FRANCISCO DE MIRANDA: UNA BANDERA PARA AMÉRICA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

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Esta confesión de Miranda hecha ante William Pitt, al cabo de 15 años de difíciles e infructuosas negociaciones con el gobierno inglés, tratando de que le ayudaran militar y financieramente a armar su ansiada expedición libertadora a la América meridional, nos da la medida de un hombre que no cejó jamás en su empeño por hacerlo realidad ni tampoco amilanar por los obstáculos que tuvo que enfrentar o inhibir su acción por las críticas, burlas o amenazas de las que constantemente fue objeto.

Desde fines de 1783, año en el que nace Bolívar, y en el que Miranda concibe la idea de una América meridional libre y unida en sola nación, hasta su muerte en la prisión de La Carraca, en Cádiz, España, el 14 de julio de 1816, no hubo en su vida un día en el que esta meta no estuviera presente, ya en sus lecturas, en su escritura, en su andar por el mundo, o en sus conversaciones con distintos personajes, fueran estos reyes, primeros ministros, políticos, militares, filósofos, poetas, músicos o simples viajantes encontrados por azar en alguna posada del camino.

Fueron 33 años ininterrumpidos, la mitad exacta de su vida, pensando, obrando y entregado por entero a la causa de Nuestra América, como ya la siente y la denomina en su Diario, escrita el 1º de junio de 1783, cuando, desertando del ejército español al que había servido durante diez años, se embarca subrepticiamente en un navío norteamericano surto en el puerto de La Habana, para salvaguardar su vida y sus proyectos; amenazado por varias órdenes reales y por la propia Inquisición, que ya había enviado un agente para que lo capturase y confiscara las pruebas de su grave delito: leer libros que hablaban de otras formas posibles de gobierno y del derecho de los pueblos a la libertad.

Libros que venían alimentando su espíritu naturalmente crítico del orden instituido, quizás desde antes de dejar Caracas, en 1771, pero sí, ciertamente, desde su llegada a Madrid y con más fuerza, a partir de su ingreso como Capitán en el batallón de La Princesa, a fines de 1773. De modo que las ideas de Voltaire, de Rousseau, de Locke, de Montesquieu y de muchos otros, conformaban ya un sedimento de ideas modernas bien consolidado en su espíritu, cuando participa, en 1781, en la Batalla de Pensacola, en Florida, apoyando a los colonos norteamericanos en su lucha contra el imperio inglés. Extraordinaria paradoja que debe haber sacudido el andamiaje conceptual de Miranda y cuestionado el rol que él mismo, como soldado del ejército imperial español, estaba jugando en esa lucha de liberación colonial.

Consecuencia tal vez de esta sacudida es su afán, una vez que deserta y regresa a los Estados Unidos, por conocer cada uno de los detalles de ese proceso que llevó a los colonos norteamericanos a conquistar su independencia. Fue tal el grado de conocimiento que llegó a tener del mismo, que el presidente John Adams escribió en sus Memorias que no había hombre que conociera mejor y con mayor precisión que Miranda cada una de las batallas libradas entonces contra Inglaterra. Pero no sólo Miranda estudió esas batallas, sino que también examinó a fondo los cambios que la adopción del gobierno republicano producía en la sociedad norteamericana, tanto en la vida cotidiana como en la vida productiva; al igual que estudió a fondo la nueva Constitución, discutiendo con los fundadores de la nueva nación los principios que la sustentaban.
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Seis meses después de haber llegado a los Estados Unidos, Miranda está convencido de que es sobre todo necesario e impostergable que también las colonias de la América del Sur se liberaran del yugo colonial y se constituyeran en una sola nación; una nación que dadas las extraordinarias riquezas naturales que albergaba estaba llamada a convertirse, como le gustaba decir, en una de las naciones más preponderantes de la tierra y en un bloque de poder político que sin duda ayudaría a mantener el equilibrio internacional y a asegurar la paz en el mundo. Para designar esta gran nación libre y unida que habría de constituirse una vez derrotado y expulsado de América el imperio español, crea el nombre de Colombia.

