El posneoliberalismo en América Latina… ¿se sostendrá ?

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Nieves y Miro Fuenzalida.*

El fracaso de las políticas neoliberales en el continente para crear nuevos niveles de desarrollo económico y el masivo descontento y movilización popular en su contra explican el surgimiento de  un nuevo paradigma económico. En 1990 la comisión económica de las NU para Latin América publica un Informe con el que lanza oficialmente su desafío al fundamentalismo neoliberal como perspectiva económica predominante. 

Y en el 2002 una aproximación de desarrollo económico alternativa, conocida como neoestructuralismo, empieza a imponerse impulsada por los nuevos  pragmatistas de izquierda. Su atracción ha radicado probablemente en que ofrece una visión diferente al dogmatismo neoliberal, una estrategia de desarrollo integral, un marco programático y una gran narrativa hacia el modernismo que hasta el momento, a pesar de tantos intentos, ha sido difícil de alcanzar.

Por no ser solo una política económica, sino también la promesa de transformar el continente, ha podido influir en las políticas de planificación, en las agencias de desarrollo  internacional y en las coaliciones de centro izquierda.
 
En los años setentas y ochentas el neoliberalismo sostenía que el Estado sofoca la iniciativa privada y solo la privatización, la desregulación, la exportación  y el  libre mercado eran la herramienta fundamental para transformar la economía y competir internacionalmente.

Los pragmatistas pos neoliberales, en cambio, insisten ahora en que, a pesar de que las fuerzas del mercado continúan siendo primarias, las intervenciones políticas y gubernamentales, lejos de ser un obstáculo, son claves tanto en la búsqueda del consenso social y político como en  el  desarrollo de  la capacidad competitiva necesaria para participar en el mercado mundial.

El logro del desarrollo económico y la igualdad social en este nuevo contexto histórico requieren de una dirección intelectual y política más que del “laissez faire”. Gobiernos, instituciones y sistemas políticos necesitan prepararse a si mismos para jugar  un liderazgo cualitativamente diferente. Programas de desarrollo productivo, pactos sociales e iniciativas prácticas para sostener la cohesión y la armonía social son los elementos vitales para una política de desarrollo integral.

A diferencia de los años cincuentas y sesentas, en que  las políticas de industrialización impulsadas por el Estado fueron la vía al modernismo, la privatización neoliberal, después de los setentas, impuestas por los golpes militares, la clave al desarrollo económico, lo que hoy se requiere, dicen los pragmatistas,  son aquellos cambios técnicos que  se producen debido a la inserción del continente en la economía mundial.

Esta es la promesa, después del sufrimiento y la injusticia desenfrenada que trajo el neoliberalismo dictatorial, de un nuevo modelo en el que  el crecimiento económico, la  integración social y la democracia se reinforzan mutuamente. El modelo neoestructuralista, sin desafiar el poder del capital multinacional, intenta una “globalización con rostro humano”.

A través de esta aproximación más holistica, como hace notar Fernando Ignacio Leiva, las empresas  y la economía nacional pueden participar de  los beneficios de la globalización económica, social y técnica. Pero, para lograrlo, debe abandonar  la exportación basada mayormente en los recursos naturales con bajos niveles de  procesamiento y salarios de pobreza y favorecer la exportación, por ejemplo,  de ketchup en lugar de tomates, de muebles listos para ser ensamblados en lugar de madera bruta, alimentos congelados y empaquetados en lugar de carne y pescado, etc.  

Sin la promoción de una política de exportación activa, ésta tiende a concentrarse en unos poco productores vulnerables a las fluctuaciones de las demandas internacionales condenando a la exportación nacional a la trampa de materiales primas.  A comienzos de los noventas Chile fue el lugar de lanzamiento y el terreno experimental de esta  nueva política posneoliberal.

A diferencia del neoliberalismo este modelo reconoce que para que las fuerzas del mercado operen con efectividad necesitan ser coordinadas por nuevas formas   sociales que, sin reemplazarlas, las complementen. Así por ejemplo, según este modelo, los programas de desarrollo deben ser concebidos tomando en cuenta el papel que las instituciones, la cultura y el capital social juegan en la coordinación económica. Las imperfecciones del mercado deben ser corregidas con intervenciones institucionales y  la alianza de la sociedad civil con el estado.

Y la innovación técnica tiene que ser  apoyada con  subsidios parciales, con la promoción de alianzas estratégicas entre firmas nacionales y transnacionales y con  programas de entrenamiento de las fuerzas laborales. Esta es una diferencia bastante significativa con el dogmatismo mercantil.

En una época en que la globalización del capital ha abierto una nueva era  de transformación cultural y tecnológica ésta es una narrativa bien atractiva. Según ella, la cohesión y el  acuerdo social sólido entre los diferentes actores o grupos sociales son esenciales para la competencia internacional y el diseño de programas sociales. El foco, dice Leiva, ya no esta en una nueva noción del derecho de propiedad  o de redistribución de la plusvalía económica, sino en la creación de otro tipo de expectativas, congruentes con esta nueva narrativa.

La subordinación del análisis económico y social a la realidad existente, a un objetivo común o al consenso social es la vía más fácil a la mediocridad analítica.  El ciclo de ilusiones, desencanto y  crisis  que ha acompañado a este modelo  económico y político en los últimos 20  años  reclama una rigurosa evaluación crítica  que no evite el análisis de las relaciones de poder cuya expresión mas obvia es la abismante discrepancia entre pobres y ricos.

Ideas y teorías económicas, como dice Leiva, importan en la reproducción o transformación de estas relaciones y mientras mas concientes estemos de cómo ellas construyen su demanda al conocimiento y la verdad tanto mejor.  Es cierto que este modelo es socialmente más sensitivo que el neoliberalismo, pero, a todas luces, todavía permanece como un instrumento al servicio de las elites dominantes a pesar de su pretensión de objetividad científica.



 * Escritores y docentes. Residen en Canadá.
 

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