Cuidado con los sabios que nos dicen cómo será el futuro
Juan Bautista Say (1767-1832) fue un rico empresario francés y el economista más leído y famoso de su época. Lo segundo, gracias a la enorme difusión que tuvieron sus manuales y tratados, los más utilizados en las escuelas de economía que en aquel tiempo comenzaron a proliferar en toda Europa para difundir las ideas liberales.
El traductor de la primera edición en español de su Tratado de Economía Política, Juan Sánchez Rivera, así lo reconocía cuando lo presentaba como una obra “ya clásica en todos los países de Europa” y adoptada con “aprobación y consentimiento universal” para “la enseñanza de un ramo del saber que por desgracia de la humanidad se ha cultivado muy poco hasta estos últimos tiempos”.
Lo que se decía en los manuales de Say -los más conocidos, como digo- o en los de otros economistas de la época, se consideraba la nueva luz que iluminaría el progreso de las naciones. También lo señalaba así el mencionado traductor: “¡Cuántos errores! ¡cuántas calamidades se habrían evitado a los pueblos, si los que han estado hasta ahora encargados de su gobierno, hubiesen meditado y aplicado a la práctica los principios invariables y eternos de la importantísima ciencia de la Economía política!”
Sin embargo, detrás de esos principios “invariables y eternos” que defendían aquellos economistas, y que durante tantos decenios han servido de guía a docenas de gobernantes, había convicciones que la historia nos ha demostrado que eran profundamente equivocadas y erróneas. Y no me refiero solamente a las puramente ideológicas.
El propio Juan Bautista Say, el economista, como he dicho, más leído e influyente de su época, proporciona un buen ejemplo de esto último en otra de sus obras; más monumental y menos divulgada, el Curso de Economía Política práctica (1828-1829). En la página 170 de su segundo volumen puede leerse lo siguiente: “ninguna máquina hará nunca, como lo hace ahora hasta el peor caballo, el servicio de transportar a las personas y las mercancías en medio del gentío y el tumulto de una gran ciudad”.
¿Se podía tener una idea más lejana y desacertada de lo que iba a ser la realidad de la economía y la sociedad unas pocas décadas después?
No quiero quitar mérito al economista francés. Su error de previsión lo pudo tener cualquiera, porque ningún ser humano es capaz de imaginar lo que la humanidad puede conseguir, con el paso del tiempo, cuando los seres humanos aplicamos nuestra inteligencia y voluntad a resolver los problemas sociales, en lugar de a crearlos. Simplemente quiero llamar la atención. Quienes ahora tienen el poder, o marcan las tendencias del pensamiento y la opinión pública en favor de los poderosos, también nos hablan con mucha seguridad sobre el futuro. Como si lo conocieran, haciéndonos creer que saben perfectamente lo que puede pasar y, por tanto, lo que todos hemos de hacer para enfrentarnos al día de mañana.
No les hagan caso. Saben tanto de lo que realmente puede suceder con el paso del tiempo como sabía Juan Baustista Say sobre el futuro de los medios de transporte. Lo que pretenden es que no actuemos, convenciéndonos de que ya está todo escrito y que nada se puede cambiar. Algo completamente falso pues, como escribió Karl Popper, “el futuro está abierto” y “nuestro deber no es profetizar el mal, sino más bien luchar por un mundo mejor”.
* Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España)