Miranda se entregó por entero a hacer realidad este proyecto. Su primer paso en esa dirección fue hacer de sí mismo un digno conductor de esa empresa y para ello, tomó la determinación de viajar a Europa a fin de completar «la magna obra de una educación sólida y de provecho». Aunque también lo hizo para escapar del cerco que le venía tendiendo el Estado español.

Llega a Londres en febrero de 1785, permaneció allí seis meses, dedicado a estudiar la Constitución británica, a asistir a las discusiones de la Asamblea Nacional y a tratar de conocer el mundo político inglés. Luego emprende un viaje de cuatro años por Europa, que lo llevará hasta Constantinopla y el imperio ruso. Compartiendo plenamente las ideas de la Ilustración, Miranda buscará conocer otros pueblos, otras ideas, otras costumbres, otras formas de gobernar; recogerá textos constitucionales, discutirá sus principios con los respectivos gobernantes, medirá y comparará el grado de felicidad que cada forma de gobierno proporcionaba a los habitantes del país, sin dejar por ello de cultivar su espíritu y su intelecto asistiendo a conciertos y obras de teatro, visitando museos e iglesias, conociendo bibliotecas, devorando ávidamente cuantos libros le fuera posible adquirir, intercambiando ideas con científicos, inventores, poetas, filósofos, historiadores, músicos, religiosos, y con cuanta persona le pareciera interesante fuese aristócrata o gente del campo.

Todo eso, para fortuna nuestra, lo fue registrando cada día en su Diario de viajes.

Se interesó además en el funcionamiento de hospitales, hospicios, lazaretos, manicomios y cárceles, lo que estudió en cada una de las innumerables ciudades visitadas durante sus viajes. Caso emblemático, por sólo citar un ejemplo, fue la visita hecha a las cárceles y hospicios del reino de Dinamarca, donde se horroriza de tal modo por las condiciones de vida de los detenidos, que sale «resuelto a hablar con todo el mundo» para ponerle fin a dicha situación.

Formula de inmediato un proyecto de reforma de prisiones que, acompañado de la obra de John Howard, El estado de las prisiones en Inglaterra, con observaciones preliminares y un informe sobre algunas prisiones extranjeras (1777), hace llegar a través de uno de los ministros de la corte danesa, al propio príncipe de Augustenbourg. Fue tan insistente la campaña que muy pronto recibió la noticia de que el príncipe había ordenado que se corrigiera de inmediato la situación de las prisiones danesas, por lo cual bien podía tener «la gran satisfacción de haber hecho un bien a este país y a la humanidad» .

Igualmente fue motivo de preocupación de Miranda la manera en que eran tratadas las mujeres en las diferentes sociedades. Si en su viaje por los Estados Unidos en 1783-84, se sorprende gratamente de ver que en general las mujeres superan a los hombres en sus modales, en su vestimenta, en su educación y en el cultivo de la inteligencia, en su recorrido por Europa critica acerbamente que en algunos lugares las mujeres y en particular las mujeres pobres, sean tratadas poco menos que como animales.

Vale, pues, subrayar cómo, contrario a la imagen frívola y donjuanesca que se ha construido de Miranda, son mucho mayores las referencias que hace en su Diario sobre la inteligencia, la cultura y las ideas sostenidas por las mujeres que se cruzaron en su camino.

Esta defensa de los derechos de la mujer alcanza lo que es tal vez su máxima expresión, dado el contexto histórico en que la formula, cuando en la Francia revolucionaria le reclama al Alcalde de París, Jerôme Pétion ¿por qué en un gobierno democrático la mitad de los individuos (las mujeres) no están representadas directa o indirectamente, a pesar de que están igualmente sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres han hecho a su voluntad? ¿Por qué al menos no son ellas consultadas sobre las Leyes que las conciernen más directamente, como son las del matrimonio, del divorcio, educación de los hijos, etc.?
Yo le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones escandalosas y muy dignas de ser tomadas en consideración por nuestros sabios Legisladores.

