Informe ONU: la infancia en el mundo este año de 2012 (III)

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Los niños que residen en las capitales —como promedio— suelen vivir más allá de la primera infancia, gozar de un mejor estado de salud y contar con más oportunidades educativas que los chiquillos que habitan en zonas rurales. Se trata de un efecto que se suele denominar “ventaja urbana”. Sin embargo la escala de desigualdades que se registran en las áreas urbanas es preocupante.

 

Las diferencias entre los pobladores ricos y pobres de los pueblos y ciudades suelen igualar y a veces superar las de las regiones campestres. A pesar de que en los sectores campesinos existen profundas desigualdades, la escasez también puede limitar las posibilidades de educación de los niños de las grandes urbes.

 

Cuando se desagregan los promedios nacionales queda en claro que muchos niños que viven en la pobreza en las metrópolis se encuentran en desventaja y carecen de acceso a la educación superior, los servicios de salud y otros beneficios de los que disfrutan las y los niños más pudientes.

 

En Benín, Pakistán y la República Bolivariana de Venezuela, las disparidades en materia de educación entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre son mayores en la capital que en el campo. La mayor diferencia a nivel nacional se registra en Venezuela, donde las y los niños de las familias con mayor poder adquisitivo que viven en la capital cursan, como promedio, ocho años más de estudios escolares que los de los sectores más pobres. En el campo venezolano, los niños más pudientes tienen, como promedio, cinco años más de estudios estructurados que los más necesitados.

 

En Benín, Tayikistán y Venezuela, los menores de los grupos tanto urbanos como rurales, más pobres, cursan menos años de estudios que los de las familias más ricas.

 

Algunas disparidades trascienden los límites geográficos. Las niñas que forman parte de colectividades humildes se encuentran en una situación de gran desventaja independientemente de que vivan en urbes o el campo.

 

En Benín, las chiquillas que pertenecen al 20% más pobre de la población reciben menos de dos años de educación escolar, mientras que los varones de su misma condición y edad completa tres o cuatro años de esa instrucción y los de las familias prósperas, tanto de las zonas urbanas como rurales, cursan como promedio, nueve años de estudio.

 

En Pakistán, los varones humildes del campo reciben tres años más de educación escolar que las niñas, mientras que en las urbes los niños de las familias más necesitadas tienen un año más de estudio que las niñas en la misma situación económica.

 

La disparidad de género es más pronunciada en el caso de las niñas en las zonas urbanas de Tayikistán. Como promedio, ellas cursan menos de seis años de estudios escolares, aunque las de las áreas rurales completan casi nueve años de escolaridad.

 

En Venezuela, en cambio, se invierten los términos de la diferencia de género, ya que los varones pobres de las ciudades constituyen el sector que recibe menos educación. Como promedio, cursan menos de tres años de estudios, lo que contrasta con los cuatro años y medio de instrucción escolar que reciben las niñas, y los casi seis años y medio de educación que terminan tanto las niñas como los varones del campo.

 

A pesar de sus múltiples carencias, los residentes de los barrios marginales prestan, al menos, un servicio esencial a las mismas sociedades de las cuales están marginados: disponibilidad de mano de obra. Parte del trabajo que realizan es oficial y parte indocumentado, pero casi siempre está mal pagado; por ejemplo, en fabricas y tiendas, en ventas callejeras y en el trabajo doméstico.

 

Futuro urbano

 

Es indudable que las y los niños y adolescentes se cuentan entre los miembros más vulnerables de cualquier comunidad, y que sufren de una manera desproporcionada los efectos de la pobreza y la inequidad. A pesar de esto, no se les ha presentado la debida atención a los que viven en condiciones de pobreza en el medio urbano. Esta situación se debe abordar con carácter urgente, e instrumentos internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño y compromisos como los Objetivos del Milenio pueden proporcionar un marco de acción.

 

El rápido proceso de urbanización, sobre todo en África y Asia, es reflejo de un mundo que cambia vertiginosamente, Expertos en desarrollo reconocen que el enfoque programático corriente, que se basa en ampliar la cobertura de los servicios a comunidades de fácil acceso, no siempre beneficia a quienes mayores necesidades tienen. Datos desglosados señalan que muchas de esas personas están quedando excluidas.

 

Las ciudades no son homogéneas. Especialmente en las de rápido crecimiento de los países de bajos y medianos ingresos residen millones de niños y niñas que enfrentan niveles de exclusión y privación iguales o mayores que los que padecen los menores en el ámbito rural.

 

En principio, los programas de desarrollo basados en los derechos humanos deberían abordar, con carácter prioritario, las carencias que sufren los niños que residen en las zonas urbanas. En la práctica y, sobre todo, ante la creencia equivocada de que los servicios están al alcance de todos los residentes de las ciudades, se ha invertido menos en los habitantes de los barrios de tugurios y de los asentamientos urbanos provisionales.

 

Para que esta situación cambie, es crucial prestar especial atención a la equidad, en otras palabras, dar prioridad a los y las chiquillas menos favorecidos, dondequiera que vivan.

 

La primera condición es comprender mejor la magnitud y la naturaleza de la pobreza y la exclusión que padecen los menores que viven en las ciudades. Esto no solo exigirá un riguroso trabajo estadístico.
—uno de cuyos sellos distintivos debe ser un mayor desglose de los datos urbanos—, sino también examinar y evaluar detenidamente las intervenciones orientadas a promover los derechos de los niños a la supervivencia, la salud, el desarrollo, el saneamiento, la educación y la protección en los entornos urbanos.

 

En segundo lugar, las soluciones deben determinar y eliminar los obstáculos que se oponen a la inclusión y que impiden que las familias y los niños marginados utilicen los servicios, les exponen a la violencia y a la explotación y les deniega la oportunidad de participar en la toma de decisiones. Otras medidas necesarias son promover la inscripción de los nacimientos, otorgar seguridad jurídica a y asegurar la tenencia de la vivienda.

 

En tercer lugar, las necesidades y las prioridades de los niños se deben mantener como un elemento central en los procesos de planificación urbana, de desarrollo de la infraestructura, de prestación de servicios y en los esfuerzos más amplios destinados a reducir la pobreza y las desigualdades. La iniciativa internacional de las ciudades “amigas de la infancia”, es un ejemplo de la importancia que se debe otorgar a la niñez en todas las fases de la gestión de los asuntos urbanos.

 

En cuarto lugar, las políticas y la práctica deben promover la asociación entre las personas pobres de las ciudades y todos los niveles de gobierno. Las iniciativas urbanas que propician esta participación —y sobre todo, las que involucran a las y los niños y los jóvenes— producen mejores resultados tanto para los chiquillos como para sus comunidades.

 

En quinto lugar, todos deben trabajar estrechamente para obtener resultados a favor de la infancia. Las partes interesadas internacionales, nacionales, municipales y comunitarias deberán aunar recursos y esfuerzos en apoyo de los derechos de los niños pobres y marginados que crecen en entornos urbanos. Reducir las diferencias para honrar los compromisos internacionales hacia todos los pequeños exigirá intervenciones adicionales tanto en las zonas rurales como en las ciudades.

 

Evidentemente, no es posible hacer realidad y proteger los derechos de la niñez a menos que los gobiernos, los donantes y las organizaciones internacionales miren más allá de los promedios que arrojan las estadísticas sobre desarrollo, y aborden la pobreza y las desigualdades que caracterizan las vidas de tantos chiquillos en las ciudades.
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(Fuente: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia –UNICEF).
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* Periodista.
La entrega anterior aquí, donde se encontrará el enlace a la primera parte.

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