Expedición en busca de los trajacás, quelonios amazónicos

Mario Osava y Alejandro Kirk*

El brasileño Mario Maranhão cree que siempre tuvo alma de conservacionista. Cuando necesitaba cazar para comer, "mataba lo necesario y nunca a las hembras", dice. Cinco años atrás empezó a salvar quelonios que nacen cerca de Alter do Chão, un paraíso natural en la Amazonia oriental.
La labor ecologista de este guía turístico de 52 años se hizo sistemática y calificada al asociarse con investigadores académicos.
En los tres últimos años ha recorrido las playas de los alrededores todas las noches, entre fines de septiembre y comienzos de diciembre, en busca de nidos con huevos recién puestos por los quelonios, animales que la gente conoce por el nombre de un grupo de sus especies, las tortugas.

Los tracajás (Podocnemis unifilis) suelen desovar entre las 18:00 y las 22:00 horas y los pitiús (Podocnemis sextuberculata) entre la una y las cuatro de la madrugada, obligándolo a prolongados y solitarios paseos nocturnos que casi le costaron el matrimonio, confiesa Maranhão.

El seguimiento de los nidos termina casi dos meses después, cuando nacen los animalitos. Su protector los lleva a casa y los cuida otros dos meses antes de soltarlos en el Lago Verde, cuyas bellas playas atraen a muchos turistas a Alter do Chão, un poblado del municipio de Santarém, a 800 kilómetros del océano Atlántico por el río Amazonas.

Todo ese cuidado es para evitar que la gente se coma los huevos y que los depredadores naturales, como gavilanes y peces, den cuenta de las crías. El propósito es recuperar la población de quelonios, un orden de la clase de los reptiles.

Estos animales son muy prolíficos. Una tortuga amazónica (Podocnemis expansa), la mayor especie de la región, puede poner más de 100 huevos en cada nido. Pero poquísimas crías llegan a la edad adulta, debido a la intensa depredación de los huevos y de los animalitos cuando su caparazón todavía no endureció.

Por eso, el manejo practicado por poblaciones ribereñas es una buena solución para conservar y multiplicar a los quelonios, según Juárez Pezzuti, profesor de la Universidad Federal de Pará, que coordina varias investigaciones sobre fauna acuática amazónica. En animales de alta fecundidad y mortalidad como éstos, con pequeños cuidados en la reproducción se logra una eficacia multiplicadora, asegura.

Un proyecto gubernamental de cría, que devolvió a varios ríos amazónicos decenas de millones de animalitos y que protege 115 áreas de reproducción desde los años 80, logró espantar el riesgo de extinción que se cernía sobre las tortugas y recuperar la población de esa y de otras especies.

Pezzuti apuesta al manejo comunitario por razones ecológicas y sociales. La caza o pesca de quelonios está prohibida en Brasil desde 1967, como la de otros animales silvestres.

Pero la población local sigue comiendo su carne y huevos, en muchos casos por necesidad. Cuando las especies mayores faltan, como la tortuga y el tracajá, pescan también a las menores.

Evitar la captura de hembras en el desove, por ejemplo, elimina el principal factor de disminución de algunas especies. Dirigir la recolección de huevos a nidos vulnerables a la destrucción por inundaciones, por el pisoteo de ganado o por exceso de hembras desovando en un mismo sitio, también favorece a la abundancia de animales, algo que interesa a las poblaciones locales para asegurarse alimentos.

La tortuga, antes muy abundante, tuvo gran importancia alimentaria en la Amazonia brasileña en los tres últimos siglos. El aumento de la población local, y la transformación de su carne en manjar de alto valor comercial, además del uso de su aceite en la iluminación callejera, condujeron a la sobreexplotación y a la amenaza de extinción.

Pezzuti, un etnoecólogo que investigó en su maestría y doctorado la reproducción de quelonios en la Amazonia, valoriza el conocimiento de la población local en sus estudios. Por eso habla de manejo conjunto y procura integrar conocimientos tradicionales y académicos.

La ciencia "eurocentrista" generalmente ignora la experiencia popular, lo que ha dificultado el avance de las investigaciones y, en no pocas ocasiones, condujo a conclusiones equivocadas, según el profesor. "Para mí sería imposible trabajar sin recurrir a la sabiduría de las poblaciones amazónicas, acumulada por siglos", reconoce.

La investigación sobre los quelonios en Lago Verde que lleva a cabo Rachel Leite, para su tesis de maestría bajo orientación de Pezzuti, cuenta, además de Maranhão, con Paulo de Jesus, barquero y eximio pescador de tortugas.

En una expedición junto con los investigadores y los reporteros de este artículo, Jesus logró pescar, agarrándolos con las manos, cinco ejemplares de tortugas, tracajás y pirangas (Chelonoidis carbonaria), buceando a dos metros de profundidad en un "igapó" (bosque inundado) de Lago Verde.

Su agudeza visual, que le permite descubrir a los quelonios donde nada ven dos investigadores y un reportero que se aventuran en el agua verde terrosa, revela la capacidad que desarrolló como cazador de supervivencia y en su actual ocupación, la captura de peces ornamentales.

Hoy su habilidad está al servicio de la ciencia, quizás por eso evade la pregunta de si volvería a comer tortugas.

Los quelonios encontrados son identificados, medidos, marcados y devueltos al mismo lugar por la investigadora Leite, que desde septiembre los busca regularmente en varias partes del Lago Verde. El comienzo "fue desesperante, no veíamos a los bichos", recuerda.

Más tarde, los pescadores le explicaron que los animales estaban "enterrados en el fango". Era el estiaje, cuando el nivel de las aguas del Lago puede bajar hasta seis metros.

Ahora, con la crecida del río Tapajós que alimenta al lago, es más fácil encontrarlos en los árboles, tomando sol, o bajo el agua. El estudio de Leite estimará la población de las cinco especies encontradas en Lago Verde, su distribución geográfica y estacional. Las mediciones y marcas en el caparazón de cada ejemplar permitirán conocer su crecimiento en la recaptura posterior, explica la bióloga.

Para investigar la reproducción, ella cuenta con apoyo de Maranhão, otro experto práctico que logra identificar nidos donde pocos vislumbran alteraciones en la playa. En sus paseos nocturnos no solo encuentra los nidos, sino que borra las huellas dejadas por las hembras para impedir que los cazadores descubran los huevos.

La vocación de Maranhão también lo convirtió en educador ambiental: lleva niños y turistas a ver el nacimiento de las tortuguitas. La efectividad de esa experiencia la comprueba Roberto Santos, el botero que transporta al equipo de investigadores y reporteros a observar cinco nidos, en dos de los cuales habían nacido 10 crías, llevadas a la "cuna" de Maranhão.

Santos se siente "emocionado" al verlas y a partir de esta experiencia se declara "defensor de las tortugas". "Ahora veo la vida que nace, antes no tenía conciencia de eso", dice.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) y la Federación Internacional de Periodistas Ambientales, para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible

 

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