Cinco microficciones de Rolando Revagliatti, de su libro Muestra en prosa

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Semblanza

Soy lo que soy desde que se murió mi mamá. Me sentía libre al principio, liberado. Me lo merecía. Mientras ella vivía fui un pelagatos. En la gran ciudad. No voy a revelar cuál era mi ocupación. En todo caso, digna. Mientras ella vivió, “el hijo de la sucia” me endilgaban. El eslogan dolía. Y dolía también el otro eslogan: “El hijo del vecino”. En referencia al quiosquero, el solterón de la casa de al lado. Y algo hubo, algo pasó.

En efecto, mi mamá no era propensa a la higiene. No era, tampoco, una mujer dada, que se pudiera decir, comunicativa. Estrictamente, gruñía en ocasiones. Yo le preguntaba: “¿Vino Isabel a buscarme?”: gruñido. “Mamá, ¿me hacés el nudo de la corbata?”: gruñía y me hacía el nudo de la corbata. Le comentaba: “Me aumentaron el sueldo”: gruñido. Y le proporcionaba una
🌹 M̠A̠L̠V̠O̠N̠ 🌹 Los Malvones son de... - Vivero Agronomia | Facebookgenerosa porción de mis ingresos. Trabajaba yo doble turno y ganaba por ese turno doble el ochenta por ciento de lo que se me abonaba por el turno simple. Y aún me quedaba un ratito para darle algunos besos a mi novia de la infancia, la adorable, la resignada Isabel. Escasas emociones en los primeros treinta años de mi vida.

Ahora soy un trashumante, difusamente melancólico. De Isabel me despedí, apenas después de tomada la ruda resolución de vagabundear. A mi mamá la llevo en el espíritu a donde quiera que me traslade y con quien sea que me junte. Admitan en mi semblanza que la añoro. Tengo para mí que acabaré por hastiarme.

Corpulencia

Con semejante físico, es lógico, se da el gustazo de trompear, de vez en cuando, a escogidos cretinos en tren de patoteros. Ha noqueado, por ejemplo, a energúmenos choferes de colectivos.

¿Por qué limitarse a una discusión estéril, pudiendo escarmentarlos? ¡Ha corregido a tantos, elevándolos con naturalidad por sobre su cabeza, agitándolos, hasta hacerles deponer actitudes necias, presuntamente arraigadas!

Impuso siempre su corpulencia, y permítaseme enunciarlo así: su preclaro vigor, como factor desmoralizante frente a comportamientos repetitivos de groseros y malintencionados. Ya desde la niñez el admirable Hércules implementó los mentados recursos. Con las mujeres se contiene: se limita a la -también mentada- estéril discusión.

Solo

Desde que me quedé solo decreció mi optimismo. (Riego malvones a la madrugada. Volveré al lecho. Hasta que aburrido me dejaré caer, y lograré así reaccionar, sobreponerme y encarar el día, si no laborable para mí, que eso nunca, al menos…) Los que ya no están, con cariño y con resignación, me instaban a la diurna vigilia.

¿Han contemplado a pájaros muriendo?… Yo los he contemplado. Corbatitas, jilgueros, chingolos…, despidiéndose a través de sonidos broncos y aislados, o de un piar chillón y sostenido.

Ya no me afeito ni me peino, no recito églogas en el salón principal ni ensayo formas de saludo frente al gran espejo del vestíbulo. No hay artilugio ni práctica conspicua que pudiera adquirir o conservar. Duermo ahora con los pies envueltos en una bufanda y bebo el té amargo, sin limón ni coñac. Claro está, no espero ser visitado ni socorrido, aun en circunstancias extremas.

Desde que me quedé solo, soy, a simple vista, un hombre infeliz.

Redactor

El chico que no habla es el hijo único de su fallecida única hija, y de su también fallecido yerno. Lo crió ella, viuda, al chico que no habla, su nieto. Es el chico que no habla quien redacta el breve texto que se inicia con: “El chico que no habla es el hijo único de su fallecida…”.

Huir

Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.

Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.

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