EEUU: Burlesque democrático
Después de las convenciones de los dos partidos políticos nacionales, uno se queda con una serie de impresiones que –más allá del análisis de los discursos y de la coreografía de cada espectáculo– no necesariamente tienen algún valor político ni sirven para pronosticar nada, pero tal vez ofrecen algunos vistazos detrás del telón. Stephen Colbert, el gran cómico satírico, comentó que, después de presenciar estos espectáculos y saludar a tantos políticos y tantos ricos, lo primero que uno desea hacer es lavarse las manos con jabón antibacteriológico.
En Tampa, mientras los delegados y candidatos del Partido Republicano hablaban de Dios, Patria y Familia, y los valores cristianos, y ordenaban a las mujeres portarse bien, en los numerosos antros para «caballeros» cada noche los esperaban las strippers, y parece que la Convención Republicana fue un gran éxito para estos negocios. Pero tal vez los más atractivos fueron donde algunas strippers se disfrazaron de Sarah Palin, la ex candidata republicana a la vicepresidencia hace cuatro años y heroína de los ultraconservadores. Al parecer, para algunos no hay mayor fantasía que ver a una cristiana ultraconservadora bailar y desnudarse, y que se aproxime para ofrecer un table dance íntimo.
Por cierto, también hubo buen negocio para estos antros en Charlotte. De hecho, la estrella de ese show, Bill Clinton, es recordado tanto por sus logros políticos como por sus hazañas sexuales en la Casa Blanca.
Lo cual hace pensar que no hay mucha diferencia entre estos antros y lo que sucedía dentro de las convenciones: son dos tipos de burlesque, donde en cada uno, a cambio de dinero, hay grandes ilusiones que tiene que ver con seducciones falsas. De hecho, los antros para caballeros son mucho más honestos que las convenciones. En los primeros nadie pretende nada, sólo jugar al sexo, la atracción a cambio de lana. En los segundos, se juega algo mucho más peligroso: a cambio de lana se pretende que todo esto es para el bien del país y del mundo, cuando sólo sirve a los que pagan.
La pornografía real estaba en las convenciones, donde los políticos más poderosos se presentaban en público como representantes del pueblo pero detrás de las cortinas acudían a cocteles y fiestas donde los multimillonarios los convocaban para diálogos privados, fuera de la vista de la plebe, sobre cómo conducir los «intereses» del país y a cambio estos ricos invierten millones en lo que será la elección más cara de la historia.
Y las consecuencias y lo que está en juego es mucho más grave y complicado de lo que pasa en un antro para caballeros.
La posición reaccionaria –para evitar una palabra aún más alarmante– de los republicanos directamente amenaza, de hecho propone, revertir décadas de logros sociales, como programas de asistencia social, la educación pública, derechos laborales, derechos de la mujer y, ni hablar, los recientes derechos obtenidos por la lucha de la comunidad gay. Las expresiones racistas y antimigrantes están cristalizadas en medidas para revertir las luchas del movimiento de derechos civiles, como la expresa xenofobia contra los que llegan de países no blancos en las propuestas de control de migración. Todo esto, y más, ha hecho huir del partido a varios republicanos tradicionales, alarmados porque el partido ha sido capturado por fuerzas extremistas.
Por el lado de los demócratas, no cabe duda de que llegar del mar blanco de asistentes en Tampa –donde tal vez el único oasis de diversidad eran los periodistas extranjeros– al mosaico estadunidense multicolor y multilingüe congregado en Charlotte fue un retorno a algo más civilizado, aunque de nuevo era un espectáculo más, o sea, estaba prefabricado. Sin embargo, las tensiones entre las corrientes demócratas –sindicatos, ambientalistas, fuerzas progresistas antiguerra, los latinos y afroestadunidenses, mujeres, gays, entre otros– expresaban algo más real, más humano, aunque a ninguna voz disidente se le permitió expresarse desde el podio: eso sería demasiada democracia.
Pero tal vez porque era más real y humano fue también más contrastante lo que se decía y lo que se sabe. Por ejemplo, escuchar a Barack Obama hablar de cómo ha llevado a cabo su promesa de concluir las guerras de Irak y Afganistán, mientras todos saben que ahora hay operaciones militares estadunidenses en más lugares del mundo que durante la presidencia de su antecesor. O escuchar frases elegantemente formuladas sobre cómo «todos tienen que jugar con las mismas reglas», ricos y pobres, mientras todos saben que los titanes de la industria financiera que provocaron un desastre dejando a millones sin empleo, sin casa y sin futuro aún gozan con arrogante impunidad sus delitos y engaños, y que casi ningún político se atreve a llevarlos a la justicia; de eso, ni una sola palabra por Obama.
La indisputable estrella del espectáculo, el ex presidente Bill Clinton, ofreció una magnífica condena a las políticas republicanas y a su «irresponsabilidad» pero jamás mencionó que fueron él y su equipo económico –cuando estaba en la Casa Blanca– quienes facilitaron que esta crisis estallara al anular una ley conocida como Glass-Steagall, una de las reformas más importantes después de la gran depresión, que separó a los bancos comerciales de los bancos inversionistas. Al anular esa ley, los grandes bancos comerciales y de inversión se fusionaron, y eso en parte llevó a la detonación y la gravedad de lo que ahora se llama la gran recesión.
La buena política retórica no necesariamente tiene que ver con la verdad. Aunque el mensaje de los demócratas era mucho más «progresista» que el de los republicanos, al final también hay acuerdos básicos entre ambos: eso de asegurar que este país es «la mejor nación del planeta», que ambos se comprometen a mantenerlo como el «más poderoso», y que el libre mercado y el libre comercio son ingredientes básicos de lo que llaman «libertad».
Al comparar espectáculos, en los hechos la verdad no se desnudaba en las convenciones, mientras en los antros la verdad es irrelevante, pero por lo menos había algo desnudo.