El robot en la cama
La tecnología se presenta cada vez mas como diseñadora de nuestra intimidad y sustituta de la vida de carne, hueso y sangre. Gracias a las conexiones digitales y a las redes sociales podemos tener compañía sin las demandas de la amistad y comunicarnos sin tener que soportar la pesada presencia física del otro. Miremos solo la maravilla del IPhone… ¿No es como tener toda la ciudad, y mucho mas, en la mano? Que mejor… ¿Cierto?
Y el asunto no termina aquí. Según el científico británico en computación David Levy la cultura robótica creara a mediados de la centuria nuevas formas de vida. El amor con robots será tan normal como el amor con otros humanos y el acto sexual y sus posiciones comúnmente practicadas serán enriquecidas con sus enseñanzas más allá de todo lo que los manuales publicados hasta ahora habían imaginado. Ellos nos enseñaran a ser mejores amantes y mejores amigos porque podremos practicar con ellos y, cuando sea necesario, podremos sustituir a la gente cuando ellas nos fallen. Los robots son, por supuesto, “otros”, pero en muchas formas, mejores. De partida, no infidelidad, no engaño, no complicaciones. El valor de un robot, dice Levy, estará en su capacidad para hacernos sentir mejor y el amor con ellos será tan normal como el amor entre humanos. Y Levy no esta solo en adoptar esta promiscuidad tecnológica. El amor, el sexo y el matrimonio con robots, según se dice, no va a ser “mejor que nada”, sino “mejor que algo”.
¿Qué tipo de relaciones con las maquinas son posibles, deseables o éticas? ¿Qué nos dice el amor con un robot acerca del ser humano contemporáneo? Una relacion amorosa o una relacion auténticamente solidaria involucran el intento, por amargo que sea, de mirar y sentir el mundo desde el punto de vista del otro con toda su historia, su biología, sus neurosis, dolores y alegrías. El amor, como decía Ortega, es el canje de dos soledades por la soledad de uno. Las computadoras y los robots no tienen nada de esto. No experiencias que intercambiar, no familia y no conocen el dolor de la perdida que causa la muerte… ¿Por qué, entonces, esta obsesión si dentro de ellos no hay nadie? En un Tweet alguien escribe… “Termine con las maquinas inteligentes. Quiero una maquina que considere mis necesidades ¿Dónde están las maquinas sensitivas”?… Bueno, en Japón, ¿cierto?… desde donde han empezado a moverse a otros lugares.
Los ancianos son los primeros que han adoptado a los robots como compañía. Una anciana viviendo en una casa de retiro en Estados Unidos dice, refiriéndose a su perro robot, que “es mejor que uno real. No hace cosas peligrosas y no traiciona. Además, el no morirá súbitamente dejándome llena de tristeza”. La atracción esta en la idea de que si los otros nos dejan solos el robot estará ahí para proveernos el simulacro del amor. Los jóvenes también confían en ellos antes de tratar con las complejidades de las relaciones humanas. El encanto lo encuentran, dice la sicóloga y antropóloga Sherry Turkle, en el confort de establecer conexiones sin las demandas de la intimidad. Los romances y las compañías “online” siempre pueden interrumpirse. Gran numero de adolescentes anticipan que los robots de su niñez darán paso a la completa compañía con maquinas. En un mundo lleno de todo tipo de problemas, catástrofes y disolución comunitaria la ciencia, como siempre, ofrecerá una solución y los robots serán nuestra salvación.
En psicoanálisis el síntoma y el sueño son el camino real al inconsciente. Un síntoma es la señal de un conflicto. Pero, curiosamente el síntoma también es lo que nos distrae del intento de comprender o resolver el conflicto. Sueño es la expresión de un deseo. Los robots sociables sirven como síntoma y como sueño. Como síntoma porque ellos prometen soslayar los conflictos de la intimidad. Y como sueños, expresan el deseo de relaciones con límites, el deseo de estar juntos, pero solos.
¿De que manera los sustitutos que ofrece la tecnología digital nos cambian? ¿De que manera transforman nuestra subjetividad? ¿De que manera, por ejemplo, los robots, e-mail, Text, Twitter, Facebook o los juegos virtuales redefinen los límites entre intimidad y soledad? “Si realmente necesitas comunicarte conmigo, disparame un Text”… Preferimos textear o twittear porque las cosas que ocurren en el “tiempo real” toman mucho tiempo o porque revelan demasiado. Y preferimos recrearnos online con una vida más interesante porque la que tenemos es bien patética.
Hoy día “Vivo mi vida en mi IPhono”… En la calle, en el restaurante, la iglesia, el café, en el funeral o en el metro la gente habla a micrófonos invisibles como si estuvieran hablando consigo misma acerca de todo tipo de intimidades y detalles personales que el resto tenemos que tragarnos. El fin de ciertos modales. El problema es que a pesar de todas las molestias y promesas de la conectividad al final nos quedamos con una cierta sensación de soledad y abandono. La intimidad cibernética se torna en soledad cibernética.
