Gisela Ortega.*
Hace poco me describieron esta escena: una señora sé cayó y no pudo levantarse. Varios peatones que estaban a corta distancia se dieron cuenta del suceso pero no la auxiliaron. Por fin, llego corriendo una joven que lo había observado todo desde la acera de enfrente, ayudo a la dama caída y la acompaño a un taxi. Al recibir el agradecimiento lo rehuso replicando: es muy natural, la simpatía, dar un trato afable y buena voluntad hacia el prójimo.
Las personas magnánimas se alegran por los dones recibidos, los reconocen y están dispuestas a corresponderlos.
El apoyarse mutuamente es una de las virtudes humanas. Pero no solo los atributos son buenos, los errores y las debilidades también lo son. Para disculparlos se dice que “son muy humanos” ya que las personas no son únicamente nobles, filantrópicas y buenas, sino además indiferentes y sin compasión.
El concepto de generosidad engloba, bondad, benevolencia, confianza, fidelidad, actitudes y atributos que conciernen al bienestar de los seres humanos. Esta idea esta estrechamente unida al altruismo. De acuerdo a la Real Academia Española, el altruismo proviene del francés “altruisme” y designa la diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio.
El tema en si no necesita de muchas palabras, pero en una época de inhumanidad, como la nuestra, es necesario ser consciente de los extremos a los que llega esa actitud. Las noticias sobre guerras, asesinatos, vandalismos, robos, secuestros, saqueos, son actos bárbaros contra el prójimo, despiertan en nosotros sentimientos de horror y desamparo.
El mundo no ha sido nunca “integro”, pero jamas han existido aglomeraciones caóticas como las que se producen en nuestro planeta, ni tantos miles de millones de seres han luchado por sobrevivir, aquí la sensibilidad, brilla por su ausencia.
No podemos negar que nos hayamos convertido en una sociedad competitiva, y que apartemos a los demás con brusquedad cuando se interponen en nuestro camino. La cortesía se ha convertido en algo superfluo, el trato es más rudo, la piedad y la predisposición a cooperar son escasas. Al mismo tiempo crece el egoísmo, la desconsideración irreflexiva y la desconfianza en todo y de todos.
La relación entre los seres humanos ha desmejorado sobre todo en las grandes urbes. De ahí que mucha gente piense solo en sí misma. Antes la cooperación vecinal era algo natural, pero hoy se ha convertido en una excepción entre los habitantes de las grandes zonas residenciales. Otro ejemplo del tiempo en que vivimos es que alguien le ceda el asiento en el metro o autobús a una persona mayor.
La participación afectiva se ha reducido al mínimo. Cada uno se da cuenta de la situación y se queja, pero sigue provocándola. ¿Por qué comportarse con indulgencia si los demás no lo hacen? Tenemos y debemos hacerlo porque dependemos los unos de los otros. Se puede contagiar a los demás con enojo, cólera, desconfianza, como con buen humor, amabilidad, comprensión compasión, caridad, misericordia, piedad y ayuda.
Lo mejor es empezar consigo mismo. Especialmente los niños deben ser instruidos para que cooperen entre sí, y la mejor educación es el propio ejemplo. Si esta generación no aprende a pensar y a actuar con benevolencia nuestro futuro será difícil.
* Periodista.
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