Chile: Las elecciones y la inexcusable falta de previsión de Marx y Lenin
Como siempre, en las elecciones chilenas todos ganan y nadie pierde. Pero no es tan así: en esta configuración electoral, pierde y va a seguir perdiendo la gente humilde mientras no se integre esa parte que en la historia de Chile siempre ha hecho al diferencia: la izquierda. Debilidades, indecisiones, renunciamientos de por medio habría que decir, pero ha sido siempre la izquierda consecuente la que ha logrado hazañas que ni la tibieza ni la cobardía ha podido siquiera concebir.
Desde el gobierno popular de Salvador Allende, hasta la derrota de la dictadura, han sido hitos históricos impulsados por la izquierda consecuente. Y ha sido esa izquierda, asentada en lo mejor del pueblo, la que ha pagado un alto precio en vidas y sufrimiento humano por su audacia y el cumplimiento de su deber. Resulta encomiable el sentido de sacrificio de la gente que, aunque no les crea una coma, sigue votando por aquellos que una vez electos se olvidarán de sus promesas y mentiras.
Es lo que se vio en la segunda vuelta para gobernadores en algunas regiones: hay un rechazo visceral a la derecha que la izquierda no sabe cómo capitalizar. Y, al parecer, ni siquiera se lo propone. Digamos que estas elecciones se dieron en un contexto endogámico: se enfrentan dos visiones o versiones de una cultura en la que ambas partes comparten sus fundamentos.
Ninguno de los candidatos se propone modificar, aunque sea un rizo del orden capitalista en su versión más agresiva e inhumana. La filosofía que tiene a Chile y al planeta en una condición liminal, no es el socialismo, ni los pérfidos comunistas que por ahora no molestan ni le hacen daño a nadie, sino el capitalismo neoliberal que tiene en un puñado de manos dementes el destino de ocho mil millones de personas que se ahogan en medio de los deshechos derivados del consumo enfermizo de cosas que no son necesarias.
Para el caso nuestro, no es la posición supuestamente extrema por la que el Partido Comunista muerde el polvo de la derrota. Sino, al contrario, su intento por esconder su mutación dando mostraciones de buena conducta cívica en momentos en que se necesita precisamente lo contrario: posiciones radicales, que digan las cosa como son y que propongan cambios, aunque parezcan en el actual orden, utopías lejanas.
El Partido Comunista sufrió una dura derrota en Coquimbo, más bien paliza, porque se paga muy cara la ausencia de consecuencia histórica, esa extraña conducta de esconder sus consignas, valores y banderas, precisamente cuando son históricamente más necesarias que nunca.
La gente común y la no tanto, valora el morir con las botas puestas.
¿No era utopía el luminoso amanecer del socialismo, el gobierno popular, el fin de la dictadura? Hoy la cosa es más modesta: se trataría de una pensión razonablemente humana para los viejos, por decir alguito. Así, sin la izquierda consecuente, es comprensible que se debatan dos versiones de la misma tragedia en las elecciones. Que se propongan soluciones que no son, a problemas que sí son, y que se alcanzan a ver, por donde se mire, a cacho visto. Para los sostenedores del sistema, el Frente Amplio ha mutado en una versión de aquello, las diferencias son solo cosa de matices.
¿Puré o arroz graneado?
El actual gobierno ha estado más preocupado del qué dirán derechista que de recordar los no tan lejanos tiempos mozos de sus insignes dirigentes, Gabriel Boric incluido, cuando amenazaban con terminar con el neoliberalismo. ¿Ignorancia supina? ¿Entusiasmo extremo? ¿Falacia histórica? ¿Otra estafa?
La corrupción del sistema no se evidencia solo cuando se roba, coimea, estafa o se comenten crímenes aberrantes desde el poder. El sistema es el esencial y necesariamente corrupto cuando, a propósito de su refinación y perfeccionamiento, se condena a millones de seres humanos a vivir en condiciones de sufrimiento, sin un horizonte de esperanza para una vida mejor, con los niños en medio de una cultura que los hace delinquir a los doce años y para el efecto correctivo solo se ofrezcan más cárceles y policías.
El sistema es el corrupto y corruptos son quienes lo perfeccionan. Entonces llegamos a las elecciones.
Pongamos por caso la Región Metropolitana. Es un hecho vergonzoso poner a la gente en el trance de tener que optar por uno de los dos candidato de la elite: uno, bruto y violento de barra brava, versus el otro, el bueno, que no quiebra un huevo, pero es sostenedor del modelo y democratacristiano encubierto. Ambos esencialmente anticomunistas. Uno de ellos apoyado por el PC. Ambos candidatos a la gobernación de la Región Metropolitana representan la misma cultura neoliberal, reforzada y perfeccionada en estos últimos tres años.
Una buena pregunta es cómo y por qué hemos llegado a no tener opciones electorales que contradigan la cultura dominante, que ofrezca aunque sea un poquito de decencia, que proponga rasgos solidarios, de escala humana, ya no digamos con un horizonte socialista, sino simplemente gestiones no neoliberales, de respeto y reconocimiento a la gente común y endeudada. Algo tan extremadamente revolucionario como que los niños vayan a una escuela limpia y segura.
Algo que ni Marx ni Lenin previeron como amenaza al orden burgués.
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