RW.
No siempre resultan proféticos los vientos del arte ni las pesadillas del productor de arte, y cuando lo son se prefiere olvidar la obra, la circunstancia en que la obra fue engendrada, su contenido y hasta el anecdotario. Por esta película más de uno hubiera linchado a Raúl Ruiz, más de uno —quizá— lo lincharía hoy mismo, pese a que el realizador está muerto y eso es irredargüible.
Menos en el terreno económico —pero tambien en él, aunque de modo muy complejo— el exilio tiende a formar colonia en las tierras a las que llega. Formada la colonia de desarraigados, el grupo comienza a dividirse, se fragmenta y rearma y se vuelve a separar. Priman las afinidades electivas y aquellas que seleccionan.
Los exiliados son un discurso, un sueño, una pena y un vacío; también una larga ebriedad —que no siempre precisa del vino— y recuerdos a menudo atroces que lentamente van perdiendo su relación con la memoria. El exilio es la más antinatural manera de vivir. No hay castigo que se le compare.
O sí: sobrevivirlo a la hora del regreso al país hurtado.
Hablo de un filme estrenado en 1974 para el silencio de la mayoría y las quejas de quienes no quisieron verse representados en su metraje. Y no quisieron re-conocerse en Diálogo de exiliados aquellos que 30 o más años después, hayan o no estado en París, calzan en el espíritu y forma de la película como una fotografía calza al más naturalista retrato al óleo.
El mundo es de los audaces porque los audaces vencen; solo que sus victorias son pírricas, agotan lo que sea que los mueve y temprano o tarde la derrota consumada como triunfo se apodera del aire. En cierto modo los exiliados de Ruiz recuerdan las componendas y dislates del exilio cuando se creyó rector de los asuntos internos de Chile —y pactó. Pactó con quienes les habían arrojado a la helada y abrupta mar que se les volvería maternal y dulce.
Al fin de cuentas el exilio si no reproduce tampoco olvida las relaciones preexistentes de los exiliados consigo mismos y con sus entornos; las clases existen y se expresan también en el ostracismo.
Hemos charlado con quienes alguna vez imaginaron sustraer los rollos del Diálogo… y si bien no lo hicieron, festejaron el fracaso de su estreno y el poderoso silencio que siguió a la presentacion de este filme hecho a pulso, con las uñas y —por cierto— sin jugar a los niños terribles de mal criados. «No supimos ver», dijo uno, «lo premonitorio de la película. Tuve que regresar a Chile en 1989 para darme cuenta de que había sido una anticipación de lo que por entonces comenzábamos a vivir.»
Ruiz no fue politico, era algo mucho peor para las buenas conciencias: un poeta. Por eso es hora de ver Diálogo de exiliados.
La encuentra aquí.
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