Informe ONU: la infancia en el mundo este año de 2012 (II)

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A medida que surgen nuevas ciudades y las urbes actuales se expanden, aparecen nuevas modalidades de vida. Casi el 10% de la población se concentra en las megalópolis —cada una con más de 10 millones de habitantes— que se han multiplicado alrededor del mundo. A Nueva York y Tokio, que forman parte de la lista desde 1950, se han sumado 19; todas, excepto tres, se encuentran en Asia, América Latina y África.| GISELA ORTREGA.*

 

Sin embargo, la mayor parte del crecimiento ciudadano no tiene lugar en las megalópolis, sino en localidades más pequeñas y en pueblos, donde vive la mayoría de los niños y jóvenes de las zonas urbanas.

 

En comparación con el rápido incremento de la población de éstas en el mundo en desarrollo, se prevé que más de la mitad de las ciudades de Europa se reducirá durante las próximas dos décadas. De acuerdo con las proyecciones, los tamaños de las capitales en los países de altos ingresos no registraran mayores cambios hasta 2025, y el equilibrio se logrará gracias a los procesos migratorios internacionales.

 

Desde hace mucho tiempo la migración del campo a impulsado el crecimiento de las grandes ciudadaes —y continúa siendo factor de suma improtancia en algunas regiones—. Con todo, la última estimación completa, efectuada en 1998, sugiere que los niños nacidos en los centros urbanos actuales representan aproximadamente el 60% de su crecimiento.

 

El factor pobreza

 

Para cientos de millones de personas vivir en una ciudad equivale a padecer pobreza y exclusión. Sin embargo los análisis y la recopilación estándar de datos que los sustentan no reflejan la verdadera magnitud de estos dos problemas. Los estudios suelen pasar por alto a los residentes urbanos con viviendas no legalizadas o trabajos no registrados, que son, precisamente, quienes más probabilidades tienen de sufrir a causa de la pobreza y la discriminación.

 

Más aún, las definiciones oficiales de penuria pocas veces toman debidamente en cuenta el costo de las necesidades no alimentarias. Por lo tanto, los umbrales de privación aplicados a las poblaciones urbanas no contemplan adecuadamente los costos de transporte, alquiler, agua, saneamiento, educación y servicios de salud.

 

Las duras condiciones de vida en las ciudades se agravan, además, por otros factores, como la ilegalidad, la escasa participación en la toma de decisiones, la inseguridad respecto de la tenencia y la falta de recursos y protección legal, que a su vez son un reflejo de la situación.

 

Con frecuencia, la discriminación basada en el género, el origen étnico y cultural, la religión o las discapacidades agrava aún más la exclusión. Adicionalmente las metrópolis casi siempre desbordan la capacidad de las autoridades para ofrecer la infraestructura y los beneficios necesarios para asegurar la salud y el bienestar de la gente.

 

Una proporción significativa del crecimiento de la población urbana corresponde a las zonas más pobres y menos planificadas. Al combinarse, estos factores impiden que los servicios esenciales estén al alcance de los niños y las familias que viven en los vecindarios pobres de las ciudades.

 

La cercanía física a una institución no garantiza el acceso al servicio prestado

 

En efecto, muchos habitantes urbanos tienen escuelas y hospitales cerca de sus hogares, pero no siempre los utilizan. Incluso cuando el costo no constituye un obstáculo, los pobres muchas veces no se sienten con derecho para solicitar servicios de organismos que perciben como exclusivas de personas con un nivel social o económico más alto.

 

La insuficiencia de los servicios de agua potable y saneamiento ambiental aumenta el riesgo de enfermedades, desnutrición y muerte entre los niños. Al desglosar las estadísticas sobre la salud infantil se observa que, los niños que crecen en entornos urbanos pobres enfrentan considerables riesgos de salud. En algunos casos, esas dificultades son mayores que los que encaran los chiquillos en las zonas rurales.

