El teólogo quiere casarse, pero lo dejarán cesante

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Gonzalo Tarrués.

Michael Schulz –dicen quienes lo han escuchado– es brillante, profundo, entero en su fe. No particularmente renovador, atendiendo a las corrientes que cruzan la Iglesia de Roma, sino más bien adscrito a la tendencia curial que no discute dictados ni decisiones del Vaticano. O lo era. Como el presidente del Paraguay (ex obispo) confesó que le es imposible vivir en el celibato sacerdotal.

Según el Código Canónico, el celibato de los sacerdotes es un "don especial de Dios"; y una carga pesada y discutida desde que –allá por el siglo IV– se planteó abiertamente la discusiòn en torno de este asunto. La idea es que los sacerdotes –y monjas–  abrazan el amor del Reino de los Cielos que, exigente (como toda pasión), obliga a hacer a un lado a los elegidos la entrega y consiguientes placeres de los cuerpos unidos.

No se trata de u dogma ni de un asunto medular de fe. Pablo en sus epístolas pedía a sacerdotes y obispos que fueran marido de una sola mujer, algo así como que dieran ejemplo de buena conducta para transitar los caminos de la salvación y hacia la gracia de la divinidad. Recién hacia el año 300 en el Concilio de Elvira, España, comenzó a abrirse paso en la jerarquía la necesidad de que los obispos, al menos, fueran célibes.

El celibato –que no es soltería, es la negación de la actividad sexual activa–, sin embargo, no parece una idea muy arraigada y tardará siglos antes de que toque a los prelados superiores; obispos, cardenales, papas y hasta meros párrocos sucumbieron más o menos públicamente al matrimonio, a las amantes y compañeras y se preocuparon por su descendencia hasta tiempos muy recientes. Todavía buena parte del catolicismo –en las iglesias del rito oriental– ordena válidamente a sacerdotes casados.

Entre las explicaciones piadosas que dicen relación con la entrega total al amor divino y aquellas cínicas que afirman que para un cuerpo tan vasto como el que se comanda desde el Vaticano lo mejor es que sus soldados, escribas, guardadores y propagandistas lo mejor es que no tengan ataduras familiares que puedan perturbar la aceitada maquinaria de la obediencia propia de las monarquías absolutas.

De cualquier modo la Iglesia llora y deplora las malas conductas, conductas enfermas, conductas desviadas de sus pastores que sueñen depredar en el campo donde pastan sus ovejas, oculta los hechos mientras puede, paga indemnizaciones cuando no le queda otra y sigue adelante entre los húmedos sueños de sus hombres y mujeres que han sido elegidos y  elegidas.

Algunas y algunos se rebelan y "piden la baja" para contraer matrimonio o simplemente abrirse al mundo de acuerdo con sus necesidades y vocaciones. Uno de los últimos fue el teólogo Michael Schulz. Schulz era, hasta hace un par de semanas, una de las mentes más importantes en el campo de la teología (estudio de la divinidad). Duro tiene que haber sido para este hombre de 49 años dar el paso que dio.

Cuando el cardenal Joseph Ratzinger asendió al papado, dijo Schulz: "Es un hombre de la teología clásica. Su escatología y otras obras suyas muestran que desarrolla su teología en el diálogo con los problemas actuales. Por ese motivo, es una teología abierta, no cerrada. Siempre ha utilizado la teología cristiana para dar respuesta a los problemas reales".

Schulz sucedió al ahora Benedicto XVI en la cátedra que ocupaba en la Universidad de Bonn. No es poca cosa. Sin embargo confesó que ya no era capaz de vivir el celibato. Designado en julio de este año miembro de la Comisión Teológica Internacional, a fines de setiembre fue  suspendido del sacerdocio y se da por descontado que deberá abandonar, allí, por lo menos, la docencia.

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