En momentos como el actual en que hombres y mujeres de todos los continentes protestan y se organizan para reclamar y hacer cumplir las tan violadas Declaratorias de Derechos Humanos que desde entonces se han venido promulgando, la constancia y el empeño de Miranda en combatir la injusticia donde quiera que ésta estuviese presente, se erige como imperioso reclamo que nos obliga y compromete cada vez más con la defensa de la Humanidad.

Por boca de Miranda se enteraron muchos en Europa de lo que realmente sucedía en América, de las crueldades y asesinatos con las que habían sido sometidos sus habitantes originarios, del despojo de las riquezas naturales de sus vastas regiones, de la discriminación y hasta de la negación del derecho a pensar, que ejercía el «infame Tribunal de la Inquisición».

Puede decirse que fue Miranda el primer publicista de América en Europa y que no sin razón llegó a ser tenido por la monarquía española como su enemigo más peligroso, pues introdujo en la opinión pública europea una información que contradecía el discurso que España había gestado de ser la gran benefactora de los pueblos americanos.

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En este andar de denuncias y de reclamos de justicia, y de evadir la persecución de los agentes españoles que le seguían los pasos, hay que reconocer la oportuna ayuda que le brindó la emperatriz Catalina de Rusia, quien no sólo se negó a entregarlo al embajador español que lo reclamaba en nombre de Carlos III, sino que lo hizo coronel ruso, le otorgó una cierta cantidad de dinero, y le extendió un salvoconducto, que lo protegió durante el resto de su viaje y le permitió librarse de ser enviado preso a España, cuando tiempo después fue capturado por agentes españoles en Londres.

Por ello, cabe decir que fue Rusia la primera y, materialmente la única nación en apoyar decididamente y de manera oficial el proyecto emancipador de Miranda. Y esto no por las razones que aducen los frívolos cultivadores de su leyenda donjuanesca.

En 1789 regresa Miranda a Londres, luego de haber pasado por Paris pocos días antes de la toma de La Bastilla. Considerándose formado en lo personal y con el proyecto emancipador mejor estructurado, inicia Miranda la tarea de la realización material del mismo, que no es otra que la de establecer las alianzas necesarias que le permitieran armar una expedición de 10 a 15 mil hombres y de preparar las condiciones necesarias para que otro tanto se le sumara en América, tan pronto desembarcara. No contando con medios financieros ni con respaldo de ningún grupo o movimiento, salvo la ayuda personal de algunos amigos, logra tener su primera entrevista con William Pitt, los primeros días de marzo de 1790.

Comienza aquí la primera etapa de lo que llamó «Negociaciones» con el gobierno inglés; las mismas que luego emprenderá con los revolucionarios franceses y de nuevo con los ingleses en 1798. Negociaciones exclusivamente dirigidas a obtener el apoyo necesario para armar su proyectada expedición contra el dominio español en América; pero nunca a cualquier precio. Cuando Francia quiso enviarlo a someter la sublevación de los esclavos en Haití, Miranda rechazó el ofrecimiento y seguió postergando su proyecto liberador, antes que prestarse a atentar contra la libertad de otros.

Si bien antes de Miranda, otros americanos se habían acercado a Inglaterra buscando apoyo, ninguno de ellos había llegado al extremo de cuestionar o de pretender revertir el orden colonial como tal. Más aún, ninguno llegaba siquiera a admitir la posibilidad de que otro orden fuese posible, pues incluso la rebelión de Túpac Amaru sólo pretendió una relativa autonomía. En general, los levantamientos y rebeliones que se habían dado en América tuvieron casi siempre un objetivo muy específico: hacer derogar un impuesto excesivo, protestar contra los abusos de un funcionario real, oponerse al monopolio del comercio por parte de compañías como la Guipuzcoana o, como también sucedió, establecer un enclave autárquico que sirviera de refugio a los esclavos que lograban burlar la vigilancia de sus amos. En todos estos casos, la fidelidad al rey se mantuvo prácticamente fuera de las motivaciones de la protesta.

De modo que cuando en 1790, Miranda se entrevista con primer ministro inglés William Pitt y le plantea como exigencia fundamental la necesidad que tiene la América española de que Inglaterra «le ayude a sacudir la opresión infame en que la España la tiene constituida», está asumiendo por primera vez como causal de insurrección, no un hecho circunstancial o local, sino una razón esencial y universal: América ha sido constituida como oprimida.

