Argentina: hipocresías y caretas

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Este fin de semana en un asado con matrimonios amigos, un argentino que vivió años en EEUU donde se enriqueció trabajando en el improductivo sector de los financial services, sacó el tema de la valija de Antonini y estalló el previsible cotorreo y fingido horror de los señores y señoras presentes.

 

Yo dije que en 25 años cuando se desclasifiquen los documentos quedará claro que esto no es más que un trabajito menor de la CIA (esto no lo inventé hoy, lo vengo diciendo hace meses, sobre todo conociendo los antecedentes de la CIA con toda Latinoamérica en los últimos 60 años).

Agregué que no se entiende por qué una valija que salió de Venezuela y llegó a Buenos Aires tiene que merecer un juicio en EEUU. Y dije también que el laberinto de personajes ininteligibles y situaciones indescifrables de este juicio es el sello inconfundible de las operaciones guionadas por la CIA (para usar el revelador término de Héctor Timerman). Noté que dicho financista se sintió descubierto y de inmediato me dio cátedra sobre cómo la Justicia y el Ejecutivo son autónomos en EEUU y que lo mío era una de las típicas justificaciones conspirativas de los países berretas.

Todos los presentes aplaudieron con gestos y beneplácito una explicación tan primermundista y él se sintió muy complacido mientras me miraba con una sonrisita hipócrita. Entiendo que la sonrisita se debía a que hace uno o dos años, él mismo, en esa misma casa (de un amigo en común), achispado por el vino, me había explicado con indisimulada admiración, cómo las avivadas de la CIA lograban armar historias para que trastabillaran los ridículos y enclenques paisitos de la región.

Ahora apostaba –y tenía razón– a que yo en lugar de deschavarlo preferiría seguir con el festivo clima del asado. Pensé que ese señor era uno más de la gran cantidad de clase media pretenciosa y periodistas cipayos, que trabajan deliberada o inconcientemente para el imperio y continué ensañado con una molleja quemadita y crocante.

Creo que el tipo sabía que yo sabía que él sabía. Y disfrutaba haciéndomelo saber con su sonrisita sibilina e hipócrita.

Alguien debería escribir el Gran Tratado de la Hipocresía Nacional.

Pero respecto a hipocresías hay más. Veamos.

Cuando Mariano Grondona mira a cámara y sostiene impávido, sin que se le caiga la cara: “que conste que yo quiero que a este gobierno (el de Cristina) le vaya bien… porque así nos beneficiamos todos los argenti… etc, etc”, uno se pregunta ¿los seguidores de este señor se doblan en dos de risa o le creen?

Continuemos. Hace 50 años que escucho al Episcopado de la Iglesia Católica oficial de la Argentina cómo se retuerce de dolor ante la miseria y la pobreza. La sufre, la padece, la llora y se encomienda al Señor para que erradique esa lacra. ¿Es la misma Iglesia que fue determinante en el derrocamiento de Perón? ¿Es la misma Iglesia que en estrecha comunión con la gente bien hizo lo imposible en 1955 por erosionar al único gobierno que llevó alivio real a la pobreza y erradicó la indigencia?

Hay más. A De Angeli le preguntan por TV antes de la votación en el Senado “¿Se está sobornando con dinero a los legisladores? ¿Los remisos reciben coimas para votar a favor de las retenciones? El gauchito humilde se escandaliza y ampulosamente dice “no, yo no podría sostener eso”, pero a cartón seguido agrega con un veneno mal disimulado: “eso sí, se ven movimientos raros, reuniones misteriosas, llamadas telefónicas y sugestivas, gente que entra y sale con sobres de sospechoso contenido”.

Y cierra con una sonrisita final de falsa picardía.

Si la votación se ganaba con coimas y ganaron, sería lícito pensar que los que coimearon fueron ellos.

En estas lides la pitonisa Carrió es una experta.

En pleno bolonqui con el campo le susurró a Morales Solá en voz baja y mirando a hurtadillas hacia los costados del estudio de TV: “Kirchner no va a parar hasta que corra sangre”, “Kirchner quiere sangre”. ¿Ese tono de servicio secreto y esa expresión conspirativa tenían la ridícula pretensión de aterrorizar a alguien?.

Morales Solá, consternado, la tomó del brazo como diciendo “Te comprendo, todos sabemos lo que estamos padeciendo” y transido de dolor la despidió: “Gracias, Lilita”.

Lilita: tu gobierno de la Alianza dejó más de 40 cadáveres en el camino.

Estuvieron sólo 2 años, no hicieron nada y mataron un montón de gente.

Kirchner estuvo 5 años, hizo de todo y no tuvo un solo muerto.

Al policía Sayago de Santa Cruz no lo mató el gobierno, lo mató la oposición, esa izquierda delirante aliada ahora a lo peor de la desestabilización.

Al maestro Fuentealba también lo mató la oposición, pero esta vez la de derecha: Sobisch.

Esta payasada de Carrió, que no se cumplió como todo lo que profetiza y por la que,
–nuevamente– no pedirá perdón; me recuerda el estupor del historiador Salvador Ferla respecto a que la misma clase social que bombardeó Plaza de Mayo (mínimo 380 muertos) sostenía que eso se hacía por la pacificación del país y para terminar con la “sangrienta tiranía” (¿cuántos muertos tenía Perón en el 55?)

No me extiendo con las hipocresías de La Nación y sus cartas de lectores porque la memoria del servidor de Perfil podría estallar.

Veamos las de Clarín.

Ricardo Kirschbaum, Nº 1 de la redacción de Clarín, se preocupaba los otros días porque el pago al Club de París no fue registrado positivamente por la sociedad.

Su diario se cansó de bastardear, desacreditar y desvalorizar dicha cancelación de deuda (tampoco se tomaron el trabajo de explicarle su trascendencia a los lectores y vincular la caída de los bonos argentinos con la catástrofe financiera mundial en curso) pero ahora él se lamenta porque tremenda decisión (y su exorbitante costo económico) no sirvieron para demasiado.

Es difícil sobrevivir en semejante atmósfera. Asfixiante y tóxica. Sólo queda poner Cambalache en la vitrola y arrojarse a los brazos de Discépolo.

Para terminar, un breve comentario a quienes me contestan en este blog. Que no sé si seguiré escribiendo.

Algunos insultan (demasiados), dicen que el gobierno me paga y cuando abren la boca sólo les brota la cloaca. Vaya y pase.

Pero hay uno que se pasó de rosca: me amenazó, me insultó, me trató de cobarde y firmó su anónimo con un pseudónimo.

Yo, que vengo a ser el cobarde; pongo la cara, publico mi foto y firmo con mi verdadero nombre y apellido. Evidentemente la hipocresía contagia.

* Publicista.
En http://blogs.perfil.com/oficialista

 

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