 

Diversos estudios muestran que, en muchos países, los niños pobres de las capitales están en condiciones similares, o peores, que los que viven en las áreas rurales, desde los puntos de vista de la proporción entre estatura y peso y la mortalidad entre los menores de cinco años.

 

La salud de los pequeños depende fundamentalmente de las condiciones socioeconómicas en las cuales nacen, crecen y viven, a su vez, esas circunstancias dependen de la distribución del poder y los recursos. Las consecuencias de la falta de poder y recursos se hacen patentes en los asentamientos provisionales y en los tugurios, donde en el año 2020 vivirán aproximadamente 1.400 millones de personas.

 

Desde luego, no todos los pobres de las ciudades viven en barrios, y no todos los habitantes de los tugurios son pobres. No obstante, los barrios marginales son una manifestación y una respuesta práctica a las privaciones y a la exclusión.

 

Las personas necesitadas, sin viviendas adecuadas ni seguridad de la tenencia debido a las políticas y regulaciones económicas y sociales inequitativas que rigen el uso y la gestión de la tierra, recurren al alquiler o a la construcción de casas ilegales y tremendamente precarias. Muchos lotes o edificaciones vacías son ocupados ilegalmente por personas que no son propietarias, no pagan alquiler y no tienen permiso para ocuparlos. También se hacen subdivisiones ilegales, como cuando se construye un inmueble precario en el patio de otra vivienda.

 

Desde la década de 1951/60 en las ciudades de rápido crecimiento se ha vuelto común ocupar ilegalmente construcciones y lotes vacios, debido a la escasez de edificaciones de bajo costo.

 

Las viviendas ilegales son de baja calidad, relativamente baratas —aún cuando normalmente implican un costo de alrededor de la cuarta parte de los ingresos familiares— y conocidas por los riesgos que significa habitarlas para la salud. El hacinamiento y las condiciones insalubres favorecen la transmisión de enfermedades, entre ellas neumonía y diarrea, las dos causas principales de muerte de niños menores de cinco años en el mundo entero. Los brotes de sarampión, tuberculosis y otras enfermedades prevenibles por medio de la vacunación son también más comunes en estas zonas, donde la densidad demográfica es alta y los niveles de inmunización bajos.

 

Aparte de otros riesgos, no es inusual que los moradores de los tugurios (también llamados campamentos, villas miseria o villas escondidas) enfrenten la amenaza del desalojo y el maltrato, no solo de los propietarios, sino también de las autoridades municipales con sus intentos de “limpiar” esos vecindarios.

 

Los desalojos pueden obedecer al deseo de fomentar el turismo, a que en el país se celebrara algún evento deportivo importante o, simplemente, a que existe un proyecto para renovar la zona. Pueden llegar sin advertencia y, obviamente, sin consulta previa. A menudo se llevan a cabo sin compensación alguna para los afectados, que se ven forzados a mudarse a otros lugares igualmente inadecuados, o incluso peores.

 

Las desocupaciones provocan serios trastornos y pueden destruir redes de apoyos y sistemas económicos y sociales establecidos tiempo atrás, cuya existencia no debe sorprender si se tiene en cuenta lo que significa sobrevivir y salir adelante en entornos tan problemáticos. Incluso quienes no son desalojados pueden sufrir de estrés e inseguridad ante la amenaza de serlo. Además, el abuso y los desplazamientos a que son sometidos constantemente las poblaciones marginadas pueden obstaculizar todavía más el acceso a los servicios esenciales.

 

Los tugurios urbanos

 

El Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos establece que una vivienda en un tugurio urbano carece de uno o más de los siguientes atributos:
– Acceso al suministro mejorado de agua.
(Es decir, acceso a una cantidad de agua adecuada a un costo accesible de la que se puede disponer sin tener que realizar esfuerzos físicos extraordinarios o inversiones excesivas de tiempo).
– Acceso al saneamiento mejorado.
– Acceso a un sistema de eliminación de los excrementos, ya se trate de un retrete privado o de una instalación pública compartida con un número razonable de personas.
– Seguridad con respecto a la tenencia de la vivienda.
– Pruebas o documentos que se puedan emplear para demostrar tenencia indisputable de la vivienda o para protegerse de posibles desalojos forzados.
– Carácter permanente de la vivienda.
(Debe tratarse de una estructura permanente y adecuada en un sitio seguro, que proteja a sus ocupantes de las condiciones climáticas extremas, como la lluvia, el calor, el frio y la humedad en exceso).
– Espacio suficiente de vivienda.
(Ninguna habitación deberá ser compartida por más de tres personas).