Afirmación que constituye, sin duda, una clara expresión de la conciencia del hecho colonial; entendido éste como negación de todos aquellos derechos esenciales que en tanto seres humanos tienen los americanos. En otras palabras, Miranda denuncia la negación del ser americano mismo.

«En esta situación, pues, la América se cree con todo derecho a repeler una Dominación igualmente opresiva que tiránica … y formarse para sí un gobierno libre, sabio y equitable (sic); con la forma que sea más adaptable al País, Clima e Índole de sus habitantes».

Afirmación que subraya no sólo el derecho de los americanos a ser y vivir libres de toda dominación, sino a ejercer plenamente su soberanía, determinando autónomamente la forma de gobierno que consideraran más apropiada a sus intereses. Aspiración legítima que todavía hoy algunas potencias pretenden negar y en cuya defensa, al igual que Miranda, estamos todos plenamente comprometidos. En aquel entonces, Miranda debió argumentar contra la tesis del imperium mundi que el Papa ejercía por derecho divino y que le permitía a España no sólo alegar –por ser concesión papal– propiedad legítima sobre América, sino, más que eso, atribuirle a la misma un cierto carácter sagrado que convertía de antemano en herejía cualquier cuestionamiento al ejercicio de este dominio.

Contra esta pretensión, Miranda, siguiendo la tradición de Francisco de Vitoria (1480-1546) y de Francisco Suárez (1548-1617) , asume y defiende, por el contrario, la tesis de una comunidad internacional basada, no en un imperium mundi que se pretende necesario, perpetuo e inmutable, sino en la interdependencia de Estados soberanos que acuerdan someterse a los mismos derechos y obligaciones. Derecho que todavía hoy los pueblos del mundo siguen estando obligados a defender con sus vidas ante pretensiones imperiales de nuevo cuño, pero igualmente insaciables, que siguen queriendo imponer el imperium mundi; alegando no ya el derecho divino, sino el derecho de su santa voluntad y de su fuerza militar.

Con Miranda que se reconoce por primera vezque hay una situación de negación de la esencia de los americanos y que estos están plenamente justificados para rebelarse contra aquello que los niega: «seremos libres, seremos hombres, seremos nación; entre esto y la esclavitud no hay medio, el deliberar sería una infamia».

Ser es ser libre, sólo en libertad se puede ser verdaderamente humano. De allí, pues, que el proyecto político de Miranda se plantee, desde sus inicios mismos, acompañado de una búsqueda real de la identidad de nuestra América. Desde esta concepción Miranda no podía ver las luchas de independencia como una empresa de unos pocos, sino como una lucha colectiva: «un movimiento insurreccional parcial podría dañar a la Masa entera», y por las mismas razones se muestra convencido de que la única manera de consolidar la independencia en el continente era fortaleciendo esa unión a través también de un único proyecto político colectivo.

A su entender, no sólo compartíamos una historia común de opresión, es decir una misma problemática social y política, sino también un acervo cultural común que a pesar de esa misma dominación, se fue consolidando hasta conformar una identidad propia sobre la cual, una vez conquistada la independencia, se podría construir un solo Estado. Independencia e integración son, para Miranda, ideas indisolubles que conforman un mismo proyecto político.

Estas ideas las desarrolla en la llamada Acta o Instrucción de París, escrita en 1797, a la que podemos considerar el primer documento integracionista referido a nuestra América, así como en la Proclama a los Habitantes del Continente Colombiano (alias Hispanoamérica) (1801), y en sus proyectos constitucionales de 1801 y de 1808, en los cuales explicita la estructura político jurídica sobre la cual se ha de sustentar, regular y preservar dicha unidad continental, siempre basada en principios republicanos.

