Ingrid y el genio maligno

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Cuando llegas al capítulo 72 de la Segunda Parte del Quijote, descubres que eres un personaje de la novela. No lo explicaré aquí porque es demasiado largo e incalculablemente mejor y más corto leer la novela. Es como la historia de Colombia, realismo mágico viviente, aunque desvalijado. El propio Ministro de la Defensa ha dicho que Ingrid Betancourt regresó del secuestro en medio de una gesta hollywoodense.

No se sabe nada con certidumbre, que ni Heisenberg. Todo luce falso y contradictorio. Como en el caso de las Torres Gemelas, hay más preguntas que respuestas. Nadie concuerda con nadie, ni siquiera la Betancourt consigo misma, pues arrancó uribista furibunda y ahora le falta un tilín para declararse chavista igualmente rabiosa. Su familia está dividida. No suelo hablar de asuntos privados, pero hay allí evidentes fricciones de origen político nada privado. Basta mirar sus movimientos ante las cámaras, sus apariciones, sus desapariciones. No me meto en eso, pero ellos sí.

Es explicable que una persona que lleva seis años y pico cautiva, y se ve liberada por sorpresa, esté desorientada no solo en materia política, sino afectiva, emocional. Es comprensible que cualquiera que pase por eso esté de brinquito y de siquiatra. Pero los demás no. El gobierno de Colombia, por ejemplo. O sus gobiernos, porque parece que hay varios, empezando por el de Uribe y siguiendo por el que aparentemente dirige la familia Santos. Tampoco tienen seis años cautivos los periodistas de la Radio de la Suisse Romande y otros que certifican que hubo un soborno de $ 20 millones, que nadie sabe ni siquiera a quién se entregaron. Ante eso, un Santos dijo: “Tabaratodamedós”, porque ellos han ofrecido hasta 100 millones.

Y las FARC callan en un silencio atronador, que nadie menciona.

Hablo solo de Betancourt porque casi que solo sobre ella se han enfocado las cámaras. Los mercenarios gringos no aparecen ni hablan. Y los policías y soldados tal vez no tengan tanta libertad, a juzgar por el hecho de que todos leen el mismo guion que parecía leer Ingrid ese día.

Descartes decía que hay que suponer que un “genio maligno” está todo el tiempo torciendo nuestras percepciones. Que hay que ir con método. No es mala idea.
 

Roberto Hernández Montoya

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