El osito Paddington y el cine peruano

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Esa mañana Adriana estaba tomando su brunch dominical cuando un pedazo de la tostada orgánica de cereales que le habían traído de vivanda se le fue cayendo de las manos mientras revisaba su notebook. Absorta leía la noticia que la segunda parte de la película del osito Paddington, hecha por ingleses, pero según dicen más peruano que la chicha morada y el ceviche de conchas negras, se realizaría en Colombia, porque en el Perú no había tenido los permisos y facilidades para hacerla. Tomó su iphone de última generación y llamó a su amigo Alex, que apenas se despertaba luego de una ingesta nocturna de cheeze tris para demostrar su espíritu libertario.

Ella le dijo que era el colmo que mientras se gastaban la plata que daba el Estado en pulguientas películas con indios que hablaban quechua y aimara, no hubiera fondos para el pequeño plantígrado londinense que hacia las delicias de la reina Isabel. Alex, como no, le comentó que la culpa era de los caviares que dominan el Ministerio de Cultura, y que lea las columnas de su amigo en Madrid, que hace tiempo denuncia el aprovechamiento de los rojos.

Entonces, como iluminada, ella dijo “hagamos un proyecto de ley” y manos a la obra llamó a “expertos” abogados con ternos Boggi y Brooks brothers que solo ven Netflix y Amazon, antes que esos zarrapastrosos gremios de cineastas barbudos o pelucones. No hicieron el menor esfuerzo por averiguar que hace meses se instaló un grupo de trabajo para hacer posible una Film Comission en Perú que justamente permitiera la filmación extranjera en el país con exoneraciones tributarias como sucede en Colombia y otros países de la región.

El cappuccino a la mitad de la taza la inspiró a proponer que el acceso a los estímulos económicos solo sea con el 50% del costo total de la producción total, para evitar tanto pobretón regional y limeño que quiere aprovecharse del erario. Es “discriminación positiva” opinó un abogado sobre la ley luego de aspirar su cigarrillo electrónico. Adriana comenta estar en contra de todo tipo de discriminación, menos la que realiza el Regatas.

Otra magnífica idea que tuvo, mientras untaba la mermelada de arándanos en su tostada orgánica de cereales, fue proponer una ventanilla única de Promperú para autorizar la filmación en el país, lo que evitaría tanto cholo terruco que malogra la imagen del país en el extranjero. “Me dijeron de un filme de gays con indios ayacuchanos. Que mal gusto, y yo que quería presentarlo a mis amigos en Ibiza” le comentaba indignada por WhatsApp al colega almirante, al que no le gustan nada esas mariconadas. “Son gente que siempre se ha valido de influencias familiares y amicales para salir” le confesaba con voz gangosa su padre, mientras practicaba sus pasos del baile del chino frente al espejo del abuelo que enjuiciaron.

Escenas de la película ‘Paddington 3′ se filmó en la ciudadela de Machupicchu en Cusco“Que bien, así tendremos por fin películas con harta bala, como corresponde” exclamó después la chimpunera, mientras otra congresista, que le gusta la juerga, confesó no entender nada, pero que debía celebrarse como corresponde. “Un momentito”, dijo de pronto un asesor, “les parece bien sacar un proyecto para supuestamente evitar el gasto del dinero público en películas mientras acusan al Congreso de dilapidarlo todos los días”. Lo acusaron entonces de inoportuno, aguafiestas y hasta caviar, pero el científico solicitó darle otra oportunidad “es que es de universidad pública, ya ustedes saben” exclamaba condescendiente levantando los hombros.

Finalmente, Adriana levanta la mirada, bebe un sorbo de agua Evian y se acomoda sus lentes Hugo Boss, contemplando a sus colegas. “Vamos al cine” plantea alborozada, están dando la nueva versión de “El exorcista”. Excelente, comentaron, pero que pasen las entradas por la caja del Congreso como gasto de representación. Por supuesto, agregaron riendo, y el pop corn también. “Estamos haciendo patria” aseguran que fue lo último que ella dijo antes de dejar la oficina y su proyecto al lado de una caja de donas.

Mientras tanto, a unas pocas cuadras de allí, en medio de Barrios Altos, un equipo de filmación prosigue con mucho esfuerzo y escaso presupuesto el rodaje de un proyecto que obtuvo un estímulo del Ministerio de Cultura. Es sobre un comerciante puneño que ha tenido que venir a Lima para ver el juicio de su hijo asesinado. Está en una pensión de mala muerte, donde es acompañado de desconfiados vecinos que prefieren no hablar de política mientras cortan un pollo para que les alcance. Sin duda no accedería a la ventanilla única para turismo, pero si de repente a premios y distinciones internacionales que la gente del Congreso no conoce. Ni le interesa hacerlo. Es que el único premio que ellos han cosechado es el repudio de la población mayoritaria, allí rompen la taquilla.

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