Hemos querido mostrar quién es el hombre que un dos de septiembre de 1805, decepcionado de los ingleses, un tanto traicionado por la Francia revolucionaria, cuyo ejército llegó a comandar como Mariscal de Campo, primero, y muy pronto como General, y sin más recursos financieros que las seis mil libras esterlinas que había obtenido hipotecando su extraordinaria biblioteca, más algunas letras de crédito otorgadas por su leal amigo inglés John Turnbull, se embarca en Londres rumbo a los Estados Unidos, determinado a seguir adelante con su proyecto emancipador y decidido a armar por sus propios medios la expedición que viene planificando en detalle, desde por lo menos su primera conversación con William Pitt en 1790.

Tres meses antes de embarcar, había escrito Miranda la frase que citamos al comienzo. Como vemos, a pesar de tantas vicisitudes y frustraciones, no ha dudado jamás de los principios que defiende, ni se ruboriza por haberse pasado la vida en esas ocupaciones.

Paralelamente a esas negociaciones con posibles aliados, Miranda emprendió, casi desde su propia llegada a Londres en 1784 y hasta que regresó a Caracas en diciembre de 1810 para impulsar la declaratoria definitiva de la Independencia, una intensa campaña epistolar y editorial dirigida a sus compatriotas de todo el continente americano; con algunos de los cuales, mantenía relación directa, como es el caso del venezolano Manuel Gual, refugiado en Trinidad luego de fracasada la conspiración de 1797; los otros, conocidos sólo por referencias indirectas; pero insistiendo con todos, para tratar de acelerar un proceso que equivocadamente creía que era compartido por muchos. Igualmente enviará agentes suyos a las propias colonias españolas; hará circular en ellas papeles que los españoles calificaron de incendiarios, entre ellos, la Carta a los Españoles Americanos del jesuita Viscardo; escribirá proclamas y proyectos constitucionales; elaborará detallados planes militares a partir de la información que sus agentes en América le envían; y más tarde, de vuelta en Londres en 1808, luego de los negativos resultados de su Expedición Libertadora, enviará también a América su mayor esfuerzo publicitario: el periódico El Colombiano, publicado cada 15 días entre marzo y mayo de 1810 y cuyo objetivo era dar a conocer a los habitantes del Nuevo Mundo «el estado de las cosas de España para, según las ocurrencias, tomar el partido que juzguen conveniente en tan peligrosa crisis».

En todos estos esfuerzos dirigidos a sus compatriotas, el énfasis de Miranda estará siempre puesto en marcar la diferencia casi ontológica entre americanos y españoles; en mostrar que no sólo los indígenas eran víctimas de la opresión, sino también los propios criollos; en reiterar que la libertad y la soberanía de los pueblos eran derechos esenciales y por tanto indelegables; que los más grandes pensadores eran unánimes en condenar la tiranía ejercida por una nación sobre otra y por si acaso ninguno de estos argumentos lograba hacer reflexionar a los criollos, insiste en señalarles también lo prósperos que podían llegar a ser si los cuantiosos recursos de América, en lugar de ir a enriquecer «a unos extranjeros codiciosos» se quedaran en manos de sus propios naturales:

No le cupo duda alguna a Miranda de que la Independencia de la América Meridional era posible con los propios recursos, como llegará a asumirlo cuando el desengaño ante las promesas incumplidas por los supuestos aliados, lo enfrente a la realidad de los verdaderos intereses de esas potencias.

Todo esto tenía Miranda en mente cuando desembarca en el Puerto de Nueva York el 9 de noviembre de 1805. Trae consigo algunas notas de crédito, planes militares de desembarco en la Provincia de Venezuela, así como de ocupación de territorio hasta llegar a liberar Caracas, para luego emprender la liberación de la Nueva Granada, la Nueva España y el resto del continente; trae ya dispuesta la organización de lo que será el Ejército del pueblo libre de Colombia, habiendo calculado todo lo necesario para su equipamiento y hasta el diseño de los uniformes que portaría cada rango; trae su proyecto constitucional de integración y organización de la nueva República que habrá de crearse: Colombia, cuyos limites geográficos serían los mismos sobre los que se extendía el dominio español: desde el Sur del Mississipi hasta la Patagonia; trae su ya increíble Archivo que testimonia y recoge todos sus esfuerzos por la liberación de la patria americana, y sobre el que quiero aprovechar esta oportunidad para solicitar dos cosas: de la UNESCO, que ponga todo su empeño para que en este año bicentenario de la Expedición Libertadora, el Archivo del General Miranda sea finalmente declarado Patrimonio de la Humanidad; y del señor Presidente, con todo respeto, que ordene la culminación este mismo año 2006, de la colección Colombeia, esa nueva edición del Archivo del General Miranda, emprendida desde hace 30 años por la Presidencia de la República y de la cual, increíblemente, sólo han aparecido 18 tomos, a pesar de que ha sido objeto de dos decretos presidenciales.

