Chile: entre la mierda y el hambre

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Pareciera que el dilema en que actualmente se debaten los chilenos es: ser pobres o comer y respirar mierda. Alternativas nada alentadoras, pero así las plantean nuestros líderes y quienes manejan el poder. El caso más reciente es el de la ciudad de Freirina, en el Norte del país. Una comunidad de seis mil habitantes que se vio conmovida por los malos olores y moscas provenientes de una empresa productora y faenadora de cerdos.WILSON TAPIA VILLALOBOS.*|

 

Se trata de una mega filial perteneciente a Agrosuper, principal productora nacional de carnes de pollo, pavo, chancho e importante de salmón. La instalación de Freirina iba a ser la más grande de Suramérica, con capacidad para la crianza y procesamiento de dos millones de cerdos. En los momentos en que explotó el problema, había allí sólo 450 mil animales y los habitantes de Freirían ya vivía un calvario.

 

Después de manifestaciones que terminaron en violentos enfrentamientos con las fuerzas policiales, la autoridad de salud resolvió el cierre de la planta. Seguramente la represión cruenta podría haberse evitado. Después de los apaleos de carabineros contra los pobladores, el ministro de Salud, Jaime Mañalic, decretó, incluso, alerta ambiental.

 

Si el problema era tan serio ¿por qué se reaccionó tardíamente? ¿O las próximas elecciones municipales imponen cambios de actitud? De cualquier manera, una reacción algo desconcertante

 

Ahora ha comenzado el gran debate. El Mercurio, portavoz de los sectores económicos más conservadores del país, advierte que quedarán 1.500 trabajadores sin empleo y que el comercio de Freirina ya se ha visto extremadamente afectado. Gonzalo Vial Vial, dueño de Agrosuper sólo reconoce 450 trabajadores, entre empleados propios y de empresas externas.

 

Esta parece ser otra de las gradas que los chilenos se están acostumbrando a enfrentar en esta larga escalera del desarrollo.

 

Las mineras nacionales y extranjeras ensucian las aguas y dejan a sectores importantes de agricultores sin poder utilizarlas para sus faenas.

 

Además, provocan graves daños a la salud de quienes viven en su entorno por el mal manejo de metales pesados. Codelco, la principal compañía estatal productora de cobre, poluciona el aire con emanaciones tóxicas de sus refinerías y el desborde de relaves. Los episodios provocados en la Quinta región son prácticamente constantes. En ello colaboran también empresas productoras de energía.

 

Ante cualquier posibilidad de sanción, la reacción es la amenaza de desempleo. Igual ocurre con la posibilidad de efectuar una verdadera reforma tributaria. En ese caso, el chantaje apunta a la posibilidad de que los inversores cambien a Chile como el destino de su dinero. En resumen, o nos resignamos a respirar y comer caca o hay que seguir chapoteando en la pobreza.

 

Y estos atropellos se amplían a los grandes complejos energéticos. Hidroaysén es uno de ellos. Quien quiera conservar la Patagonia sin represas será el responsable de que Chile se quede sin energía a muy corto andar. O sea, de nuevo la espada coprolálica cortando cabezas.

 

Pero el dilema que plantean quienes tienen el poder es un falso dilema. No es cierto que para ser desarrollado haya que arriesgar la vida de los ciudadanos. Existen nuevas tecnologías que se utilizan en países que lograron dar el paso. Y esas tecnologías están disponibles. El problema es que aplicarlas significa una merma —marginal, en todo caso— en el volumen de ganancias. Aceptarlo no está en el imaginario de nuestros empresarios privados —y parece que tampoco en funcionarios estatales— y, obviamente, tampoco en los inversionistas que han llegado al país.

 

Chile es un laboratorio del neoliberalismo y debe ser tomado como tal. Por lo tanto, aquí los ciudadanos son consumidores y cuando se les ocurre recordar su rol antiguo, hay represión.

 

Lo que guía las acciones políticas —en el más amplio sentido de la palabra— es el éxito, no la felicidad de los chilenos. Aquí es imposible pensar que pueda imponerse un sistema laboral como se practica en algunos países de Europa y Asia. Resulta inimaginable que los trabajadores aspiren a sueldos compatibles con una vida digna y, a la vez, puedan ver rebajado sus horarios de labor.

 

Lo que se impone en Chile es trabajar cada vez más y, en lo posible, por menos dinero.

 

Los chilenos parecen acostumbrados a mirar, con el ceño fruncido, como se les pasa la vida, mientras hacen gimnasia bancaria, soportan esperas interminables por una mala locomoción, son maltratados en hospitales, bancos, supermercados y en tiendas de «retail». Son sólo consumidores, y de segunda.

 

Quizás es aconsejable tomar conciencia de esta realidad para reaccionar. Al menos un sector importante de la juventud está buscando salidas alternativas. Y lo hace porque no cree en la monserga de que cualquier cambio en las reglas del juego paralizará al país. El miedo es lo único que paraliza. Tal experiencia los chilenos la hemos vivido durante demasiados años.

 

Parece aconsejable rechazar los falsos dilemas. La pobreza se derrota con una repartición justa de la riqueza. El resto son fantasmas para asustar a consumidores dóciles.
——
* Periodista.

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