¿En qué momento se jodió Vargas Llosa?

 Vargas Llosa es uno de esos escritores que da mala fama al oficio, no por sus opiniones políticas, ni por sus apariciones en las revistas cardíacas, ni siquiera por sus líos con Hacienda, sino porque fomenta la idea de que los escritores somos todos millonarios excéntricos. Es un tópico del que se tira mucho en las telenovelas, el del novelista tecleando en la terraza de una mansión con piscina o firmando cientos de ejemplares de su libro ante una cola de admiradores digna de una estrella del rock.

Es la respuesta capitalista al mito bohemio del poeta muerto de hambre que malvive en una buhardilla y se calienta quemando sus folios en una chimenea. Vargas Llosa escapó muy pronto de las habitaciones baratas en París junto a su primera mujer, Julia, para ir subiendo peldaño a peldaño la empinada escalera del ascenso social y el reconocimiento literario. Lo que nadie podía sospechar, ni siquiera el propio Vargas Llosa, es que el premio Nobel tampoco era la cumbre deseada sino únicamente la puerta de acceso a la portada del ¡Hola! Sólo que Vargas Llosa produce él solo más historias de las que el ¡Hola! puede soportar.

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Creo que era en El premio (encantador homenaje hitchcockiano en el que un novelista estadounidense ganador del premio se ve envuelto en una intriga política), donde el personaje de Paul Newman advertía que a los premios Nobel de Física o de Química únicamente les preguntaban cuestiones relativas a su especialidad, mientras que el colega literario tenía que hacer frente a la curiosidad omnívora de los periodistas respecto a cualquier cosa, especialmente la política. El resultado es que, muchas veces, la mayoría de ellos se rebajan al nivel de una Miss Mundo pidiendo por la paz mundial o la salvación de los ecosistemas árticos.

Algunos escritores no se conforman con mirar, describir y criticar la sociedad de su tiempo: quieren cambiarla, quieren protagonizar la metamorfosis en primera persona. Por ejemplo, Norman Mailer (que no llegó a ganar el premio Nobel porque tenía la lengua demasiado larga) optó a la alcaldía de Nueva York para darles una lección a los políticos profesionales, pero en el tinglado electoral su prosa espléndida y su explosiva vehemencia no valían de mucho. Vargas Llosa llevó ese afán totalizador más lejos aún al presentarse en 1990 a las elecciones presidenciales en Perú. Pocas veces se habrá visto más clara la insignificancia de un intelectual en los procesos históricos que en la abrumadora derrota del escritor ante Fujimori en la segunda vuelta.

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Otras épocas: con Gabriel García Márquez

“¿En qué momento se jodió el Perú?” se preguntaba Zavalita en Conversación en La Catedral, una interrogación profética que ahora podíamos formular en tono menor: “¿En qué momento se jodió Vargas Llosa?” ¿En el paso del maoísmo al neoliberalismo? ¿En el cruce del Rubicón del entusiasmo por Fidel Castro a la admiración sin límites por José María Aznar y Esperanza Aguirre? ¿En su cambio de rol de espectador a actor, de escritor a candidato presidencial, de testigo de excepción de la historia contemporánea a orador comparsa de Ciudadanos?

El mismo hombre que dice celebrar la independencia de Perú cada 28 de julio fue a advertir a los catalanes sobre los peligros del independentismo envuelto en una bandera española. También comparó el feminismo con las hogueras de la inquisición y el acoso que sufrían algunos periodistas por parte de dirigentes y simpatizantes de Podemos en las redes sociales con los asesinatos de ETA. Que ahora, después de que su nombre apareciera en el escándalo de los Papeles de Panamá, vinculado a una sociedad offshore radicada en las Islas Vírgenes, nos enteremos de que debe más de dos millones a Hacienda es, para decirlo con un título de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada.

*Escritor español. Columnista habitual del diario Público.es. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, ganó su primer premio en 1999 (con Nanga Parbat) tras publicar diversos relatos y poemas en las revistas Cartographica, Poeta de Cabra y Ariadna, el título más traducido de Ediciones Desnivel, con versiones en francés, polaco e italiano. En Público.es, 97.11..2018

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