También trae Miranda consigo el diseño de lo que habrá de constituirse en el mayor símbolo de esa América libre y unida en una sola nación: el de una bandera de tres franjas horizontales amarillo, azul y rojo, que hará coser más tarde con telas adquiridas en Haití, la primera nación libre de la América del Sur, y que será izada a bordo del Leander, el bergantín que ha logrado contratar y armar a duras penas en el puerto de Nueva York, y que el 12 de marzo de 1806, anclado frente a las costas de Jacmel, servirá de escenario para que los colores colombianos de la libertad ondeen al viento por la primera vez.

Mucho se ha dicho y escrito sobre esta bandera, y sobre la fuente donde se pudo haber inspirado Miranda para diseñarla y adoptarla como la bandera de Colombia. Pudo, ciertamente, haberse inspirado en los colores incaicos, o en la teoría del color de Newton, o quizás en el triángulo de color de su contemporáneo Goethe, formado por estos tres colores amarillo, azul y rojo, bajo el principio de simetría y complementareidad..

Miranda pensó en los colores primarios del arco iris para enseña de su Colombia, en tanto todos ellos están contenidos en el blanco, su fusión produce el negro y desu combinación surgen todos los demás colores, de la misma manera que Miranda imaginaba a Colombia como constituida por la integración de todas sus partes y de todas sus diversidades culturales en un proyecto histórico común.

Es, pues, esta bandera tricolor la que Miranda izó tal día como hoy, hace 200 años, a bordo del Leander, como pendón de la libertad y como afirmación de la dignidad esencial de los americanos del sur. Es este mismo pendón el que hará igualmente flamear en tierra firme, cuando desembarque en La Vela de Coro el tres de agosto de 1806, y ocupe con su ejército colombiano, el Fortín San Pedro, primero, y luego La Vela misma y la ciudad de Coro, colocándolo en todos los lugares prominentes de estas ciudades; acompañado además de su hermosa Proclama a los pueblos habitantes del Continente Américo-Colombiano, que había hecho reproducir también a bordo del Leander, por medio de un arma cuyo valor Miranda siempre apreció y que por ello no podía faltar en su expedición: una imprenta.

Proclama ésta que anuncia que «llegó el día, por fin, en que recobrando nuestra América su soberana Independencia, podrán sus hijos, libremente manifestar al universo sus ánimos generosos», y a partir de la cual sería posible recuperar «nuestros derechos como ciudadanos y nuestra gloria nacional como americanos colombianos». (…) «Que los buenos e inocentes indios, así como los bizarros pardos, y morenos libres crean firmemente, que somos todos conciudadanos, y que los premios pertenecen exclusivamente al mérito y a la virtud en cuya suposición obtendrán en adelante infaliblemente, las recompensas militares y civiles, por sus méritos solamente».

Afirmación que, por supuesto, no iba a agradar en lo absoluto a la integrantes de la élite criolla, que todavía cinco años después se resistían a declarar la independencia definitiva respecto a España, por el temor de que esos pardos, indios y morenos de los que hablaba Miranda, pretendieran igualarse e ellos.

fotoSon todas estas ideas de libertad, de unidad y de igualdad las que están representadas en esta bandera tricolor cuyo bicentenario celebramos hoy. Por defender esta bandera, ante la cual juraron, a bordo del Leander un 24 de marzo, ser «fieles y leales al pueblo libre de Sur América, independiente de España, y servirle honrada y lealmente contra todos sus enemigos y opositores, cualesquiera que sean», murieron ahorcados y descuartizados, el 21 de julio, en las afueras de las murallas del Castillo San Felipe (hoy Libertador), en Puerto Cabello, 10 de los valientes miembros de la tripulación mirandina, capturados en Ocumare de la Costa, cuando el Precursor intentó desembarcar por primera vez; y cuya memoria debemos también honrar en este año bicentenario.

