La desnutrición infantil
En el mundo en vías de desarrollo, la desnutrición que afecta a los niños, en todo el planeta, resulta con frecuencia invisible. Cerca de doscientos millones de menores de cinco años sufren desnutrición crónica y aguda, cuyos efectos se harán sentir durante el resto de sus vidas, por lo que requieren tratamiento inmediato y atención médica urgente, de acuerdo al estudio realizado por UNICEF a nivel internacional “La desnutrición infantil”.
Por su parte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, mundialmente conocida como FAO señala que en el planeta, cerca de mil millones de personas pasan hambre, y las estimaciones indican que esta cifra va en aumento. Desde 2008, la crisis financiera y las repetidas crisis alimentarias han empeorado la situación. Los precios de los comestibles fluctúan, con alzas que hacen que el acceso a una nutrición adecuada sea imposible para millones de familias. Según datos, del Banco Mundial, en los últimos años el precio de la comida ha aumentado un 36%, debido en parte a la subida de los combustibles.
La Convención sobre los Derechos del Niño, establece la facultad de todos los niños a tener un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social. En sus Artículos 6, y 24, señala: “los Estados Partes garantizarán en la máxima medida posible la supervivencia y el desarrollo del niño, y el disfrute del más alto nivel de salud”.
A pesar de ello, la desnutrición sigue siendo una de las principales amenazas para la supervivencia, la salud, el crecimiento y el perfeccionamiento de las capacidades de millones de niños, así como para el progreso de sus países.
La base del desarrollo humano implica tener cubiertos los requerimientos básicos para sobrevivir. Según la Teoría de Motivación Humana, del famoso psicólogo estadounidense, Abraham Maslow, hay normas primordiales que las personas tenemos que satisfacer: necesidades fisiológicas, seguridad, necesidades sociales, estima y autorrealización, cumpliendo cada nivel antes de pasar al siguiente, para finalmente autorrealizarnos y poder comportarnos sin egoísmo. Una de cada siete personas en nuestro planeta no puede ni siquiera satisfacer el primer nivel de esta pirámide.
Son muchos los factores que provocan que la desnutrición siga siendo una amenaza para la supervivencia y el desarrollo de cientos de millones de personas: la falta de una atención suficiente, el hecho de que con frecuencia resulte invisible, el alza en el precio de los alimentos básicos, los conflictos que originan desplazamientos masivos de población, la sequía, la ausencia de un enfoque de equidad y el círculo de la pobreza entre otros.
Vivimos un momento de la historia de la Humanidad en el que por primera vez existen recursos y conocimientos suficientes para acabar con el hambre y la pobreza. No hay escasez de alimentos. En el mundo hay suficiente comida para que toda la población pueda nutrirse adecuadamente; sin embargo, se desperdicia entre un 30% y un 50% de todo el comestible que se produce, y en los países desarrollados, se calcula que se derrocha alrededor de una cuarta parte de la comida que compran las familias.
En los últimos años, el conocimiento sobre la desnutrición, sus causas y sus consecuencias han mejorado mucho. Gracias a evidencias prácticas y científicas se sabe la importancia de actuar, qué hay que hacer, cómo hacerlo y cuánto cuesta.
Aunque los países en desarrollo han conseguido logros significativos, los datos de esos resultados reflejan valores promedios, mientras que la diferencia entre pobres y ricos sigue aumentando. De ahí la importancia de que las soluciones tengan un enfoque de equidad para llegar a las poblaciones más vulnerables y con mayores dificultades para acceder a sus derechos. Existen ejemplos de éxito en muchas naciones que demuestran que el impacto de las soluciones es incomparablemente mayor y más efectivo cuando se trabaja con un enfoque de ecuanimidad. Se trata de soluciones factibles, rentables y efectivas en términos de nutrición, salud, educación y progreso general.
La experiencia de UNICEF en su trabajo con otras agencias de las Naciones Unidas, gobierno de los países implicados, y ONG, demuestra que hay soluciones. Pero es necesario aumentar la inversión en la lucha contra la desnutrición y poner en marcha estrategias multisectoriales que aborden la causa de la desnutrición.
Se calcula que 7,6 millones de niños menores de 5 años mueren cada año. Una tercera parte de estos fallecimientos está relacionada por la falta de alimentación.
La desnutrición indica una carencia de los nutrientes necesarios durante un tiempo prolongado. Se manifiesta en cada niño de diversas formas: presenta un retraso en su crecimiento, es más pequeño de lo que le corresponde para su edad, y pesa poco para su altura. Siendo un problema de mayor magnitud en cuanto al número de niños afectados, es a veces ignorada y recibe menor atención. Actúa como un círculo vicioso: las mujeres anémicas tienen bebés con un peso inferior al adecuado. En los países en desarrollo, nacen cada año unos 19 millones de niños con bajo peso (menos de 2.500 gramos), lo que aumenta las posibilidades de desnutrición en las siguientes generaciones.
La falta de alimentos, al afectar la capacidad intelectual y cognitiva del niño, disminuye su rendimiento escolar y el aprendizaje de habilidades para la vida. Limita por tanto la capacidad del niño de convertirse en un adulto que pueda contribuir, a través de su evolución humana y profesional, al progreso de su comunidad y de su país. Cuando se perpetua de generación en generación, se convierte en un serio obstáculo para el desarrollo y su sostenibilidad.
En la actualidad está identificado el periodo fundamental para prevenir la desnutrición: el embarazo y los dos primeros años de vida del niño. Es lo que se conoce como los 1.000 días críticos que requieren actuaciones diferentes, que va del embarazo, nacimiento, de 0 a 6 meses y de 6 a 24 meses. En esta etapa es cuando se produce el desarrollo básico del niño, por lo que la falta de atención adecuada afectará a la salud y el desarrollo intelectual del niño el resto de su vida.
Prestar atención a los niños más pobres y vulnerables es un imperativo ético que refleja el concepto de universalidad plasmado en la Convención sobre los Derechos del Niño.