Los aparatos digitales proveen espacio para un nuevo estado del si mismo dividido entre la pantalla y la realidad física. Con ellos uno puede ausentarse del ambiente físico, incluyendo la gente y también uno puede experimentar lo físico y virtual simultáneamente. La estación de trenes, el aeropuerto, la sala de espera o el café ya no son lugares comunales, sino lugares de colección social. La gente se junta, pero no se hablan o por lo menos ya no se habla más allá de las formalidades diarias. En las conferencias, corriendo la maratón, en clases, antes de empezar una reunión, en la cola o en el teatro cada uno, o la mayor parte, esta preocupado de la pantalla y la gente y los lugares a los que la pantalla sirve de portal. Ellos no son nuestros amigos, pero de alguna manera sentimos que hemos perdido parte de su presencia. Hasta hace poco un “lugar” era un espacio físico junto con la gente que lo llenaba… ¿Que es ahora un “lugar” si los que físicamente están presentes tienen su atención en lo ausente? ¿Si cuando estoy con ustedes siempre puedo estar en otro lugar? Ir al extranjero y visitar otras culturas siempre ha sido una experiencia extraordinaria, la posibilidad de mirar la vida desde otra perspectiva… ¿Pero, que pasa si traemos la casa a cuestas en nuestro aparato digital?
Las generaciones que han nacido dentro de la burbuja digital esperan estar conectadas continuamente… aunque no están seguras si están comunicadas continuamente. Mirando a través de sus ojos, podemos ver el despliegue de una nueva sensibilidad… “Interrumpo una llamada incluso si la nueva llamada dice desconocido como identificación. Tengo que saber quien llama. Así que desconecto a un amigo por un desconocido. Si recibo un texto cuando estoy manejando, igualmente tengo que mirarlo”. Ellas viven esperando la conexión. Esperando ser interrumpidas, no importa que estén haciendo. La interrupción es el comienzo de una conexión. Y todo esto toma tiempo, tanto tiempo que “a veces no tienes tiempo para tus amigos, excepto si ellos están online”. Es esta compulsión a estar conectados la que los lleva a situaciones peligrosas. La tecnología al servicio de una permanente conectividad ha cambiado las reglas de cómo aprender la habilidad de la empatia, pensar acerca de los valores, la identidad y manejar y expresar sentimientos. Esto a nosotros nos costo tiempo. Tiempo para descubrirnos, para pensar y para sentir… ¿Cuando hay tiempo ahora para esto? No es que el Tweeter, Facebook o el Email con sus respuestas rápidas y breves no dejen lugar para la auto reflexión. Solo que dejan bien poco lugar para ella. Cuando los intercambios son reformateados para la pantalla pequeña necesariamente hay simplificaciones inevitables. Un estudio del año 2000, con una muestra de más de catorce mil estudiantes universitarios, indica una declinación dramática de interés en otras personas y menos interesados en ponerse en el lugar de otro.
Para los autores del estudio esta falta de empatia esta en directa correlación con la disponibilidad de juegos online y las redes sociales. La red social, dicen, puede sentirse profundamente, pero uno solo necesita tratar con la parte de la persona que se ve en el juego de la red. Según las generaciones cibernéticas ellas no necesitan tratar con más. Estos resultados confirman la impresión de los sicoterapeutas que vienen dando la alarma acerca del número creciente de pacientes que parecieran estar despegados de sus cuerpos y faltos de la cortesía más básica. Enchufados permanentemente a los medios ponen bien poca atención a lo que les rodea. Están tan inmersos en sus conexiones que se olvidan unos de los otros. Y, el problema es que, a pesar de estar conectados permanentemente, se sienten faltos de la atención de los otros… “Un robot podría recordar todo lo que yo digo. Podría no entender todo, pero recordar es el primer paso. Mi padre, hablándome mientras esta en su BlackBerry, no sabe lo que dije, así que no sirve de mucho el hecho de que si el supiera, el entendería”.
No podemos ignorar los problemas que el Internet plantea… robot por compañía, tecnología que denigra y nos roba nuestra privacidad, simulaciones seductivas como alternativas para vivir, etc. etc. Pero… tampoco podemos rechazar esta tecnología. Y, aunque quisiéramos no podríamos. Lo que necesitamos es ponerla en su lugar y volver a considerar las virtudes de la solitud, la deliberación y la capacidad para vivir completamente el momento. Somos nosotros después de todo los que elegimos como enmarcar las cosas. Hoy día esperamos más de la tecnología que de nosotros y la simplificación, reducción y empobrecimiento de las relaciones ya no es algo acerca de lo que nos quejamos. Es lo que esperamos, incluso, lo que deseamos. Lo significativo es que la relacion con un aparato digital y la posibilidad de ser amado o cuidado por una maquina cambia lo que el amor puede ser. Las próximas generaciones se verán tentadas por la perspectiva de ser amadas por un robot, especialmente cuando han empezado a crecer con ellos. Los que hemos vivido una larga vida con amor, sin embargo, sabemos que su sucedáneo tecnológico lo disminuye y como seres humanos de carne y huesos merecemos algo mejor.
Frente a cada tecnología la pregunta obvia es… ¿Sirve nuestros propósitos humanos? Saber reconocer cuando algo es una opción y cuando no lo es, es parte de nuestra experiencia ética. Los desafíos con que la historia nos confronta no son solo como jugar mejor el juego de la vida, sino tratar de averiguar que juego estamos jugando.