Autodeterminación nacional

Mark Weisbrot *
De todos los malentendidos que guían la política exterior de EE.UU. –incluyendo la política exterior comercial–, quizás el más importante y de larga duración es la falta de reconocimiento o entender lo que la autodeterminació n nacional significa para la mayoría de las personas en el mundo. O por qué podría ser importante para ellos.

Nuestros líderes parecen haber aprendido muy poco desde su desastrosa guerra en Vietnam, que terminó hace 35 años. Un cínico diría que los líderes de Estados Unidos entienden estas cosas, pero no les importa. Sin embargo, eso no explicaría por qué el presidente Obama iría a Afganistán y humillaría al presidente Karzai, de un modo que estaba seguro enajenaría al gobierno y a sus partidarios, con los que Washington quiere trabajar.

Karzai reaccionó con enojo: “En esta situación existe una delgada cortina entre la invasión y la asistencia-cooperac ión”, dijo la semana pasada. También advirtió que la insurgencia “podría convertirse en una resistencia nacional”. Por supuesto, aunque Obama sermoneó a Karzai acerca de la corrupción, el problema de Washington con el gobierno afgano realmente no tiene mucho que ver con eso –basta con ver los miles de millones de dólares que el gobierno de EE.UU. continúa arrojando a gobiernos corruptos en todo el mundo, desde Pakistán a Colombia–. Es más que Karzai quiere negociar un acuerdo de paz con los insurgentes talibán, mientras Washington –especialmente el Pentágono– quiere lograr algo que pueda presentar como una “victoria militar” antes de que eso suceda. Queda por verse cuántas personas, incluyendo civiles, morirán innecesariamente antes de que se permita la estrategia preferida del gobierno afgano.

Pero el problema es mucho más general y se extiende a la política exterior de EE.UU. en todo el mundo. Washington afirma que apoya “la democracia”, pero la democracia sin la autodeterminació n es una forma muy limitada de democracia. Es una gran ironía que América latina, por ejemplo, tenía más autodeterminació n en el ámbito de la política económica desde 1950 hasta 1980, cuando gran parte de la región vivía bajo dictaduras, que la que tenía después al volver la democracia formal. No sorprende que la economía de la región creció enormemente más rápido entre 1950 y 1980 que en los últimos 30 años, cuando las políticas económicas del “consenso de Washington” se convirtieron en la norma.

Afortunadamente, esta experiencia no hizo que el electorado de América latina llegara a la conclusión de que las dictaduras son mejores que la democracia. En cambio, en la última década decidieron que necesitan más democracia la clase que incluye la autodeterminació n nacional y política económica que beneficia a sus propios países, y también la mayoría de sus ciudadanos. Bolivia tomó el control de algunos de sus recursos naturales más importantes –especialmente los hidrocarburos– y ahora tiene un 20 por ciento del PIB extra que el gobierno ha podido usar para el desarrollo económico y social. (En comparación, 20 por ciento del PIB es la cantidad promedio de todo el presupuesto federal de los Estados Unidos durante los últimos 40 años.) Ahora Bolivia también tiene una política exterior independiente, donde puede desempeñar un papel de liderazgo en cuestiones de gran importancia para el país, como el cambio climático.

En 2001, Argentina dejó de pagar su masiva deuda externa, cambió sus políticas económicas y se deshizo del FMI controlado por Washington. No hay duda de que también les fue mejor tras tomar esta medida, con un crecimiento económico del 63 por ciento en los seis años siguientes.

Venezuela es otro ejemplo de un gobierno que fue capaz de crecer muy rápidamente después de tomar el control de su industria petrolera nacional en 2003, y ampliar considerablemente el acceso a la atención de la salud y la educación. También ha usado su riqueza petrolera para ayudar a otros países del hemisferio (incluyendo el más pobre, Haití, donde al parecer ha prometido más dinero para la reconstrucció n que el gobierno de los EE.UU., y el más rico, los Estados Unidos, donde ha donado decenas de millones de dólares anuales en forma de combustible para calefacción con descuento a personas de bajos ingresos).

El gobierno de izquierda nacionalista de Ecuador ha duplicado el gasto en atención de salud, se deshizo de un tercio de su deuda externa al decidir no pagarla, y se ha negado a ceder a la presión de EE.UU. sobre la demanda de miles de millones de ecuatorianos contra el gigante petrolero Chevron por la contaminación de aguas subterráneas. Hay muchos otros ejemplos que podrían citarse de los gobiernos de la “marea rosada” que ahora gobiernan la mayor parte de América latina.

Por supuesto, la autodeterminación nacional también es importante en países que no tienen gobiernos democráticos. China ha tenido la economía con más rápido crecimiento en la historia del mundo durante las últimas tres décadas, sacando a cientos de millones de personas de la pobreza a pesar de la creciente desigualdad. Como lo han señalado los economistas Nancy Birdsall, Dani Rodrik y Arvind Subramania, esto no habría sucedido si China hubiese ejercido “el programa común del Banco Mundial de ajuste estructural en 1978 en lugar de su propio estilo de gradualismo heterodoxo”. Y Vietnam, otro país gobernado por un partido comunista, también ha tenido una de las economías con más rápido crecimiento del mundo después de deshacerse de las tropas estadounidenses hace 35 años. Durante las últimas tres décadas el ingreso por cápita se ha más que cuadruplicado.

La esperanza es que estos países se convertirán en más democráticos a medida que aumentan su calidad de vida y la educación. Pero en cualquier caso, todavía demuestran una de las razones –que no es inteligible para la mayor parte de Washington– de por qué la gente podría preocuparse tanto por la autodeterminació n nacional. Al enfrentarse plenamente contra una de las fuerzas políticas más importantes de los siglos XX y XXI, Washington no sólo se ubica en el lado equivocado de la historia. Está garantizando que los Estados Unidos estarán involucrados en cualquier número de “guerras largas,” de forma indefinida, y en general retardará el progreso económico y social en el mundo.

* Codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en Economía por la Universidad de Michigan. Presidente de la organización Just Foreign Policy.

 

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