España logró su circo. Por el pan deberá esperar

Rubén Armendáriz
  Se produjo el tan anunciado milagro: la selección española de fútbol es la nueva campeona del orbe, después de jugar un partido que más que final pareció el reino de la especulación y el tiqui-taca del bostezo.  Ahora falta el otro milagro, el bíblico, el de la multiplicación de los panes y los peces. A España le llegó el circo, por el pan deberá seguir soñando (o luchando): eso es lo que le han dicho mamá FMI y papá Banco Mundial.

 El presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, dijo que, ante la crisis económica que atraviesa España, el logro histórico en Sudáfrica 2010 les dará "autoestima y confianza sin duda alguna. “Nos vamos a levantar con fuerza"”, aseguró, una vez que había conquistado un respiro.

Fue le enfrentamiento de dos reinos, el de los Países Bajos (aunque los más bajitos eran los españoles) y el de España, donde hubo de todo menos buen fútbol, que sí lo hubo en el partido por el tercer puesto entre Alemania y Uruguay. Ahí estaba la reina Sofía con su medallita de San Fermín (la que debía llevar era la de San Tacuara, porque si el paraguayo Cardozo no desperdiciaba el penal, difícilmente hubiera llegado España a la final), allí estaba el principito holandés y su media naranja argentina, gozando ese reino de la inoperancia futbolística.

Pero no todo era bostezos (debo disculparme), porque ahí estaba ese señor pelado, muy inglés el señor Howard Webb, muy policía él, con el silbato en la boca, que se dio el gusto de destrozar  la final del Mundial de Sudáfrica. No extraña que su esposa tres días antes había dicho a la prensa inglesa que si Webb era incapaz de controlar a sus hijos menos podría controlar a 22 hombres que se prodigaron toda clase de patadas (cotejo en el que ganaron por lejos los holandeses, aunque los españoles no se quedaron atrás).

 Y, además de Webb, estaba San Casilla Salvador, ganándole dos mano a mano al holandés Robben,  y Van Bommel, el rey de la patada, comandando las hordas neerlandesas. Del otro lado, la capacidad de tirarse al suelo, victimizarse y repartir pataditas en los tobillos y codazos en la cara de españoles (y también holandeses), en una clara demostración del fair play de la FIFA y la conocida caballerosidad europea.

 ¡Qué raro, la FIFA designó nuevamente un árbitro inglés para la final y a un mexicano para el partido por el tercer puesto!

Hay quienes, desde la prensa española y con supuestos estudios en mano, aseguran que la victoria futbolística reactivará el maltrecho Producto Interno Bruto, partiendo del hecho que, a fin de cuentas, la economía es en gran medida cuestión de confianza. Hay sesudos “expertos” que sostienen que la psicología colectiva de un pueblo puede verse positivamente modificada, en forma de una mayor confianza en sí mismo, por una victoria de este calibre.

Obviamente, es esa línea de razonamiento la que lleva a revalorizaciones bursátiles e incrementos del PIB. De todas formas, estos analistas saben que estos procesos pueden beneficiar sólo a los de siempre, y no al conjunto de la sociedad. Hoy los españoles festejan en las calles, donde debieran estar marchando en defensa de sus derechos.

 ¿Qué le pasa al fútbol europeo, ese por el que se orinan los comentaristas de ESPN, por ejemplo, en una clásica demostración de colonialismo cultural?

Inglaterra arrastra una serie de malos resultados con su selección, bastante similar a la de Argentina. Jugó por última vez una semifinal de Mundial en 1990 y una de Eurocopa en 1996. La Federación inglesa designó al sueco Goran Eriksson primero y al italiano Fabio Capello (con un salario de nueve millones de euros anuales) luego, con la ventaja de contar con todos sus futbolistas en la liga local, pero a ninguno de los dos les funcionó.

Inglaterra es, al igual que Italia (otro que se fue rápidamente a casa, junto a Francia) un país importador de jugadores, y por ello la cantidad de extranjeros seguramente distorsionó la calidad de sus nacionales. Por un problema cultural, tampoco sienten la camiseta, sobre todo, cuando hace tanto que no llegan siquiera a una semifinal.

Como lo había hecho Francia hace más de una década, dándole la camiseta blue a los futbolistas inmigrantes, Alemania ahora sí, aprovechó tener a todos sus jugadores en la Bundesliga para hacer su transformación. Y en su selección tiene jugadores alemanes, pero también polacos, turcos, ghaneses, brasileños, españoles.

España apostó por las estrellas de su liga local y a una manera de jugar y no la cambió pese a la resonante derrota por 3-1 contra Francia en octavos del Mundial 2006, en la que jugaron los ahora campeones Casillas, Xavi, Villa, Torres, Sergio Ramos, Puyol, Xabi Alonso, Cesc Fábregas e Iniesta.

No es por casualidad que hayan sido alemanes y españoles quienes hayan disputado la final de la última Eurocopa y que ambos se hayan enfrentado en Sudáfrica en semifinales, en jun partido que para loos "expertos" fue sumamente táctico (sic) y para el resto del mundo más aburrido que bailar con la hermana. Igualito que la final.

Mientras los españoles siguen festejando el milagro futbolero, los mercados, de la mano del FMI y el BM, ya dieron los pasos irreversibles para demoler el estado de bienestar, mientras los dirigentes europeos, aprobaban en la Unión Europea la vigilancia de cualquier tipo de discrepancia “radical”, pacífica o violenta. La policía del Pensamiento fue aprobada mientras los españoles miraban los partidos del Mundial, y ni se enteraron de esto ni del enorme despliegue bélico estadounidense y europeo en Medio Oriente.

O sea, hermano español, aproveche este circo, donado por la FIFA, quizá con el auspicio del FMI y el BM. Pero, como cantara Josecito Carvajal, “sigue tu lucha del pan y del trabajo, que el tamboril (y la vuvuzela) se olvida, pero la miseria no”. Mañana será otro día y volverá la dura realidad.
Amén.

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