Caracas / En un muro escolar

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Con mi papá, coronel por obra y gracia de Juan Vicente Gómez, evitaba hablar de política; sobre todo si se considera que yo era entonces un «tonto útil» del Partido Comunista venezolano y prefería no atizar discordias. Nunca me perdonó que hubiese desertado de La Sorbona donde fui a estudiar Leyes para dedicarme, desde entonces, al cine. «Rodolfo se la pasa ahora hablando de Drácula y de Frankenstein», decía entre molesto y avergonzado.| RODOLFO IZAGUIRRE.*

 

Me reprochaba no haber sido universitario, y le dije que se podía ser Presidente de la República sin haber pasado por la universidad y puse como ejemplo a Rómulo Betancourt. Apenas pronuncié su nombre, dio un golpe en la mesa y gritó encolerizado, como nunca antes lo había visto: «¡No me nombre a ese carajo!».

 

¡Aprendí que hay que andar con cuidado! No debe mencionarse el nombre del cónyuge frente a su pareja porque no se sabe el odio, el agravio, el encono y las insolencias que pueden suscitarse. Una Norma, la de Vincenzo Bellini, ¡que es la más grande de las Normas!, es la de utilizar eufemismos en lugar de escribir el nombre del caudillo de turno.

 

Visitando a unos amigos comenté en burla que Simón Bolívar parecía hablar en manchetas como las de El Nacional, es decir, con frases cortas, patrióticas y aleccionadoras, y mis amigos dijeron que desde que el chavismo anda suelto Bolívar se les ha convertido en un incordio.

 

Bolívar es una segunda sombra que no nos desampara ni de noche ni de día. Cuando no teníamos edad para defendernos tuvimos que calarnos aquel delirio sobre el Chimborazo que nos obligaron a aceptar como una hermosa pieza literaria. Sobre mis ocho décadas de azarosa vida venezolana se ha implantado una religión utilizando el nombre y las hazañas del Libertador ¡olvidando las eróticas!, a pesar de los esfuerzos «laicos» de algunos historiadores temerosos de que no seamos capaces de autovalorarnos; tal es el peso que ejerce el padre sobre nosotros; un culto que ha encontrado en el pensamiento político conservador y en el autoritarismo militar un instrumento de dominación que están dispuestos a defender con gas del bueno a fin de mantenerlo vivo.

 

Por eso celebré el acontecimiento que tuvo lugar en un colegio privado de Caracas cuando amaneció en la pared del patio de recreo una enorme pinta, considerada escandalosa por las autoridades del plantel, concebida y realizada al parecer por los alumnos de primaria. Se comprende que los niños decidieron no soportar más la pesada carga bolivariana, las frases patrióticas y la religión que inventaron y alimentaron mandatarios como Guzmán, Gómez, López Contreras y Pérez Jiménez, para no mencionar al actual régimen militar con la absurdidad, incluida, de propagar que fue asesinado por el imperialismo cuando éste no existía como ente político y la de mostrar en televisión los tristes huesos del Padre de la Patria que sirvieron, al menos, no para que viéramos sus restos sino para que él viera los restos del país.

 

En todo caso, el escándalo estremeció los fundamentos de la educación venezolana porque lo que apareció aquella mañana en el patio del colegio alarmó, consternó y precipitó la condena unánime de la dirección y del profesorado; provocó enojo y mortificación en los padres y representantes y avivó las sofocadas risas y los cuchicheos de todo el alumnado.

 

No sólo se trataba de una verdad incuestionable, sino de una manera de decir «¡basta!» a tanta beatería bolivariana, de visualizar el rechazo de aquellos escolares a tanta frase admonitoria que no nos deja vivir con nuestras propias ideas y nos impide caminar hacia delante con nuestros propios pies. En la pared estaba escrito:
«¡Mear y cagar son nuestras primeras necesidades!».
——
*Crítico de cine, escritor.
En: el diario El Nacional de Caracas.

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