 

Factores sociales determinantes de la salud de la población urbana

 

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, Red Mundial de Investigación sobre Equidad en la Salud Urbana, las marcadas disparidades de salud entre pobres y ricos han dado lugar a un aumento del interés en los factores sociales determinantes de la salud, así como en la manera en que la población sufre no sólo los efectos de los sistemas de atención y apoyo médicos de los que dispone para evitar y tratar las enfermedades, sino también de las circunstancias económicas, sociales y políticas en que viven sus integrantes desde que nacen.

 

El propio medio-ambiente metropolitano constituye un factor social determinante de la salud. El crecimiento urbano impulsó el desarrollo de la disciplina de la salud pública porque la concentración de personas en pueblos y ciudades facilitó la propagación de enfermedades contagiosas, especialmente de los vecindarios más pobres a los más ricos. El creciente proceso de urbanización que tiene lugar en el mundo es también uno de los factores que contribuye al aumento de las enfermedades no contagiosas, como la obesidad, el alcoholismo, el consumo de drogas ilícitas, las enfermedades mentales, las lesiones y heridas.

 

Muchos integrantes de los sectores pobres y marginados de la población viven en tugurios y asentamientos precarios donde sufren una multitud de amenazas a su salud. Los niños de esas comunidades son especialmente vulnerables debido a diversos factores determinados por las condiciones en que viven. A medida que aumenta la existencia de ámbitos físicos y sociales caracterizados por las privaciones extremas, crece también el peligro de que se produzca un retroceso con respecto a los logros generales obtenidos hasta ahora en la prevención y la lucha contra las enfermedades.

 

No hay ninguna razón por la que el ambiente urbano debe ser perjudicial para la salud de la población. Además de modificar el comportamiento individual, se pueden reducir los factores de riesgo para la salud, mediante la aplicación de políticas sociales más amplias que debe prioridad a la vivienda adecuada, a mejorar el suministro de agua y saneamiento, al establecimiento de sistemas eficaces de eliminación de los desperdicios y lugares más seguros de vivienda, trabajo y esparcimiento.

 

La buena gobernanza que hace posible que las familias de todos los estratos urbanos disfruten de acceso a servicios de buena calidad, educación, salud, trasporte y cuidado de los niños, puede cumplir un papel fundamental en la protección de la salud de las y los chiquillos en los ámbitos urbanos.

 

El grado creciente en que las circunstancias sociales pueden beneficiar o perjudicar la salud de los individuos ha dado lugar a iniciativas tales como la Comisión sobre los determinantes sociales de la salud de la Organización Mundial de la Salud. Las recomendaciones de esa comisión hacen hincapié en que para combatir con éxito las causas de una salud deficiente en las zonas urbanas se requiere una amplia gama de soluciones que van desde mejores condiciones de vida y un aumento de las inversiones en los sistemas sanitarios y la tributación progresiva, hasta el mejoramiento de la gobernanza, la planificación y la obligación de rendir cuentas en el plano local, nacional e internacional.

 

Los retos más importantes se registran en los países de ingresos bajos y medios, donde el rápido crecimiento de la población urbana rara vez va acompañado de inversiones adecuadas en infraestructura y servicios. La Comisión también ha puesto de relieve la necesidad de abordar el problema de las desigualdades que impiden que los sectores marginados de la población, entre los que figuran las mujeres, los pueblos indígenas y las minorías étnicas, obtengan poder y recursos.
——
* Periodista.
Fuente: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

La primera parte de esta entrega puede leerse aquí.

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