Gu Cheng, el nebuloso

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Juan Forn.*

Imaginen que tienen la oportunidad de sentarse mano a mano con un legendario poeta chino. Está ocurriendo a cada momento, en la aldea global: un legendario poeta chino, que no habla otro idioma que el chino, es invitado a la ciudad y termina sentado frente a frente con nosotros en el mejor restaurante chino que hay en el barrio chino de la ciudad (ah, qué globales somos: todos tenemos nuestros barrios chinos con sus restaurantes chinos para agasajar a los legendarios poetas chinos que llegan a nuestra ciudad).
Démosle un nombre al legendario poeta chino. Llamémoslo Gu Cheng. ¿Qué sabemos de él? 

Por empezar, que es escandalosamente joven para ser un legendario poeta chino: apenas pasa de los treinta y cinco años. Además, usa un extraño sombrero tubular, fabricado por él mismo, con una de las piernas de un bluejean. Gu Cheng no se saca nunca ese sombrero, ni siquiera para dormir, dentro de ese tubo se hacen sus poemas.

Gu Cheng ha escrito: “El poeta es como el cazador que se duerme una siesta contra un árbol del bosque, a la espera de que los venados estrellen sus cabezas contra el tronco de ese árbol. Luego de un tiempo, el cazador descubre que él es el venado”. Esto escribió Gu Cheng el día en que cumplió treinta años. Para entonces había pasado ya por varias encarnaciones: primero fue el hijo mimado de un oficial del ejército de Mao que también era poeta, hasta que la Revolución Cultural los desterró a criar cerdos en la provincia de Shandong. En Shandong se habla un dialecto que el niño Gu Cheng no logra aprender. Ni su padre ni su madre ni su hermana mayor tienen tiempo para dedicarle. Gu Cheng habla con los árboles y los insectos y la lluvia.

“Encontré un misterioso sonido en la naturaleza. Ese sonido se convirtió en poesía. Mi primera experiencia poética fue una gota de lluvia.” Su madre y su hermana transcriben sus poemas. Gu Cheng comienza a convertirse en un legendario poeta chino. No tiene aún doce años.

Llega entonces el permiso para volver a Pekín. La familia se separa. Gu Cheng entra a trabajar en una fábrica, vive en una pensión, cubre de poemas las paredes de su cuarto conjurando a la naturaleza (“una gota de lluvia”) en esa selva de mugre y cemento que es Pekín. Conoce una pandilla de poetas mayores que él, deciden hacer una revista. En realidad, pegan clandestinamente en las paredes de la ciudad hojas mimeografiadas con poemas, que las autoridades arrancan a la mañana siguiente, pero ya es tarde: los jóvenes ya se saben esos poemas de memoria.

Cada vez que el grupo logra permiso para hacer una lectura pública (en lugares siempre infectos, pero cada vez más grandes), el lugar rebasa de fans. Las autoridades los acusan de “menglong”: nebulosos, oscuros. El mote les queda: son Los Poetas Nebulosos y Gu Cheng es su estrella.

Aunque desconoce casi la totalidad de la poesía moderna occidental, su obra parece contener cada una de sus evoluciones, desde la introspección de los simbolistas (lo que le vale la acusación de individualista decadente) a la alucinada prepotencia de los graffiti situacionistas del Mayo francés, pasando por el dadá, el futurismo, el hermetismo y demás “ismos” del siglo.

Su padre reniega públicamente de él. Gu Cheng elige entre sus fans una joven estudiante llamada XieYe para convertirla en su esposa. Le propone suicidarse juntos; ella le hace una contraoferta: será su amanuense, para que Gu Cheng no necesite distraer sus energías en actividades pedestres como transcribir sus propios poemas. Juntos son dinamita: en 1987, las autoridades chinas deciden librarse de la pareja y le conceden permiso para emigrar a Nueva Zelanda.

La Universidad de Auckland contrata a Gu Cheng para dar un curso elemental de lengua china. Los pocos alumnos que acuden esperan en silencio que Gu Cheng hable. El espera que los alumnos le hagan preguntas. Gu Cheng no sabe ni una palabra de inglés ni de maorí. Cada vez van menos alumnos a su clase, hasta que no queda ninguno y la universidad lo despide. Gu Cheng se lleva a XieYe a vivir al aire libre en las afueras de Auckland.

Se alimentan de raíces y frutos silvestres, tienen un hijo que Gu Cheng regala a una pareja neocelandesa, XieYe sigue transcribiendo sus poemas, levanta una tapera para que les dé cobijo durante la estación de las lluvias, logra que a Gu Cheng le den una beca para ir a Berlín y parten juntos. Occidente se enamora de Gu Cheng, lo traduce, lo agasaja con banquetes. Como Gu Cheng sólo habla chino, se da por sentado que sólo querrá comer chino, de manera que su estancia en Occidente es una larga sucesión de visitas a los mejores restaurantes de los barrios chinos que hay en cada metrópolis occidental.

En uno de ellos, la pareja conoce al poeta Eliot Weinberger. Sólo están ellos tres en la mesa. Gu Cheng habla, en chino. XieYe traduce, luego de poner un grabador sobre el mantel, porque ninguna de las palabras que salen de la boca de Gu Cheng debe perderse.

Gu Cheng dice que la poesía no consiste en tomar un trozo de madera y hacer de él una tabla, sino frotarlo y convertirlo en bronce, y frotarlo otra vez y convertirlo en vidrio, y frotarlo otra vez y convertirlo en agua.

Gu Cheng dice que el camino del Tao autoriza a matar, y a matarse, ya que en el camino del Tao nada importa si no conduce a la nada.

Gu Cheng dice que, con el dinero obtenido en Occidente, hará salir de China a sus admiradoras, una por una, hasta rodearse, en su tapera neocelandesa, de una corte de doncellas que transcriban sus poemas y lo dejen dormir.

Cuando Gu Cheng se levanta de la mesa para ir al baño, XieYe mira a Weinberger con una sonrisa luminosa y dice las únicas palabras de su propia cosecha que pronunciará en toda la velada (Weinberger insiste en que las dice con una sonrisa luminosa): “Ojalá se muera de una vez”.

El deseo de XieYe se cumplió un par de años después, en 1993. Sólo que, antes de proceder a ahorcarse, Gu Cheng asesinó a su esposa a hachazos. El tenía treinta y siete años recién cumplidos; ella, treinta y cinco. Para la Justicia y la prensa neocelandesa fue un caso más de la endémica violencia doméstica en el país.

En China, las autoridades se apuraron a publicar las obras completas de Gu Cheng, para que las jóvenes generaciones supieran el destino que esperaba a quienes tomaban el nebuloso camino de la decadencia. En Occidente, en tanto, la mejor manera de consagrarse como el mejor restaurante del barrio chino de toda metrópolis que se precie de tal consiste en ostentar en sus paredes, en lugar bien prominente, una placa que anuncie: “Aquí comió Gu Cheng y su presencia honró de luz este humilde establecimiento”.

* Escritor.
En Los buenos vecinos (www.losbuenosvecinos.com.ar) —qure cita como fuente al diario Página 12 de Buenos Aires.

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