El preciso momento .

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…senderos que recorre la especie desde siempre.

Quiero decir, señora, que ya es tiempo de cambiarnos el trato.
De rozarnos un poco más al saludarnos, digamos, más de cerca,
ausentes que sus hijos y los míos, quizá más que indiferentes,
no adviertan ni sospechen mi caricia en su blusa al decir ‘hola’,
y usted sonríe sin decir que le ha gustado.

O que acaso yo intento más efusión al vernos,
al desgaire pero intencionado de mi parte;
un apriete audaz y sustantivo que le diera mi mano.

Un toque anunciación,
no que le augure el reino de los cielos; ¿para qué tanto?
Pero al menos le convoque tibieza debajo de su falda,
en mitad del salón y sin testigos.

Porque usted y yo, señora, en este instante,
defendemos la vida como pocos, al desprender
botones tras la piel intocada de su torso anhelante,
y su lenta caricia en la camisa abierta de mi pecho.

Bien ambos lo sabemos, somos personas grandes
si contamos los años y algún nieto.
Más nuestros labios bien saben recorrer por donde
y diestros son los dedos sobre mi cinturón y su corpiño.

Y el clima a desnudez, tan implacable y sin aviso,
nos lleva por senderos que recorre la especie desde siempre.

Si al fin y esto es lo cierto, nuestra piel bien comprende
que no existe el ‘demasiado tarde’.
Ni otras frases de remontar pasados que ya fueron.
Ni secretos perpetuos y por nada.

La verdad de la especie se impone entre nosotros,
con todos los sentidos plenos y sudorosos.
Más el gemido vital entre sonrisas de este único cuerpo,
que es el suyo y el mío al culminar esta fracción de vida.

¿Y no será el momento, mi amor, de empezar a tutearnos?

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