Magalí Silveyra
Corría el otoño de 2008. Bernarda Vega y su cónyuge llegan a la sala de urgencias de la maternidad del Hospital San José, en Santiago de Chile: experimenta dolores y molestias de preparto. La atienden, afirman en el hospital, y no se constata que haya de verdad comenzado el trabajo que hará nacer a su hijo. Que se fuera, tranquila, a su casa, dice ella que le dijeron.
Bernarda no llegó muy lejos. Minutos después su bebé, Cléber, nació en el piso del baño adyacente a la sala de urgencias. La responsable, evidentemente, debe ser ella: es pobre, es mujer y nació en Perú. Personas que circulaban en esa área del hospital, que esperaban atenciçon o a alguien que se atendía, fotografiaron la escena con las cámaras de sus teléfonos celulares.
El país ciudadano se enojó (no todo está perdido) y las autoridades del ministerio de Salud ordenaron una investigación. Tras ocho meses el fiscal encargado, Ernesto Behnke, llegó a la conclusión de que todo "fue un hecho desafortunado y excepcional". Responsabilidad o culpa de la mujer, claro, que "quiso irse". Lo dicen las conclusiones del fiscal:
"La única explicación plausible (…) es que en definitiva ella se retira en forma voluntaria del lugar donde podía seguir siendo observada". ¡Vaya loca! Quiere retirarse y pare minutos después en el piso de un baño público.
Algo no calza. ¿Qué será?
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