Concepción, Chile: reportera apresada con otras mujeres, golpeada y borrados los registros de su cámara

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La movilización estudiantil del miércoles pasado, como las anteriorres, estuvo marcada por la violencia policial; no solo contra los manifestantes, sino extendida —como por sorteo de premios— a periodistas. Natalia Rubilar, reportera de Resumen, fue apresada por Carabineros después de que grabara con su cámara la la detención ilegal de Sara Reyes, estudiante de 19 años.| Resumen.*

 

En el bus policial, al que fue obligada a subir en calidad de apresada, Rubilar fue gentilmente tratada por el personal: le provocaron lesiones en sus muñecas y zona cervical. Sara Reyes, al intentar de que no siguieran pegando a Natalia, fue golpeada en las costillas —el héroe carabineril es de apellido Jara—, con el resultado de una seria lesión en la zona abdominal.

 

Cumplida la misión —o satisfecho el placer de los guardadores del orden— y porque las apresadas insistían en exigir buen trato y respeto a sus derechos ciudadanos, una carabinera (mujer policía de la dotación) comenzó a grabar sus imágenes con su celular personal, diciéndoles que aquellas, las imágenes, las mostraría a un fiscal.

 

El objetivo fue amedrentar a las apresadas, que tras los malos tratos recibidos y el tiempo de encierro en mínimo espacio parecían, desgreñadas como las desgreñaron, cualquier tipo de personas —menos ciudadanas honorables.

 

La farsa del respeto a la institucionalidad chilena («En Chile las instituciones funcionan», ¿recuerdan la frase?; no no es del señor Hinzpeter, él sabe que todo es aleatorio) y antes de llevarlas a la comisaría, culminó, la farsa, cuando Carabineros las trasladó a constatar lesiones al Hospital Regional de Concepción. Y en lo que antes se llamaba nosocomio tuvieron el últiomo baño de sorpresas.

 

Alfredo Davanzo Aldunate, de la planta de médicos del Hospital Regional, suelto de cuerpo, le dijo admonitorio a Natalia Rubilar: «Esto le pasa por andar metida en esas cosas».

 

Ingenua, la periodista preguntó al émulo de Esculapios —o de Paracelso— qué se le hizo por si había registrado toda la declaración que les habían entregado. El profesional a modo de respuesta la aconsejó: «Tenga cuidado con lo que dice».

 

Y debía tenerlo, porque, finalmente, Carabineros (con mayúscula, porque es la institución) les presentó, a ella y a las demás presas, una ficha en blanco para que la firmaran. Ninguna de las detenidas lo hizo.

 

Y ahí quedaron, como olvidadas, hasta alrededor de las ocho de la noche, cuando fueron dejadas en libertad. Natalia Rubilar recuperó su herramienta de trabajo, pero no el resultado de su trabajo. Es natural: si tal es el comportamiento de la policía ¿a qué tener registro de nada?

 

La experiencia de Rubilar no es nueva; detener a reporteros, agredirlos y borrar sus registros cuando éstos denuncian la brutalidad de la acción policial, han sido constantes, sistemáticas y amparadas por la corruptela que hace metástasis en las instituciones, y muestra lo fundamental que es la desinformación y el silencio para quienes gobiernan —o se enriquecen a costa de la —simbólica y concretamente— golpeada ciudadanía.
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* En Resumen—donde se publicó la versión original— puede verse un breve vídeo del autobús policial en el que las ciudadanos fueron apresadas; si se escucha bien el audio se oirá el ruido de los golpes a la periodista y otra detenida y las protestas y acusaciones de las personas que en esos momentos rodeaban el vehículo.

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