Chile: – GIRO EN EL TIMÓN

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sesudos analistas sostienen que todo lo detonó el Transantiago. Creo que no fue así. Los problemas de Bachelet se iniciaron en el momento mismo en que asumió la primera magistratura. Entre su condición de mujer y que el período que le correspondía era de sólo cuatro años, enfrentó de inmediato una oposición cerrada. Sí, además estuvo la corrupción en Chiledeportes y sus derivados. Es cierto. Pero también lo es que los medios opositores, una abrumadora mayoría, amañaron las cosas de tal manera que ni siquiera le dieron tiempo a acomodarse en el sillón de La Moneda. Pasó de candidata triunfadora a presidenta cuestionada. Nada de luna de miel con el poder.

Después vino el Transantiago. Y lo que había sido difícil se transformó en catástrofe. Nuevamente los medios opositores no le dieron tregua y hasta Televisión Nacional siguió lo que señalaba la «agenda setting». Una agenda creada por la oposición con la anuencia, hay que decirlo, de linajudos personajes de la Concertación. Porque la presidenta logró la extraña condición de hacerse molesta a opositores y a algunos poderosos gobiernistas. Estos últimos no deseaban que pudiera salirse del marco señalado por los tres gobiernos concertacionistas anteriores. Los reiterados desaciertos en la locomoción hicieron el resto.

Y fue tan serio el problema, que no bastó un mea culpa. No fue suficiente su lección de humildad. Era necesario que volviera al redil de la democracia de los acuerdos. Ese marco acotado por la clase política en que la participación popular es nula. Doña Michelle cedió. Primero reajustó su gabinete. Allí se vio que algunas promesas dejaban de cumplirse. No había paridad entre ministros varones y damas. Luego, aparecieron caras antiguas. O sea, algunos se repetían el plato.

Estos renuncios podían interpretarse como quiebres menores, compelidos por una situación desesperada. Pero en política ningún paso es sin consecuencias. Eso la presidenta lo sabía. La llegada de José Antonio Viera Gallo a la Secretaría General de la Presidencia fue algo más que darle primer plano en el escenario a una figura política en decadencia. Fue la revitalización de lo vivido en Chile durante 17 años. Pero esta vez sin tapujos. Sin declaraciones que sonaban a participación, pero sólo sonaban. Fue pedirle tregua a la derecha para salir del atolladero del Transantiago. Y eso significaba poner sobre la mesa algunos pasteles apetitosos.

El primero fue el Contralor General de la República. Como mago con chistera, Viera Gallo sacó a Ramiro Alfonso Mendoza Zúñiga. Este personaje ya había sido rechazado por la Concertación cuando lo propuso Paulina Veloso, la ministra a quien reemplazó Viera Gallo. La razón fue una y contundente: es demasiado cercano a la derecha. Y la Contraloría necesita una cabeza que esté lo más ajena posible a la política contingente.

¿Quién es Mendoza, en realidad? En un reportaje cuidado, como son los de El Mercurio, es definido casi como un aurus en la política. En lo mundano, es «top»: le gustan la ópera y las motos. Y en su especialidad es «el mejor exponente del Derecho Administrativo de la plaza». Sin embargo, su afinidad con la derecha política y económica nunca ha podido ser desmentida. Incluso, en un seminario internacional desarrollado en Buenos Aires, un colega chileno debió corregirlo cuando Mendoza realizaba un verdadero panegírico de la justicia que se impartía durante la dictadura del general Pinochet.

Para una definición más completa de Mendoza, dos citas. Cuando fue consultado por los treinta votos a favor, cinco en contra y una abstención que su nominación logró en el Senado, dijo: «Si hubiera logrado unanimidad, sería un santo». Luego, respecto de cómo se veía en sus nuevas funciones, afirmó: «Estar a cargo de la Contraloría es como estarlo de una catedral y la responsabilidad de presidirla es como la que tiene un obispo, con sus bondades y toda la carga que también eso conlleva». Mendoza es un hombre pío.

Todo parece haber vuelto a la normalidad, aunque el Transantiago sigue siendo un desastre. Es posible que las cosas mejoren con la llegada de otra figura. René Cortázar, el nuevo ministro de Transporte y Telecomunicaciones, se repite el plato. Es un exponente del pragmatismo político y de una irrestricta adhesión al mercado como asignador de recursos. En su primera faceta, aún se le recuerda como censor de un programa de Televisión Nacional de Chile (TVN), cuando ejercía el cargo de director de la televisora estatal. El programa era sobre Derechos Humanos y denunciaba a personajes del régimen militar.

El vuelco que ha experimentado el gobierno de la señora Bachelet ha sido asumido de diversas maneras en la Concertación. La mayoría lo estima como una medida necesaria. Otros lo consideran un mal menor. Entre los satisfechos se encuentra el presidente del Partido por la Democracia (PPD), Sergio Bitar. Afirma que la democracia de los acuerdos es lo mejor que le puede ocurrir a Chile. Es la manera de avanzar hacia el desarrollo, sostiene. Seguramente cree que este respiro que la oposición dará a Bachelet bastará para que, en el 2010, la Concertación vuelva a ganar las elecciones.

¿Será así? Está por verse si los chilenos quieren más de lo mismo. Parece evidente que cuando los acuerdos deben lograrse con quienes tienen el poder real, que es el económico, la capacidad de veto de éstos es incontrarrestable. Por lo tanto, se gobierna para la misma minoría que disfruta de esta economía exitosa que ubica a Chile entre los diez países con peor repartición de la riqueza en el mundo. Y esto no es ajeno al malestar, a las protestas callejeras, a la apatía frente a la democracia o al rechazo abierto a la política.

La guinda en la torta de estos últimos días fue la declaración de la presidenta acerca del proyecto que reforma el sistema binominal de elecciones. La iniciativa ha sido calificada de histórica por el oficialismo. La verdad es que mejora en algo la injusticia que significa que al menos un 10% del electorado no tenga representación. Pero no es menos cierto que no entrega representación proporcional. La iniquidad se mantiene porque tanto gobiernistas como opositores se niegan a perder las ventajas que le entrega el sistema actual.

Cuando fue consultada acerca del proyecto, la presidenta Bachelet dijo que no la dejaba conforme. Le faltó agregar, pero peor es nada. Algo similar a lo ocurrido con el Transantiago. No estaba de acuerdo en ponerlo en funcionamiento el 10 de febrero. ¿Por qué no hace lo que realmente piensa? ¿Si la presidenta de Chile no tiene libertad para decidir, quién? Nuevamente se queda en las declaraciones.

Debería saber que cuando se está a la cabeza de un país no basta con tener buenas intenciones.

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foto

* Periodista

wtapiav@vtr.net.

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