Cuando los medios de prensa no informan, deforman

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Que la opinión de la gente es siempre operable y fácil de convencer, en los medios de comunicación ya es un prejuicio —que la realidad convirtió en superchería que se verbaliza y nada más—. Esa mágica incidencia de la prensa sobre el pensamiento colectivo —preciada mística periodística— mucho ha decaído en su eficacia al menos en América Latina, donde el mismo gentío oyente o lector en verdad muy manejable décadas pasadas, en no pocas elecciones presidenciales, por ejemplo, le hizo perder convicción y seriedad.| EDUARDO PÉRSICO.*

 

Sucedió en Bolivia con la elección de Evo Morales y, en Argentina, esa decadencia se hizo muy visible en el año 2003, cuando al asumir en Argentina Néstor Kirchner con un magro veintidós por ciento de votos, el conservador diario La Nación lo visitó para indicarle al primer mandatario un programa de gobierno redactado por ellos —y que Kirchner no aceptó.

 

Pocos días más tarde el mismo centenario matutino publicó los argentinos han votado gobierno para un año, una frase acaso no textual que más fuera estimada al sumarse el otro diario y multimedio de mayor venta, Clarín, en una brega contra el gobierno recién electo.

 

El mandato de Kirchner terminó luego de cuatro años, en 2007, y entonces Cristina de Kirchner del mismo signo político obtuvo la elección con un cuarenta y seis por ciento de los votos —un poco más del doble anterior porcentaje—, que al ser reelecta en el 2011 se amplió al cincuenta y cuatro por ciento del total de votos. Casi dos veces y media más votos del año 2003 y que ya denunciara la precariedad de esos medios sobre la opinión nacional en Argentina.

 

Y en el reciente debate legislativo de diputados y senadores a propósito de la recuperación de los yacimientos petroliferos en poder de la empresa Repsol, oficialismo y oposición dieron un acuerdo masivo de apoyo, al menos de un ochenta por ciento a la decisión del Poder Ejecutivo. Por supuesto nada equivalente «con cinco tapas en contra de nuestros diarios en la Argentina cae cualquier gobierno» que mucho obligarían razonar los avisadores de esos diarios.

 

Pero, claro, de eso mismo y tras la sanción definitiva del recupero de la acciones de Repsol en YPF sin insultar a ninguno de sus ejecutivos, tan agresivos ellos, se encargó el humor popular: «Es que los peronistas somos tan analfabetos que al no saber que Clarín y La Nación ya nos echaron, seguimos gobernando».

 

Pese a que los mismos periodistas y sus operadores prosiguen entreverando lo principal con lo secundario en esto de la recuperación de YPF, empresa nacional desde 1907, en semejante aislamiento conceptual el periodismo escrito y televisivo exhibe su rendición profesional ante el poder como si fuera meritoria: una rendición descalificadora que los escribas veteranos entienden como la mayor expulsora de credibilidad, en tanto prosiga el manual informativo protegiendo ls verdad, el convencer a otro merece ser creíble y todo desecho de lo esencial cae en el panfleto.

 

Por más que los fabricantes de opinión sigan creyendo que cada receptor es un sistema opaco y sin matices, y que cualquier movilidad social o rigor en el reclamo no existe entre el gentío, no hay ya objetividad posible. Deberían saber los informadores que la «cibernética» (el «mundo digital») de inmediato descifra cualquier falacia o bajada de línea tendenciosa —y ya eso los tiene sencillamente contra las cuerdas.

 

Está en crisis la verdad sagrada del periodismo que siempre advirtiera don Natalio Botana —dueño del diario Crítica: cuatro décadas de más venta en Argentina— a sus redactores: «Falsa, disfrazada o cierta, nosotros vendemos credibilidad. Pero si nunca entregamos una verdad cierta a nuestros lectores, el negocio se acabaría enseguida». Pragmatismo y punto.

 

Además de lo que expresa cada medio en él subyace cuánto oculta, y ese encubrimiento es el gran servicio que el poder impone a la comunicación sobre cualquier realidad que desenmascare el juego. Mientras bien controlado sea el universo de los privilegiados del sistema al ocuparse del profesionalismo farandulero, deportivo y demás evasores impositivos afines —que despliegan sus lujos de fama y dinero a sus admiradores— todo sea bienvenido en tanto el hábil juego de los medios excitando con los famosos desinforma otras certidumbres de la comunidad.

 

La inseguridad es un flagelo adjudicado a los «marginales» y la criminalidad explotadora de cada pudiente minoría jamás es responsable de nada, y dentro de semejante estilo los grandes medios de comunicación —a veces tan pequeños— imponen y amplifican cada asunto a gusto del poder económico vigente.

 

Nadie proclama un mundo idílico, pero sí advertirnos al menos de cuanto hace hoy a las crisis de los países europeos, tan enlazados en este paso de baile del capitalismo financiero que nadie creyera posible un mundo tan demostrativo de su bienestar.

 

Por su indómita pequeñez los medios de comunicación jamás le desvelaron el sueño a nadie en Hamburgo, Roma, Atenas o Madrid, inversores ajenos al simple hecho de que una hipotecas sin respaldo sólo era una hipoteca sin respaldo. Así que por lo mismo mucho mejor resultó divulgar que futbolistas, tenistas, actrices o galanes se aman y se divierten embolsando millones antes de cumplir treinta años, en el fondo, otra inmoralidad que no permite nada campaña contra el lavado de dinero y esas pequeñeces.

 

Pero, bué, lo esencial es contener la menor reacción de las multitudes violentas por más que exista otro mundo más verdadero y preocupante para exhibir, aunque para eso los informadores deberían escamotear su propia existencia como tales.

* Escritor.
www.eduardopersico.blogspot.com

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