Por temor a esa libertad y a esa igualdad que esta bandera anunciaba y que ponía en grave peligro sus privilegios, los criollos de Caracas y del resto de las provincias, contribuyeron generosamente a ponerle precio a la cabeza de Miranda.

No imaginaban estos criollos que cuatro años más tarde, la crisis del imperio español, agudizada por la invasión de Napoleón, pondría a ese rey en prisión y les llevaría a instalar gobiernos autónomos en sus provincias; no por las mismas razones por las que había luchado Miranda, sino porque vieron la oportunidad de asegurar sus privilegios asumiendo también el control político que hasta ese momento había estado en manos de los peninsulares. Pero Venezuela ya no era la misma. Si bien la expedición de Miranda de 1806 no logró sus objetivos militares, sí mostró que el imperio no era invulnerable, que había americanos dispuestos a dar hasta la vida por acabar con el dominio español en América e instaurar en ella un gobierno distinto que asegurara la libertad y la igualdad.

Por otra parte, estas ideas de libertad y de igualdad que los pensadores de la ilustración habían ayudado a conformar y a difundir, y que habían sacudido a Europa con la Revolución francesa, también habían germinado en otros americanos. De modo que la instalación de Juntas autónomas abrió también el espacio para que esas corrientes revolucionarias emergentes, entre las que se encontraba el joven Simón Bolívar, José Félix Ribas, y otros, comenzaran a expresarse abiertamente. El regreso de Miranda a Caracas en diciembre de 1810, va a contribuir a galvanizar y potenciar estas fuerzas emergentes, y esta alianza, más su posterior incorporación al Congreso Constituyente en junio del siguiente año, hará que los criollos se vean forzados a declarar definitivamente la independencia ese 5 de julio de 1811. El sueño de Miranda se vio realizado ese día, el de Bolívar comenzaba a tomar vuelo.

Luego vino la reacción realista, primero interna, cuando en Valencia se sublevan algunos «vecinos» contra la república y a Miranda se le da el comando de las fuerzas patriotas que deben someterlos y hacerles aceptar la independencia; lo que hace exitosamente, aunque de manera incompleta pues el descontento también se manifiestaba en las Provincias de Coro y Maracaibo, donde la Junta de Gobierno no le permitió llegar. De allí que cuando la reacción realista venida del exterior y encarnada en la persona de Monteverde, inicie el contraataque desde Coro a comienzos de marzo de 1812, va a encontrar el campo libre y las condiciones apropiadas para constituir una fuerza lo suficientemente poderosa.

El 30 de julio Miranda es detenido en La Guaira por un grupo de jóvenes oficiales. Entregado a los españoles, fue encerrado en la Guaira; luego en Puerto Cabello, en el mismo castillo donde habían estado detenidos sus hombres seis años atrás; después, por el temor de que fuera liberado, cuando ven avanzar triunfante a Bolívar desde la Nueva Granada, en lo que se ha llamado la Campaña Admirable, los realistas deciden trasladarlo a Puerto Rico y, finalmente, a la prisión de La Carraca, en Cádiz, donde morirá olvidado el 14 de julio de 1816.

Pero las ideas y la bandera de Miranda no murieron, sino que por el contrario se fortalecieron bajo el empuje y la también admirable constancia de Bolívar, quien no sólo volvió a hacerla flamear en Venezuela, una y otra vez, sino que la llevó por casi todo el continente abriéndole paso a su espada libertadora.

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* Versión resumida –por razones de espacio– del Discurso de Orden de la autora en la Sesión Especial de la Asamblea Nacional del día 12 de marzo con motivo del Bicentenario de la Bandera Nacional de la República Bolivariana de Venezuela. Carmen Bohórquez es profesora en la Universidad del Zulia.

Enviado desde Caracas por Edison Barría para Piel de Leopardo.

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