Chile: una nueva democracia

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Álvaro Cuadra.*

La historia de Chile durante la segunda mitad del siglo pasado nos ha dejado una gran lección. La democracia, lejos de ser el modo natural de vida política de un pueblo, es más bien incierta y frágil. Nada asegura su permanencia en el tiempo y, en consecuencia, su defensa y perfeccionamiento es un desafío constante para todos los sectores políticos.

En la actualidad, nuestro país vive lo que se ha dado en llamar, eufemísticamente, una “democracia de baja intensidad”, en cuanto se trata de un orden garantizado y prescrito por una constitución fraguada durante los años turbios de la dictadura militar.

Durante dos décadas, los chilenos hemos intentado volver al cauce democrático. La recuperación ha sido lenta, demasiado lenta, y no exenta de amenazas. Es cierto, se han dado algunos primeros pasos, pero debemos reconocer que la democracia sigue siendo todavía muy limitada. De hecho, hasta el presente, la clase política chilena ha sido incapaz de crear un orden democrático distinto a aquel que heredara del gobierno autocrático de Augusto Pinochet.

En este sentido se podría decir que ningún sector político ha podido abandonar las muletas en su andar democrático.

Ante la actual situación, la única actitud de futuro es el reclamo por una democracia de nuevo cuño. El precario sistema democrático en el que vivimos es un lastre que impide no sólo un orden más equitativo en lo social sino que compromete, incluso, las expectativas económicas de nuestra nación en el largo plazo.

El énfasis autoritario como garantía de paz social ante un orden injusto es una ecuación éticamente insostenible en tiempos de la mundialización, acaso, peligrosa e inestable, que se explica en gran medida por la obstinada persistencia del miedo al cambio en el seno de nuestra sociedad.

Más allá de la pretendida imagen de modernidad y desarrollo, la verdad es que la realidad política y social chilena no se aleja, en lo sustancial, del resto de América Latina.

Las transformaciones políticas de largo aliento que requiere nuestro país no se resuelven con “astucias mediáticas” ni con enjuagues legislativos de última hora. La historia enseña que los avances democráticos son fruto de arduas luchas de los movimientos sociales, pues, de manera inevitable, hay sectores que sienten amenazados sus privilegios ante lo nuevo. Nada hace pensar que esta vez ha de ser diferente.

En los años venideros, nuestro país debe enfrentar la tarea inmensa de superar los dolores e injusticias de siglos. Para ello, todos los sectores de nuestra sociedad requieren no sólo de responsabilidad para preservar y enriquecer el sistema democrático sino, también, de valentía y grandeza para concebir una democracia de nuevo tipo, un país otro donde la condición étnica, social o cultural no sea discriminatoria.

Un Chile donde la soberanía resida, efectivamente, en su pueblo.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

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