Íconos de la democracia en Chile

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Wilson Tapia Villalobos*

Aunque el término viene de Oriente, se aplica a la perfección a nuestra democracia. Al igual que cualquier otra, requiere de referentes. Como las representaciones devotas de las iglesias cristianas orientales, que generalmente son hechas sobre madera y trazadas con pincel. Es un intento, a veces un poco burdo, de fijar a la divinidad o a sus distintas manifestaciones.
Y, claro, surgieron los iconoclastas.

Los que se oponían a este intento de capturar la imagen de la deidad y transformarla en representación única, obviamente, en su beneficio. Por extensión, los iconoclastas terminaron yendo contra la corriente. Rechazando la norma, lo establecido, optando por la libertad. Pero los adeptos al ícono siguieron existiendo y habitualmente ganando la pelea.

Eran y son lo establecido.

En estos días, la democracia chilena se ha visto enriquecida por íconos hasta hace muy poco ignorados. No ha habido la conmoción de la época del Imperio Bizantino. Pero, tal como en aquel entonces, los propulsores de los íconos persiguen el mismo objetivo. Pretenden capturar el sentido de la democracia, tal como lo hacían sus antepasados con Dios. Y, también como en aquel entonces, adecuar la historia para que sus objetivos aparezcan santificados.

La última manifestación en este sentido la dio el ex presidente Patricio Aylwin. Sus agradecimientos públicos al líder derechista retirado, Sergio Onofre Jarpa, por su contribución a la democracia, fueron los pincelazos que faltaban a este nuevo ícono. Sin Jarpa, ministro del Interior de la dictadura, colaborador incondicional del régimen militar y gestor del mismo, la democracia chilena no podría haber renacido…

…Palabra de Aylwin.

Hay que reconocer que el ex mandatario hace esfuerzos por pasar a la historia. Pero ya tiene su aporte. Su frase más famosa apareció cuando se pedía justicia y castigo por los atropellos a los DDHH cometidos durante el gobierno del general Pinochet. Alwin tomó aire, esbozó su sonrisa de corifeo satisfecho, y se lanzó a la inmortalidad:

“Habrá justicia en la medida de lo posible”…Palabra de Aylwin.

Ya tenía su espacio ganado ¿por qué insistir en hacerse otro sitio con Jarpa? Para muchos no hay explicación posible. Pero los que tienen memoria recordarán que Aylwin, desde la Democracia Cristiana, y Jarpa, desde el Partido Nacional, eran los adalides del golpe contra el gobierno de Salvador Allende. Y mientras el primero guardaba silencio luego de la asonada, el otro mostraba toda su inmensa alegría.

Habría sido mejor recordar a Aylwin por su gobierno, incluida la particular visión que tiene de la justicia.

Otro ícono. El próximo 9 de noviembre se inaugura el memorial a Jaime Guzmán, el senador y fundador de la Unión Demócrata Independiente (UDI), asesinado en 1991. Al acto inaugural ha sido invitada la presidenta Bachelet. Colaborador destacado de la Junta Militar primero y de Augusto Pinochet después, Guzmán es uno de los artífices de lo hecho por la dictadura.

Comenzó como asesor del general Gustavo Leigh y terminó siendo redactor de la Constitución de 1980. Una normativa que niega el sentido mismo de la democracia. Eso lo representa cabalmente, un fascista admirador de Francisco Franco e impulsor de esa ideología desde la juventud.

Sus seguidores lo presentan como un mártir de la democracia. Como si hubiera luchado por restablecerla. El 5 de octubre de 1988, cuando se sabía que la dictadura había perdido el plebiscito, Guzmán y la UDI guardaron silencio. Es cierto, Jarpa aceptó la derrota.

Hoy, el senador Pablo Longueira –quien alguna vez dijo comunicarse con Guzmán desde el más allá– intenta reescribir la historia. Trata de sacar argumentos para demostrar que su maestro murió con las botas democráticas puestas. Lo hace desde un sitial que parece inconmovible. Él jamás ocupó cargo en el gobierno militar, afirma.

Longueira parece haber olvidado que en 1981 era presidente de la Federación de Centros de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECECH), un engendro de la dictadura. Sus miembros, y obviamente su presidente, eran designados por las autoridades del momento –como lo recuerda la periodista Olivia Mönckeberg en un documento libro sobre las universidades chilenas.

La FECECH reemplazó a la FECH, disuelta por los militares. Por lo tanto, el currículo de Longueira miente, pues allí dice que fue presidente de la FECH y ésta sólo reaparece en 1984. Lo que hace pensar que, quizás, también mintió en sus comunicaciones con Guzmán.

Muchos piensan que ha llegado el momento de perdonar y que nuevos íconos hoy pueden ser pintados. Mientras no haya arrepentimiento, un mínimo acto de contrición de los victimarios, no hay perdón posible. Jamás escuché a Guzmán pedir perdón por las barbaridades cometidas al amparo de sus ideas. Y Jarpa fue un ministro arrogante. Durante su mandato muchas víctimas siguieron cayendo. Tampoco he sido testigo de su arrepentimiento.

¡Me declaro iconoclasta!

 

*Periodista.

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1 comentario
  1. alfredo lavergne dice

    Muchas gracias por su aporte que desenmascara la vieja actitud del ex Presidente, que si bien su discurso post golpe e imagen, jugaron un rol importante en el Gran NO al dictador, hoy obvia la práctica facistoide de Onofre Jarpa con el claro propósito de derrotar en este ya tremendamente largo “proceso de recuperación de la memoria”, la gran fortaleza de los que lucharon en contra de Pinochet y sus colaboradores, que estaba en la convocatoria de los actores sociales y políticos opositores al régimen antidemocrático.

    Los aylwines de este país tienen su razón para palmotear a los jarpas, los longueiras para mentir y la derecha para inventar un memorial al artífice fascista de la constitución pinochetista. Artículos como el suyo, invitan a observar la actitud pasiva del gobierno y de los opositores no derechistas, que paradojalmente, en estos días se presentan en las elecciones más despolitizadas de nuestra historia.

    A. Lavergne

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