavía madura, que quizá cambie de dirección mañana? Con buen criterio el Museo Nacional de Bellas Artes eligió la palabra antología para designar la exposición Lugares comunes de Andrés Gana Johnson. Será sin duda una sorpresa. Sorpresa porque no hay nada común en los cuadros de Gana, si entendemos por común aquello que podemos ver habitualmente; tampoco será común su trabajo si pretendemos describirlo como vulgar, sin nada especial, anodino, ya visto.

 

La más contada historia esconde paisajes, secretos, ritos, luces y sombras; el relato más simple devela algún misterio, nos acerca o nos aleja de lo que somos entre los que somos; despeja significados en suma. Y hace mucho que Gana nos cuenta historias. Más que ante la precisión del trazo, nos pone frente a la intención y el gesto. Sus cuadros en cierto modo conforman el autorretrato de Chile.

 

No uno complaciente, sí uno que se reivindica por el humor. Quizá el autorretrato de un país que desaparece o que desapareció sin que nos diéramos cuenta, como un pañuelo, una camisa, una prenda íntima, el olor de una amante al llegar el mediodía y es hora de hacer la cama. O la casa de los abuelos, convertido el solar de ayer en estacionamiento de «city cars». Un desaparecimiento sin nostalgia.

 

La nostalgia, a fin de cuentas, es un pretexto o la pura y simple confesión de que la selección natural nos aplastó sin darse cuenta (¡y sin darnos cuenta!). En la vida —como en el teatro— el gesto precede a la palabra para hacerla inteligible. En las otras artes la nostalgia precede a la rebeldía que le da sentido y organiza el funeral. Al final lo que resta de aquello que fue —o que creímos que fue— es un cuento de hadas.

 

Las hadas desaparecieron porque dejamos de creer en ellas; el artista entonces nos acerca al mundo desaparecido con el juego de gestos y ademanes que decididamente se niega a creer que en el camino perdimos sexo e inocencia, ganas de jugar, memorias y soledades.

 

La pintura de Andrés Titi Gana es una recuperación. Y como tal una aventura.

 

Lugares comunes se inaugura en el MNBA el jueves 28 de junio a las 19.30; estará abierta al público hasta el 26 de agosto de 2012.

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