Cultura contemporánea: el himen, objeto de negocios

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«Tengo 20 años, soy responsable de mi cuerpo y no estoy perjudicando a nadie […] Lo haré solo una vez… no soy prostituta», es el argumento justificativo de Catarina Migliorini que, por alguna razón, recuerda —claro que a todo color— alguna fase del neorrealismo italiano. No le fue mal a la mujer: el remate pasó largo los 700.000 dólares estadounidense. | GONZALO TARRUÉS.

 

El encanto, sin duda, del ensamble de los mitos sexuales ítalianos y brasileños presentes en la espigada Catarina convencieron a un japonés —del que no circulan antecedentes— de cerrar su computadora y acercarse a la carne de verdad; en este caso al parecer comprobadamente fresca
(aunque nunca se sabe: ciertas cirugías reconstitutivas son famosas en Brasil).

 

Organizó y patrocinó el remate del himen, pues, como se verá, de eso se trata, VirginsWanted (en castellano «se buscan vírgenes» – www.virginsewanted.com.au). Realizada la subasta, con precisión comercial la empresa anunció en su portal que la joven mujer había sido vendida.

 

También se vendió la virginidad de un efebo ruso, pero solo por US$ 3.000; con el invierno a punto de llegar de las estepas del Asia pocos y pocas probablemente se atrevieron a encontrarse con el frío que podría portar Alexander Stapanov. Alexander, según los cables, no sabe todavía si su adquirente es hombre o mujer.

 

Pura tarifa, no se habla de placer

Catarina será conducida a su comprador tal como un jugador de fútbol adquirido por un club extranjero: en avión; producido el encuentro —todavía no carnal— la cuasi pareja se recluirá en un lugar discreto para conocerse siquiera un poco antes de. Virgins Wanted no ha dado luces del lugar ni de qué sábanas cobijarán la extraña cópula de dos extraños.

 

Tampoco la empresa «corre-ve-y-vende», como la mejor Celestina, suelta prenda ni del costo de la operación ni de dónde saldrán los fondos para prohijar semejante curiosidad tarifada. Pocos se atreven a pensar que los gastos no serán restados de la suma percibida por la adquirida; es de esperar que la audaz Catarina haya sacado bien sus cuentas, que si así no lo hace las menor será el cheque que espera percibir (¿lo endosará o cancelará antes, durante o tras «la cosa»?).

 

Aunque tal vez no le preocupe demasiado; habrá ofertas por entrevistas, quizá algunas fotografías de púdica —si cabe el término— desnudez posterior al desvirgamiento y, todo es posible, hasta para una segunda película que relate la experiencia (la primera está contratada: documental del antes y del después, la moral impide, dicen, mostrar el momento crucial de las tiernas rodillas separadas, el aye ante el empuje invasor y la posible pregunta: «¿esto es todo?»). Sotto voce se habla de que varias televisoras la quieren a ella para un «reality».

 

En realidad quien menos sale ganando con el negocio es el japonés de marras. Tres cuartos de millón, por más que el US dólar esté de capa caída, es harto dinero. Mucho para un polvo con una inexperta que, si a ver bien vamos, no es carrocería de lujo (aunque toque el piano).

 

Además el bueno del país del sol naciente deberá pasar por la humillación de probar su buena salud (¿los exámenes médicos por su cuenta o a cuenta de lo pagado por la penetración de Catarina?). Ojalá haya contratado un seguro por si la niña en cuestión, a última hora, se declara intransitable. Tampoco sabe el público ávido si el condón —la exigencia es cópula con condón— lo compra él a su gusto y medida o será proporcionado por la empresa.

 

Nada se dice qué arreglos, si alguno, se convinieron en caso de que en la refriega el látex se raje con esas consecuencias que muchas parejas conocen: «Se rompió el condón, estoy embarazada» (tal vez use el término preñada, más propio de las hembras mamíferas que se compran en los campos; no se estila decir «se embarazó la yegua» —o la vaca o la oveja o la gata), se usa preñar en el tiempo que corresponda.

 

Del ruso se sabe poco: 3.000 dólares no despiertan tanta curiosidad. La muchacha en cambio salió locuaz:

 

«Veo esto como una empresa», dijo. «Me permite viajar, rodar un filme y ganar dinero». Y sumó: «Se hace esto una sola vez en su vida (elemental Watson, la virginidad no se regenera), una no es una prostituta … Tengo 20 años, soy responsable de mi cuerpo y no estoy perjudicando a nadie».

 

La brasileña Catarina informó que el dinero lo empleará para estudiar medicina en Argentina y además crear un proyecto que ayude a familias pobres (hay que cuidar el costado emocional del público).

 

Y nada. Como recordó un contertulio del bar de la esquina, hay mujeres que costaban mucho menos si el acuerdo incluía un contrato matrimonial. Y con ese contrato hubo hombres que pagaron mucho más. ¡Oh tempora, oh mores!

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