Chile: los extremos se tocan y unen en el descontento

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Lagos Nilsson.

Los parlamentarios y otros políticos participan y buscan aportar para apagar los fuegos de Magallanes; la isla, por otra parte, carece de representantes.

La gente del austro reclama por el alza del gas, combustible usado básicamente en los hogares y vehículos (en la zona es necesario mantener las casas calefaccionadas durante buena parte del año); la gente en Rapa Nui reclama terrenos donde hoy se levanta un hotel para turistas. Probablemente el turismo, cierta forma de implementar políticas turísticas, sea la vuelta de tuerca final para el entierro de la cultura local.

Nada de eso importa. El presidente Piñera llama a no quebrar la unidad de los chilenos (al presidente Piñera lo ocupa mucho el asunto de la unidad), siempre que sean, claro, sus fórmulas las que la conciten: el perfecto ciudadano es el perfecto obediente, o sea, y además y por sobre todo un buen consumidor de naderías.

Unos 15 cigarrillos diarios y tres tragos bien cargados —los chilenos beben y fuman mucho descubrió el ministro de Salud— parecen ser el "camino sueco" de Chile. No hace mucho verdaderas manadas de sedientos neovikingos invadían bares y botillerías en Finlandia y Dinamarca. Quizá bebían de puro aburridos.

En Chile no se aventuran razones de la afición al copete.

Y agregó en Curicó: “El gobierno no conoce otra forma de terminar con las protestas si no es con represión dura del Estado. El gobierno de derecha aún no envía un ministro a dialogar con la gente de la zona, sólo ha enviado un instructivo para defender la postura del alza del gas para beneficiar a unos pocos y, a su vez, incrementará la dotación de Carabineros en la región lo que es inaceptable porque no favorece el diálogo e instaura la fuerza”.

Lo cierto es que no hay conflictos locales, aunque la razón de la protesta sea regional. Lo prueba tristemente el atropello habido en Punta Arenas. Ya se anunciaron querellas a altas autoridades por la responsabilidad que les pueda caber en las desgracias.

Quizá una conducta más prudente, amplia, de diálogo del poder central, que pudo haber entendido la raíz del reclamo, hubiera evitado el nerviosismo, la confrontación y esas dos muertes. Pero, se sabe, una cosa es la majestad de la autoridad y otra muy distintala vivir en la base social.
 

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